¿Debe la iglesia participar en política?

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Dr. Mauricio E. Colorado / ex Fiscal General de la República

La opinión pública sobre la conveniencia o no de que la iglesia participe en cuestiones de política, está dividida, puesto que genera controversias profundas que mantienen diferencias delicadas dentro de los fieles.

Tiempo acá, se observa que la Iglesia retoma su posición de participar en política. (La intromisión de la Iglesia en estos delicados asuntos ha sido ancestral. Al momento de ocurrir la independencia de Centro América, se puede comprobar la participación de muchos presbíteros, que confirman lo observado. Desde nuestro eminente prócer, Dr. y presbítero José Matías Delgado, pasando por los padres hermanos Aguilar, José Simeón Cañas y otros más, podemos afirmar sin lugar a equivocarnos que la Iglesia o, por lo menos, importantes y eminentes miembros, se han interesado en la política, para mantener poder terrenal).

La opinión pública sobre la conveniencia o no de que la iglesia participe en cuestiones de política, está dividida, puesto que genera controversias profundas que mantienen diferencias delicadas dentro de los fieles.

En nuestro país, esa participación produjo muertes de sacerdotes que participaron abierta o encubiertamente en política, siendo los casos mas conocidos e importantes el de Monseñor Arnulfo Romero, a quien la misma iglesia promueve para elevarlo a los altares. y otros como el de Rutilio  Grande, o los sacerdotes jesuitas de la UCA, que trascendieron al conocimiento mundial.

Cierto es que el mismo Jesucristo fue condenado a la crucifixión, debido a que los gobernantes de la época lo consideraron una amenaza para el poder que detentaban y permitieron que sucedieran los hechos que afectaron a la humanidad. Pero lo que quienes sufren los errores de los dirigentes religiosos piensan, se podrían suavizar si la iglesia retomara su misión, por los senderos de la prudencia. Nos enseñaron desde chicos que la iglesia es una, pero nos sorprende que las autoridades religiosas se afanen en tomar liderazgos a la primera oportunidad, en cuanto la autoridad superior se ausenta por cualquier razón.

En esta ocasión, quien lo sustituye aprovecha para externar sus propios criterios, en muchas ocasiones, diferentes de la posición oficial de la Iglesia. Nada de malo tendría si tales aseveraciones se hicieran en carácter personal, sin cubrirlas de formalismos que conduzcan a los feligreses a tomar el mensaje como oficial. No vamos a citar ejemplos en esta ocasión, pero la responsabilidad de quien toma las vestiduras sagradas para expresar ideas personales de dudosa oficialidad, responderá algún día con mucho más rigor, según el perjuicio que causa.

Nuestro país está sediento de justicia, de equidad, de moralidad y los fieles no ven ni reciben el mensaje que no ha cambiado pese al transcurso de los siglos. No matarás, no robarás, no mentirás, es un mensaje permanente, que en la actualidad no se escucha de parte de dirigentes de la Iglesia. Por el contrario, el mal se basa en lo contrario y por ello crece alarmantemente, sin visos de reducirse. Los derechos humanos, vistos solo a favor de criminales, nos han  demostrado hace poco a los parientes de pandilleros en manifestación exigiendo suavizar las condiciones de los agresores de la sociedad, sin pensar en el daño o agravio que han ocasionado.

Las autoridades se encuentran instaladas en una guerra frontal con quienes no tienen respeto por sus semejantes, a sabiendas que la autoridad tiene que respetar las normas convencionales de conducta y ellos, por su parte, aplican la muerte sin ningún trámite o diligencia. Allí tiene la iglesia una enorme labor incumplida, que podría –de cumplirla– reducir el caos que actualmente predomina en nuestro país.

Es triste y peligroso observar cómo la iglesia se agrupa con defensores de derechos humanos para proteger a quienes no respetan leyes, vida ni bienes de sus semejantes. Día a día, los medios de comunicación reportan muerte y delitos de quienes han hecho su vida al margen de la ley, e inducen a sus parientes a actuar de igual manera, en una forma de vida completamente regida por normas diferentes a las tradicionales, aplicando la ley del mas fuerte. La Iglesia está obligada a velar por la salud espiritual de su grey y mientras no cumpla su misión primaria de evangelizar, no tiene derecho de pretender co-gobernar.