El alcalde de San José Guayabal, un ‘sheriff’ antipandillas

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A paso renqueante, por un accidente deportivo, Mauricio Arturo Vilanova patrulla con su UZI de 9 mm las calles de San José Guayabal, en el departamento de Cuscatlán,  para combatir a las pandillas que atemorizan al pueblo del que es alcalde.

Fusil en mano y a cara descubierta, a lo shériff de película, Vilanova, que ha sido reelecto cinco veces bajo la bandera de la conservadora Alianza Republicana Nacionalista (ARENA), ha neutralizado en su pueblo la gran lacra que asila el país. A la extorsión y los asesinatos de las maras les hace frente con actos que el sabe han puesto una cruz sobre su cabeza. “El concepto no es solo salir a vigilar con la policía. En el tema de la seguridad hace falta comunicación y lenguaje”, afirma en el jardín de su vivienda, pegada a la plaza principal. “En San José no existe la ley del ver, oír y callar sino la del yo veo, yo denuncio”.

“El mal avanza por la indiferencia de los buenos”, remarca el alcalde señalando el mensaje impreso en su camiseta. La lucha que soporta El Salvador por culpa de una guerra entre las maras Salvatrucha (MS) y Barrio 18 va a concluir gracias al modelo de este pueblo “chiquito”, de 11.000 habitantes dedicados mayoritariamente al cultivo de frijol, maíz o arroz. Lo que algunos ya denominan método Vilanova. “El problema es si el miedo nos invade. Más del 60% de los jóvenes se quieren marchar. Somos un país que exporta exiliados”, lamenta antes de ponerse su chaleco antibalas y colgarse el arma que heredó de su abuelo.

Sus actuaciones, explica, se sustentan en dos pilares básicos: prevenir la captación por medio de un control diario en el centro escolar, que acoge a 600 alumnos, y atajar sin contemplaciones cualquier tipo de intimidación. Si aparece un grafiti de alguna de las pandillas en cualquier pared, se borra inmediatamente. O se le hace borrar al propio bicho (miembro de la pandilla). Si se presume que alguien tiene implicaciones en una mara, se le detiene y se le introduce en un registro municipal con su apodo, edad y dirección. Además, hay campeonatos de fútbol, carreras de marcha populares y dos centros —la Casa de la Juventud y el Centro de Información para la Mujer— que ayudan a socializarse de forma sana. “Lo mejor de Guayabal es que la gente no se calla. Cuando se tiene voluntad, se golpea”, insiste.

¿Y qué opinan los vecinos? Antes de que los comercios suban la persiana, Encarnación Robles, encargada de 74 años del restaurante Pollo Lindo, asegura que Vilanova “es un ejemplo para todos, alguien muy querido”. “A él le debemos un poco la vida”, sonríe. Al paso de su furgoneta, varios viandantes aseguran que la situación del pueblo es “muy buena”. “Se camina tranquilo. La persecución a los destructores ha sido excelente. La municipalidad tiene agallas”, resume Rigoberto Tomasino, vendedor de 58 años.

Por eso lleva en el cargo 15 años. Desde que se presentó por primera vez, en 2000. Las cinco elecciones transcurridas las ha ganado sin apenas oposición, aunque hay quien le tacha de soberbio e incluso evita que alcance protagonismo. Según cuentan sus ayudantes, para no recibir críticas por no hacer lo mismo. “Hay funcionarios que tiran la chibarra con la seguridad, que dicen que no es asunto suyo”, sostiene Vilanova mientras muestra cómo tres cuartas partes de su agenda se dedican a mantener el orden.

“Cuando borro un grafiti (algo que conlleva la muerte en aquellos barrios donde campa la delincuencia pandillera) siento que les quito poder territorial y que le doy fuerza a la autoridad civil”, opina orgulloso a pesar de que el pasado 19 de diciembre su hija no pudo ir a un baile por las continuas amenazas que sufre. Llamadas, mensajes, pintadas. La osadía tiene un precio. “Ando armado porque el día que me revienten les voy a reventar yo también a ellos”, remata Vilanova.

 

 

 

Con información de El País de España