El Gobierno de México responde al ataque xenófobo de Donald Trump

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La Torre Trump mide 206 metros. Orgullosamente enclavada en el número 721 de la Quinta Avenida de Nueva York, en su ático habita un multimillonario de pelo platino y aficiones extremas. Se llama Donald Trump y algunos días, desde el pináculo de su éxito, salta al vacío para darse el gusto de estrellarse contra el mundo. Obama, las mujeres, los mexicanos… la lista de sus odios es interminable y, bomba en mano, le han convertido en uno de los personajes más aborrecidos al sur del Río Bravo.

La última andanada xenófoba llegó el pasado martes cuando, al anunciar su candidatura a la presidencia de Estados Unidos, acusó a los mexicanos de traer a su país “drogas y violadores”, y propuso como remedio la construcción de un muro fronterizo que, además, tendría que pagar México. Fue tal el octanaje del improperio que el mismo Gobierno de Enrique Peña Nieto, habitualmente cauteloso con las tormentas procedentes de Washington, tuvo que salir a defender el orgullo de la nación.

En un gesto poco habitual, el secretario de Gobernación (Interior), Miguel Ángel Osorio Chong, dejó los mareantes asuntos internos y respondió públicamente al multimillonario. No sólo tachó sus palabras de “prejuiciosas y absurdas”, sino que recordó una verdad que late detrás de la grandeza de Estados Unidos: “Desconoce el señor Trump la aportación de todos los migrantes, de prácticamente todas las naciones del mundo, que han llegado a Estados Unidos para apoyar su desarrollo”.

Osorio Chong, una de las figuras políticas de más peso en México y que coquetea con la posibilidad de presentarse a la carrera presidencial, aprovechó para poner la mira en los millones de mexicanos que viven en Estados Unidos y cuya orientación política se ha convertido en un inmenso caladero electoral a ambos lados de la frontera. “Son las y los mexicanos que están allá, por diferentes circunstancias, quienes ayudan, sin lugar a dudas, al desarrollo de Estados Unidos y a fortalecerlo como una gran potencia mundial”.

Las invectivas de Trump, como recordó Chong, surgen en un momento de contienda electoral y tienen como objetivo descarado la búsqueda del voto ultra estadounidense. Pero con su virulencia sacan a la luz los prejuicios raciales que aún anidan en el gran vecino del norte. Una diana sobre la que Trump se ha ejercitado en anteriores ocasiones. La misma noche en que el director mexicano Alejandro González Iñárritu ganó los tres premios Oscar, el multimillonario se burló del cineasta y aprovechó para sacudir a México como país corrupto. El golpe dolió en el sur y, junto con los dardos tóxicos lanzados contra Iñárritu por el actor Robert Downey Jr., desencadenaron una gigantesca ola de respuesta en las redes. Algo similar a lo que se ha vivido con el último ataque de Trump.

La persistencia en pleno siglo XXI de esta animadversión, aunque cada vez menor y más aislada, muestra la complejidad de los vínculos entre ambos países. Con una frontera común de 3.185 kilómetros, México vive su relación hacia Estados Unidos con sentimientos encontrados. La amistad y la dependencia, la admiración y el orgullo forman parte de este universo. Y marcan más que cualquier frontera, el territorio común de dos naciones de trayectorias históricas muy distantes, pero condenadas a entenderse.