El día a día para los salvadoreños se ha transformado en una lucha por la supervivencia, por culpa de los diversos crímenes de las maras y los enfrentamientos entre policía y dichos pandilleros, que han convertido la violencia en hábito y la huida en una forma de vida.
El propio Rudolph Giulani, exalcalde de Nueva York y experto en control de violencia pandilleril dice que El Salvador “está sangrando”. Sabe de lo que habla porque Estados Unidos se ha convertido en la vía de escape de miles de salvadoreños que intentan escapar del país en busca de un lugar seguro en el que vivir.
Las cifras muestran la realidad. Ya son más de 3.400 las personas asesinadas desde que ha empezado el 2015 en un país que tiene poco más de 6 millones de habitantes. Si se analizan solo los 3 primeros días de agosto los números se disparan: 74 muertes con violencia y una verdad oculta; que el 95% de los crímenes quedan sin resolver, reinando pues la impunidad y el descontrol.
La muerte es el primer signo de la violencia, pero hay otros que son más difíciles de medir como el número de desplazados, tanto internos como externos.
Las estimaciones hablan de que solo en el 2014 cerca de 300.000 personas abandonaron su hogar en busca de un nuevo refugio dentro del país, según el Internal Displacement Monitoring Center.
De los que han probado fortuna en otros países poco se sabe, aunque unos 24.000 fueron deportados cuando intentaban entrar ilegalmente en Estados Unidos.
A los que han conseguido llegar es imposible seguirles la pista, pero desde luego que las cifras dan buena fe de los problemas del país. Al menos 2,5 millones de salvadoreños viven en la gran nación del norte y otro medio millón a casi todos los países del resto del mundo.
Los grupos pandilleros campan a sus anchas y utilizan la extorsión y el chantaje para mantener controlada a la población y así poder desarrollar sus negocios en las áreas locales. Una situación que los residentes no pueden soportar durante mucho tiempo y que les lleva a unos a intentar asentarse en otra parte del país más segura y a la mayoría a intentar el peligroso viaje por México rumbo a Estados Unidos.
La estrategia del Gobierno para combatirlos ha sido también la violencia, entintada con visos de incapacidad e indolencia del sufrir ciudadano.
Los agentes policiales están autorizados a disparar a los criminales sin temor a represalias, lo que ha provocado que, en algunos casos esporádicos, el número de víctimas se incremente de forma sostenida y ya se han comprobado que algunas de las muertes han sido por disparos en la espalda, ‘ejecuciones sumarias’. La respuesta de las pandillas? 42 policías asesinados en lo que va del año.
Hay 6.000 soldados y 23.000 policías que patrullan las calles y 72 mil pandilleros, según las autoridades.
Más del 10% de la población (entre 500.000 y 600.000 personas) está vinculada de alguna forma a una pandilla, según informes oficiales.
Una situación descontrolada, un Gobierno superado y una oleada de asesinatos que vienen desde los dos bandos completan un cuadro absolutamente tétrico que no tiene visos de solucionarse.
Y como se acostumbra desde la pasada administración de Mauricio Funes, los principales afectados son los ciudadanos que viven con la incertidumbre que quizás ese día sea en el que les toque huir o morir.
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