Los Jesuitas y el perdón

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Por Mauricio Eduardo Colorado.-

Indudablemente el maligno anda suelto. Los asesinatos en masa cometidos por quienes se han desnaturalizado y matan por gusto, han llegado a niveles intolerables. Matar a una señora que vende fresco en la calle, por la única y sencilla razón de que no paga la mal llamada “renta” a una pandilla, es inexplicable, e intolerable.

Igual calificativo y resultados se puede aplicar al asesinato de un motorista de bus, o un cobrador  del mismo, por la única razón de que la empresa (ni siquiera el motorista o el cobrador) se atrasa en pagar el incremento (el incremento, ojo,) de la “renta” ilegalmente exigida.

Sin embargo, existen sucesos más complicados, que también son difíciles –por no decir inexplicables- de entender. Nos referimos al doloroso y triste incidente ocurrido durante la ofensiva final del FMLN como lo fue el asesinato de los sacerdotes jesuitas y su empleada y su hija.

Lo increíble de este caso es que la poderosa orden jesuita, ha permanecido rumiando el asunto, por más de veinticinco años, queriendo disfrazar el rastrero sentimiento de la venganza, con mil argumentos entre los cuales el más importante es el de no perdonar lo ocurrido, mientras no “se conozca la verdad”.

Lo que nos llama la atención es que tan festinada posición provenga de gente dedicada al servicio de una religión universal,  que tiene cómo líder  a un asesinado, que para salvación de la humanidad, aceptó su destino, sin andar exigiendo que se juzgara a sus verdugos, ni mucho menos perdonarlos hasta que se “conociera” la verdad.

Existen en el evangelio frases lapidarias como “amad a vuestros enemigos” “perdónalos porque no saben lo que hacen” y otras muchas mas, que hablan del amor a Dios y a nuestro prójimo, y tales enseñanzas son las que los sacerdotes de todas las religiones tratan de inculcarnos, desde nuestra infancia. Debo admitir que hasta ahora, nunca he oído una doctrina religiosa que me diga, que mi obligación  de perdonar conlleva la condición de que antes conozca al ofensor.

Estas consideraciones, son muy  aparte de todas las circunstancias violentas que se daban en la época de la guerra, y la cual  terminó básica y esencialmente en virtud de un olvido de todo lo pasado: Una amnistía.

En estos momentos trágicos para El Salvador, viene a mi memoria el impactante dialogo que mantuve con un compañero de colegio que al salir de bachilleres optó por entrar a la compañía de Jesús como novicio. Cuando se salió como a los tres años, tuve la indiscreción de preguntarle: ¿Por qué te saliste de jesuita? Su respuesta me dejó callado: -Porque no me gusta ser hipócrita- me contestó.

Tal vez ahora, cuarenta y tantos años después de ese incidente, podría rescatar mi credibilidad disminuida, si la Compañía de Jesús demostrara el mismo entusiasmo por conocer la verdad sobre el asesinato del doctor Peccorini, también sacerdote Jesuíta, asesinado por el otro bando. Pero a él ni siquiera lo recuerdan.

No me extraña entonces que eminentes escritores,  del prestigio de Ricardo de la Cierva o Malachi Marín, señalen duras críticas a la  Compañía  de Jesús por sus erráticas políticas que manejan a su conveniencia.

También es de considerar que algunas razones de peso habrán tenido dos Papas de la Iglesia para suspender la “impoluta” Orden en dos ocasiones, o porque ha sido de varios países en tantas ocasiones.

Ahora con sus sofisticados silogismos, pretenden demandar justicia, para conocer una verdad acomodaticia, que finalmente será su verdad, porque la dará una sentencia de un juez español –evidentemente parcializado- que ni siquiera ha querido hasta la fecha, aceptar un abogado para los acusados.

De esa forma, podrán tener su verdad, pero en el fondo siempre tendrán las dudas de si esa verdad es para satisfacer su morbo, y puedan perdonar. Grave conflicto tendrán cuando al final tengan que rendir cuentas ante el verdadero y único Juez que no atiende  veleidades humanas. Entonces será la hora postrera donde los sofismas y la política no tendrá valor alguno. Que Dios nos perdone a todos  se conozca o no la verdad de lo ocurrido.