El Barcelona sale del Bernabéu con media liga

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El Barcelona sale del Bernabéu con media liga en la mano, y de paso baja al Madrid a la realidad. El año de los cinco trofeos acaba con una sensación de encantamiento. ¿Qué ha pasado desde el verano en que el equipo de Zidane parecía tan lejos del Barcelona? El club (en los fichajes) y el entrenador (en el mantenimiento de una jerarquía antigua) se han dormido en los laureles. Cuando el Madrid se decide a jugar, se acaba desventando por la delantera, como si se le fuese el gas. No sentencia, no decide.
La leyenda del «més que un club», paralela a la leyenda negra que le crearon al Madrid, vio el Madrid-Barça como la sublimación de un potencial conflicto entre Cataluña y España. Manifestado con crudeza ese conflicto, el clásico queda ya como espectáculo global. Bernabéu y Camp Nou se llenan de personas que no saben nada del «cinturón industrial barcelonés».
Para llegar a la puerta de periodistas había que superar el gentío diciendo «excuse me».
Frente a la tribuna de prensa, una hora antes del partido, tres aficionados se hacían un selfie con la bandera de Palestina, y a la vez, a veinte metros, otro grupo hacía lo mismo con la de Israel.
Con la alineación de Kovacic Zidane equilibraba (cinco contra cinco) el mediocampo y organizaba algo así como una defensa mixta sobre Messi. La vigilancia en zona se acompañaba de momentos en los que Kovacic perseguía al argentino.
El debate Cristiano-Messi se resuelve rápido: astro se le llama solo a Messi. Su influencia en el juego nunca es tan despótica como contra el Madrid.
El Madrid empezó brioso, con un gol en fuera de juego en el primer minuto y mayor energía y circulación, con el único problema de las pérdidas de balón de Carvajal.
El Barça dio las primeras señales en el 8, con un toque largo con el que aplacaba al Madrid.
En la primera mitad, el Madrid combinó mejor que el Barcelona. Modric era el más destacado y le dio un par de balones a Cristiano; también Kroos, que estiraba su influencia hasta el área. Cristiano remató al aire. Era el resumen de lo que llevamos de Liga: más toque en el Madrid, y más llegadas, pero menos acierto.


Lo que hizo el Barcelona en ataque en la primera mitad lo hizo con Paulinho. Primero una llegada al área; después dos remates a pase de Messi. El 10 estaba marcado, pero veía los desmarques y llegadas del recio brasileño. A Messi se le temía. Se notaba un terror táctico al argentino. En el Madrid esto se nota más porque es raro verle tan súmamente atento, tan condicionado.
A Modric y Kroos se unió Kovacic, que entraba en calor. En ataque coronaba el rombo, presionaba a Busquets (fue la constante en la defensa del Madrid) y acababa siempre pendiente de Messi. El Barcelona oponía a la mejor constitución del mediocampo del Madrid, una presión fuerte, intensa, que comprimía al rival subiendo la defensa. El Madrid lo vio y corrió: hubo contras para Cristiano y Benzema, que en el 41 remató al palo con un cabezazo de nueve haciendo de nueve que fue reconocido con aplausos por el público (en su cara se vio otra satisfacción). Necesitaba ese remate, porque en los momentos de defensa adelantada del Barcelona, se echó de menos (diría que de forma clamorosa) la velocidad de Bale o Asensio.
El Madrid llegaba al descanso con más ocasiones, con un juego mejor en lo lento y mejor cuando corrió, pero con empate. La solidez del Barcelona era incuestionable, también la amenaza constante, generacional, de Messi. Estaba siendo un clásico estrecho, de feroces 4-4-2 enfrentados, en el que se iban imponiendo los superiores interiores del Madrid. El sol del mediodía iluminaba el área de Stegen como aportando la explicación del resultado.

La segunda cambió desde el principio. El Barcelona se quedó con la pelota y el Madrid, blando, esperaba en su campo. Se agravó el marcaje de Kovacic sobre Messi. En el 52 hubo un aviso de Suárez, tras entrada de Alba a la espalda de Carvajal. En su siguiente aparición llegó el gol. Una conducción de Rakitic, al que Kovacic, pendiente de Messi, anulado por Messi, dejó avanzar: Suárez remató en una soledad absoluta, convertido la banda de Carvajal en una calle peatonal de las de ahora.
Después vinieron unos minutos de desconcierto y nervios en el Madrid. Afloró la susceptibilidad arbitral, agravada por las dramatizaciones de Luis Suárez. Suárez aporta a la escuela interpretativa que estableció Guardiola un nuevo pathos. Es como Anna Magnani en el Actor’s Studio.


Pero eso era la anécdota. El Madrid estaba superado. Podría decirse que tenía un «pollastre de collons». Zidane sacó los cambios a la banda, pero hubo de repensarlo porque en uno de los destrozos culés hubo una triple ocasión: Suárez a Navas, Suárez al palo, y parada de Carvajal con la mano. Expulsión y penalti que Messi clavó. Lo celebró con sus aficionados y luego se quedó haciendo el Cristo de Corcovado, redentor, frente a los socios del Madrid.
Nacho entró por Benzema, que se llevó la gran pitada, y los cambios siguientes tardaron minutos en entrar. No podían entrar porque la pelota la tenía el Barcelona y no se la quitaban.
Busquets extendió un imperio abusivo sobre el campo. El Barça de Valverde es un equipo muy serio, que va para récord nacional. Messi tiene un espacio garantizado entre Paulinho, Suárez, Busquets o Rakitic.


Bale y Asensio se pusieron de extremos y dieron más trabajo que la delantera anterior. Asensio provocó un posible penalti de Sergi Roberto, por manos, y Bale probó a un enorme Ter Stegen. Primero Suárez, después Stegen. Y entre los dos, Busquets y Messi.
Viendo a Asensio, la pregunta era clara: ¿por qué ese jugador no es titular? Dicen que los dioses vuelven locos a quienes quieren destruir. Cuando se trata de entrenadores, los vuelven caprichosos.
El Barcelona se quedó en su campo con la pelota, y el Madrid sufriendo en el suyo, temblando, más cerca de la goleada que de una reacción. Keylor evitó el drama.
André Gomes pudo marcar el tercero, y Piqué buscó su gol. Hubiese sido demasiado. Al Madrid lo tuvo que rematar Aleix Vidal (y no precisamente Quadras) tras la última orquestación de Messi. Dueño de los clásicos, señor del campeonato, y aguafiestas definitivo del fin de año madridista. El área donde todo había pasado se cubrió por fin de sombra.