China, de utopía comunista a “paraíso” de multimillonarios

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El Hurun Institute sorprendió al mundo en octubre de 2015, cuando anunció que China había pasado a Estados Unidos en el ranking de multimillonarios. Con 242 nuevos integrantes en relación al año anterior, extendió a 596 el club de personas con una fortuna superior a los 1.000 millones de dólares.

Diez años atrás, sólo siete personas formaban parte de ese selecto grupo. Entre 1999 y 2004, el promedio anual era de apenas uno.

Éste fue el resultado del proceso de apertura y reforma que empezó a desandar China en 1978, dos años después de la muerte de Mao. Una economía que era muy cerrada y controlada en su totalidad por el Estado, se fue abriendo cada vez más al mercado.

El incremento en el número de multimillonarios es la expresión más espectacular de un fenómeno que se agrava cada vez más: el avance de la desigualdad. La evidencia más contundente es la evolución del coeficiente de Gini, el indicador más confiable para medir cómo se reparten los ingresos en un país.

En 1985 era 0,27; uno de los más bajos del mundo. En ese momento, Estados Unidos era mucho más desigual, con un índice de 0,37. Sin embargo, la inequidad creció tanto en China que desde 2005 lo superó. En 2013, el último año con datos disponibles del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, su Gini se ubicó en 0,42; contra 0,4 de Estados Unidos.

“El aumento de la desigualdad que se ha producido desde el inicio del proceso de reforma económica ha sido espectacular. China ha pasado de tener un índice de Gini cercano a los que actualmente tienen varios países nórdicos a estar, según los datos oficiales, alcanzando los niveles de algunos países latinoamericanos. Igual que no ha habido en la historia económica moderna un proceso de crecimiento tan rápido y sostenido como el chino, probablemente tampoco haya habido ningún proceso de desigualación del reparto de la renta tan dramático como el vivido por el país asiático”, dijo Ricardo Molero Simarro, profesor de economía internacional en la Universidad de Loyola, España.

“Es un fenómeno contradictorio con los principios que, sobre el papel, guían la acción del Gobierno chino —continuó—, más aún si se tiene en cuenta que durante el periodo maoísta se hizo más hincapié que en ninguna otra economía de planificación centralizada en lograr un alto grado de igualitarismo en la distribución de la renta y de las condiciones de vida”.

Esa inequidad en el reparto no afecta a todos por igual. En determinados sectores sociales, sus efectos se sienten mucho más que en otros.

“En las zonas rurales la desigualdad es enorme, con pobres absolutos que apenas pueden sobrevivir y registran altos índices de analfabetismo y de enfermedades crónicas”, dijo Gustavo Cardozo, investigador del Centro Argentino de Estudios Internacionales, consultado por Infobae.

“Es importante también remarcar la falta de una asistencia social acorde con las necesidades de los sectores más bajos, la cual ha generado grandes descontentos, que se suman a la asimetría socioeconómica. Ingresos bajos, falta de asistencia social, déficit laboral, altos grados de corrupción en las filas del Partido Comunista que imposibilitan mediadas sociales necesarias al corto plazo, son algunos de los tantos aspectos a los que debe hacer frente el Gobierno para lograr posicionar al país entre las grandes economías del mundo en términos sociales. De lo contrario, China puede implosionar socialmente”, agregó.

Sin embargo, la lectura rápida de estos datos puede inducir a conclusiones equivocadas, como pensar que en China hoy se vive peor que en el pasado. Cuando el reparto era más igualitario, el país era más pobre, por ende, había menos para repartir. En estos años se ampliaron las brechas sociales, pero en el marco de una economía que no paró de generar cada vez más riqueza.

“China creció mucho. Es más rica que antes y ha reducido la pobreza. Pero es también más injusta. Algunas cuentas de académicos elevan el coeficiente de Gini hasta 0,6; por encima del nivel de peligro, que es 0,4. Las autoridades reconocen que, a la par que aumenta el número de multimillonarios, aún subsisten casi 70, 80 millones de pobres en China, y la franja de clase media es aún muy frágil”, explicó Xulio Ríos, director del Observatorio de la Política China, con sede en España.

“Pero esto hay que contextualizarlo en un período de superación de lacras históricas en términos de desarrollo. A pesar de que las reformas han generado desigualdad, la inmensa mayoría de la gente vive mejor que hace 20 años. Algunos mucho, y otros muy poco, pero todos han mejorado”, agregó.

Hacia una sociedad más justa

“Hasta ahora —dijo Ríos— la consigna era crecer, crecer y crecer, y después resolvemos lo demás. Pero cuando Hu Jintao (presidente en el período 2003-2013) habló de la sociedad armoniosa, se planteó el tema de la justicia social, y de que el modelo estaba agotado por ser insostenible económica y socialmente. Estaba generando desigualdades y contradicciones que, a la larga, podrían generar crisis políticas”.

“A partir de ese momento se abordó de una vez por todas el tema social. Se crearon mecanismos de seguro médico, se reformó el sistema de salud y el educativo, y se empezaron a corregir las diferencias entre el campo y la ciudad. Es evidente que ahora la cuestión está presente. Lo que hay que ver es si las inversiones son suficientes”, agregó.

Molero coincidió con esta visión. “El Gobierno es consciente de que esta situación no es sostenible, en especial porque genera un riesgo de inestabilidad social. Por ello la anterior generación de líderes, Hu Jintao y Wen Jiabao, aprobó diferentes medidas distributivas (incrementos de los precios agrícolas mínimos, una nueva ley de contratos laborales, incrementos del salario mínimo), y redistributivas (puesta en marcha de una reforma sanitaria y la progresiva construcción de un aparato de seguridad social moderno)”, dijo.

Sin embargo, manifestó sus dudas sobre la vocación del Gobierno actual, encabezado por Xi Jinping, de continuar por la misma senda. “La nueva generación de líderes parece haber congelado esa vía redistributiva, probablemente como consecuencia de la presión de la clase empresarial, celosa de mantener sus beneficios”, precisó Molero.

De todos modos, por más que algunos cambios puedan demorarse, las autoridades saben que llegó a su límite el esquema de desarrollo que se sustentaba en las exportaciones de manufacturas, porque ya casi no quedan mercados por conquistar. El desafío ahora es crecer hacia adentro, fortaleciendo el mercado interno.

“Una de las claves del crecimiento de China para los próximos años es la inversión social. China ya no quiere crecer al 12%, porque ese modelo, que permitió llegar hasta este punto en base a mano de obra barata y orientación de la producción hacia el exterior, ya no es sostenible. Sirvió para alcanzar determinada meta, tuvo efectos secundario nocivos y peligrosos, y ahora se trata de cambiar de carril”, concluyó Ríos.