Por Marianne Díaz Hernández
Corres por un estrecho pasillo oscuro para salvar tu vida de un monstruo que te persigue. Caes por un larguísimo túnel, pero cuando golpeas el fondo, estás en tu cama. Sin embargo, la sensación de terror persiste, tu corazón late más rápido, tu frente está cubierta de sudor helado. Era una pesadilla.
Las pesadillas tienden a tratarse como una ocurrencia común durante la infancia, pero se supone que en la edad adulta tienden a desaparecer. Sin embargo, la realidad es que uno de cada dos adultos sufre pesadillas ocasionalmente, mientras que del 2 al 8% las padece de manera constante. ¿Por qué suceden estas experiencias?
A pesar de que no sea un proceso consciente, el sueño es una extensión de nuestros pensamientos del día. En consecuencia, una pesadilla puede ocurrir cuando estamos pensando durante la fase REM del sueño, intentando dar sentido a nuestras ideas, resolver problemas difíciles que tuvimos durante el día. Sin embargo, muchas otras razones pueden verse involucradas: haber comido alimentos pesados, altos en carbohidratos, tarde en la noche -puesto que incrementa la actividad cerebral y el metabolismo-, reacciones a medicamentos que estemos tomando, enfermedades como la ansiedad y la depresión, o incluso alergias. Los desórdenes del sueño, como la apnea y el síndrome de piernas inquietas pueden también causar pesadillas crónicas.
Tu cerebro durante una pesadilla
En general, las pesadillas tienden a ocurrir durante el último tercio de la noche. Es en esta fase en la cual predomina el sueño REM (el más profundo y el que verdaderamente te proporciona el descanso que necesitas). Esta fase se asocia con una alta actividad cerebral y movimiento rápido de los ojos. Mientras que los sueños ocurren durante cualquiera de las fases, las pesadillas son más frecuentes en la fase REM.
Durante una pesadilla, la parte del cerebro que regula los lóbulos frontales, conocida como amígdala, se activa. Uno de los roles de la amígdala es manejar emociones como el miedo, y esto podría explicar por qué su sobreactivación en la fase REM podría producir respuestas de temor. En esta fase, se activan las regiones del cerebro que nos hacen pensar en imágenes, símbolos y emociones.
Según diversos estudios, factores como la edad, las características de la personalidad y por supuesto, los traumas que una persona posea pueden influenciar la frecuencia de las pesadillas. Por ejemplo, un estudio del año 2014 encontró que las personas ciegas tienen cuatro veces más pesadillas que las personas con visión normal. Las personas más sensibles son también más propensas a tener pesadillas, simplemente porque su día a día es más difícil de sobrellevar y les genera más ansiedad.
Ciertos traumas de la infancia o de la juventud pueden llevar a sensaciones de inseguridad o a presentar una alta necesidad de validación, lo que puede resultar en un disparador para que experiencias posteriores, que a simple vista pueden parecer insignificantes -como recibir una crítica- resulten en el origen de pesadillas.
A pesar de lo desagradables y angustiantes que puedan resultar, según los investigadores las pesadillas podrían haber cumplido un propósito adaptativo, ayudándonos a sobrevivir al actuar como la forma en la que nuestro cerebro conduce nuestra atención a asuntos que necesitamos abordar, por ejemplo, señalándonos peligros potenciales. Si bien en el mundo moderno este propósito puede haber quedado obsoleto, algunas pesadillas pueden ser un indicador de que necesitas hacer algo con respecto a un problema en particular, aunque ese “algo” sea simplemente elaborar el problema de manera consciente y llegar a algún tipo de acuerdo con tu angustiado cerebro.
En el caso de pesadillas recurrentes, la recomendación suele ser siempre la misma: adquirir conciencia de que podemos estar en una posición de control de nuestros sueños, y de este modo elegir un final alternativo, por ejemplo uno en el que le ganemos la batalla al monstruo o al atacante. Una vez que encuentras la solución que prefieres, debes ensayarla en tu mente mientras estás despierto, y a la hora de irte a dormir, recordarte que ése es el final que deseas, en caso de que la pesadilla suceda de nuevo.
Sin embargo, no está de más, aunque decidamos cambiar el final y deshacernos de la pesadilla, que tengamos en cuenta antes el mensaje que nos pueda estar transmitiendo. A veces una pesadilla puede estarte apuntando en la dirección correcta que necesitas para resolver un problema mientras estás despierto.