Frente a un bosque de mangle, José Antonio Villeda, alimenta a un puñado de cocodrilos nacidos poco tiempo antes en el nido que les preparó. Lleva seis años rescatando a los reptiles, amenazados con la extinción por la cacería furtiva en la costa salvadoreña.
Con 53 años de edad y 36 como guardabosques, Villeda, de 1,80 metros de estatura, piel blanca y ojos claros, vive la mayor parte de su vida entre los canales formados en los manglares vigilando la reserva natural de la Barra de Santiago.
“Analizamos que la población de cocodrilos no crecía porque antes de 1980 fueron duramente atacados por cazadores que buscaban las pieles, al grado que en la zona solo quedaban cinco ejemplares. Por eso desde 1990 comenzamos a monitorear sus sitios de anidación”, relata Villeda a periodistas.
La tarea no fue fácil. La mayoría de los 350 ranchos de la zona tenían como trofeo un cocodrilo disecado, mientras los lugareños atenazados por la pobreza recogían moluscos, crustáceos y vigilaban la época de desove de los cocodrilos para consumir los huevos.
Hace seis años, con programas educativos entre los más de 26.000 habitantes de la reserva que abarca más de 2.234 hectáreas, Villeda se instruyó sobre la forma de reproducir los cocodrilos, mientras que la población comenzó a entregar los huevos de los anfibios.
“Cuidar un nido con huevos es una gran responsabilidad, porque según sea la temperatura, así será el período para la eclosión, que bien puede llevar unos 85 días o se puede anticipar. Uno tiene que estar atento al llanto que emiten las crías porque ellos apenas abren el cascarón en la parte de la mandíbula y uno debe ayudarles a salir”, explicó.
Una vez nacen los reptiles, Villeda, quien también tiene un restaurante, usa su dinero para comprar pescado y pacientemente los alimenta: toma uno a uno en su mano, les abre la mandíbula de filosos dientes y con una improvisada espátula le da pequeñas porciones de pescado. La alimentación la inicia desde el cuarto día posterior al nacimiento y los tiene un promedio de dos meses bajo su cuidado.
“Lo gratificante es que hemos recuperado a la población de cocodrilos, una especie duramente cazada. De tener cinco, ahora vemos más de 200”, resume Villeda.
– El canal de cocodrilos –
Rodeado de gigantescos manglares, el canal El Zapatero combina el agua de mar y de ríos adyacentes para albergar los cocodrilos y otras especies en extinción como la lora nuca amarrilla y la garza rosada, cuyas vistosas plumas eran codiciadas para adornar sombreros.
En un recorrido en lancha, los periodistas de la AFP constataron cómo de las oscuras aguas de El Zapatero emerge la cabeza de cocodrilos para mostrar sus mandíbulas y abrir los párpados, que dejan ver sus verdosos ojos.
El Zapatero, un centro de atracción turística, es el hábitat donde se liberan los pequeños reptiles que deben sortear el riesgo de ser carnada de los cocodrilos machos adultos que dominan la zona.
En las profundidades del canal, donde solo se escucha el canto de las aves, María Henríquez, de 34 años y que lleva 13 trabajando como guardabosques, agarra con su mano el primer cocodrilo a liberar en el lodo que bordea las raíces de mangle. “Es algo emocionante, porque uno ayuda a la naturaleza para que siga manteniendo con vida a sus especies”, confiesa Henríquez, la única mujer que trabaja en el grupo de seis guardabosques.
– Impacto del cambio climático –
El cambio climático se hace sentir en las fechas de anidación de los cocodrilos y también en el medio ambiente de la Barra de Santiago, que sufre el impacto de fuertes mareas que inundan y secan centenares de hectáreas de bosque salado.
“El cambio ambiental nos ha trastocado la fecha de anidación. Hace cuatro años, el desove era en febrero, (pero) desde hace dos años, salen a depositar sus huevos en abril. Se ha trastornado el ambiente y muchas especies lo están padeciendo”, exclama el protector de los cocodrilos.
El esfuerzo de Villeda es reconocido por la no gubernamental Unidad Ecológica Salvadoreña (UNES), que lo califica como “un ejemplo a seguir” en un país golpeado por fenómenos naturales y la presión causada por la pobreza, que afecta al 30% de los 6,3 millones de personas que viven en el escaso territorio 20.742km2. “Creemos que ese tipo de iniciativas (de Villeda) contribuyen a la conservación de nuestro ecosistema costero marino, amenazado por diversos riesgos”, destacó el técnico de la UNES Gregorio Ramírez.