Discursos de asunción de los presidentes de Estados Unidos

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Donald Trump asume la presidencia de los Estados Unidos en un momento muy particular para el mundo: Su triunfo, como el voto de los británicos por dejar la Unión Europea y la aceptación de movimientos nacionalistas y populistas hablan de un cambio en el globo. Como gobernante del país más poderoso de la tierra, sus palabras al tomar posesión del cargo tendrán gran importancia, del mismo modo que la tuvieron las de muchos de sus antecesores en momentos históricos claves.

He aquí una selección de los conceptos más importantes que los presidentes de los Estados Unidos comunicaron al jurar su mandato en circunstancias críticas.

Thomas Jefferson, presidente 3, 4 de marzo de 1801: Los lazos que hacen a la unión.

Debemos también tener presente este sagrado principio: que aunque la voluntad de la mayoría deba en todos casos prevalecer, esta voluntad debe ser racional para ser justa, y que la minoría posee derechos iguales, que iguales leyes deben proteger, y que no pueden violarse sin incurrir en el crimen de opresión.

Unámonos pues, conciudadanos, moral y físicamente, estrechémonos con esos lazos de armonía y buen afecto, sin los cuales la libertad y aun la misma vida pierden todo su hechizo.

Abraham Lincoln, presidente 16, 4 de marzo de 1861 (primer mandato): A las puertas de la Guerra de Secesión.

La separación con que sueñan algunos estados de la Unión, que no era hasta hace algún tiempo más que una simple amenaza, es ahora, según parece, un plan resuelto.

Antes de entrar a discutir un tan grave asunto como lo es el de la destrucción de nuestro sistema nacional, con todos sus beneficios, recuerdos y esperanzas, ¿no sería prudente averiguar por qué lo hacemos? ¿Quién se atrevería a dar un paso tan osado mientras los males que nos aquejan no sean reales y verdaderos, mientras no tengamos la seguridad de que al huir de unos no nos afligirán otros peores?

Una parte de nuestro país cree que la esclavitud es conveniente, y que es preciso extenderla, mientras que la otra opina que es un mal y debe suprimirse: he aquí el gran tema que da origen a tanta disensión.

Compatriotas: les recomiendo muy encarecidamente que mediten con calma sobre este punto; nada se pierde por exceso de reflexión.

No somos enemigos ni debernos serlo: somos amigos. Y aunque se hayan dejado algunos dominar en un momento por la cólera, no por esto se deben desatar los amistosos lazos que nos unen para el bien común.

Franklin D. Roosevelt, presidente 32, 4 de marzo de 1933 (primer mandato): En plena Gran Depresión.

Esta gran nación resistirá como lo ha hecho hasta ahora, resurgirá y prosperará. Por tanto, ante todo, permítanme asegurarles mi firme convicción de que a lo único que debemos temer es al temor mismo, a un terror indescriptible, sin causa ni justificación, que paralice los arrestos necesarios para convertir el retroceso en progreso.

Los valores han caído hasta niveles inverosímiles, han subido los impuestos, los recursos económicos del pueblo han disminuido, el gobierno se enfrenta a una grave reducción de ingresos. Y lo más importante, gran cantidad de ciudadanos desempleados se enfrenta al triste problema de la subsistencia, y un número igual trabaja arduamente con escasos rendimientos.

Únicamente un optimista ingenuo negaría la trágica realidad de la situación.

La recuperación no sólo reclama cambios en la ética. Este país exige acción, y una acción inmediata. Nuestro mayor y primordial empeño es el de poner a la gente a trabajar. No es un problema insoluble si nos enfrentamos a él con juicio y arrojo.

Dwight Eisenhower, presidente 34, 20 de enero de 1953 (primer mandato): Luego de la Segunda Guerra Mundial.

Desde que comenzó este siglo, una época de tempestades parece haberse desatado sobre los continentes de la Tierra.

Para nuestro propio país ha sido un tiempo de pruebas repetidas. Hemos crecido en poder y en responsabilidad. Hemos atravesado las angustias de la depresión y de la guerra hasta un apogeo sin par en la historia humana.

En la carrera veloz de los grandes hechos, nos hallamos buscando a tientas el sentido pleno y el significado de los tiempos que vivimos.

¿Cuánto hemos avanzado en el largo peregrinaje del hombre de la oscuridad a la luz? ¿Nos estamos acercando a la luz, un día de libertad y paz para todo la humanidad? ¿O las sombras de otra noche se cierran sobre nosotros?

La necesidad y la convicción nos han persuadido de que la fuerza de todos los pueblos libres yace en su unidad; su peligro, en la discordia.

Para crear esta unidad, para afrontar el desafío de nuestra época, el destino ha dado a nuestro país la responsabilidad de liderazgo del mundo libre.

John F. Kennedy, presidente 35, 20 de enero de 1961: La Guerra Fría.

Todas las naciones han de saber, sean o no amigas, que pagaremos cualquier precio, sobrellevaremos cualquier carga, afrontaremos cualquier dificultad, apoyaremos a cualquier amigo y nos opondremos a cualquier enemigo para garantizar la supervivencia y el triunfo de la libertad.

A esas naciones que se transformarán en nuestros adversarios, no les ofrecemos una promesa, sino una solicitud: que ambos bandos comencemos nuevamente la búsqueda de la paz, antes de que los poderes oscuros de la destrucción desatados por la ciencia envuelvan a toda la humanidad en su propio exterminio, deliberado o accidental.

En la larga historia del mundo, solo unas pocas generaciones han tenido que defender la libertad en su momento de máximo peligro. No me asusta esta responsabilidad, le doy la bienvenida.

Entonces, compatriotas, no pregunten qué puede hacer su país por ustedes, pregunten qué pueden hacer ustedes por su país.

Conciudadanos del mundo, no pregunten qué puede hacer Estados Unidos por ustedes, sino qué podemos hacer juntos por la libertad del ser humano.

Gerald Ford, presidente 38, 9 de agosto de 1974: Asunción de emergencia, tras la renuncia de Richard Nixon.

Es un momento histórico que altera nuestras mentes y hiere nuestros corazones.

Tengo clara conciencia de que no me han elegido como su presidente por sus votos, así que les pido que me confirmen como su presidente con sus plegarias.

No he buscado esta responsabilidad enorme, pero no la voy a rehuir. Aquellos que me nominaron y confirmaron como vicepresidente fueron y son mis amigos. Pertenecen a ambos partidos, fueron elegidos por todo el pueblo y han actuado en su nombre según indica la Constitución. Es por tanto correcto que les jure a ellos y a ustedes que seré el presidente de todo el pueblo.

Mientras curamos las heridas internas de Watergate, más doloroso y más venenoso que las guerras en el extranjero, restauremos la regla de oro a nuestro proceso político y dejemos que el amor fraternal purgue nuestros corazones de sospecha y de odio.

James Carter, presidente 39, 20 de enero de 1977: El peligro nuclear.

Hace dos siglos el nacimiento de nuestra nación fue un hito en la larga búsqueda de la libertad. Pero el sueño audaz y brillante que animó a los fundadores de esta nación todavía espera ser consumado.

Hemos aprendido que más no es mejor necesariamente, y que inclusive nuestra gran nación tiene límites reconocidos, y que no podemos responder todas las preguntas ni resolver todos los problemas.

No nos comportaremos en el extranjero de modo que violemos las reglas y los estándares que tenemos aquí en el país, porque sabemos que la confianza que nuestra nación gana es esencial para nuestra fuerza.

Somos una nación orgullosamente idealista, pero que nadie confunda nuestro idealismo con debilidad.

El mundo todavía está comprometido en una carrera armamentista masiva hecha para asegurar la fuerza equivalente continua entre adversarios potenciales. Garantizamos perseverancia y sabiduría en nuestros esfuerzos por limitar los armamentos del mundo a aquellos necesarios para la seguridad doméstica propia de cada nación. Y este año daremos un paso hacia nuestro objetivo final: la eliminación de todas las armas nucleares de la Tierra. Urgimos a todos los demás pueblos que se nos unan, porque el éxito puede ser la vida en lugar de la muerte.

Ronald Reagan, presidente 40, 20 de enero de 1981 (primer mandato): Reducir el gobierno como base del nuevo orden mundial.

Estos Estados Unidos se enfrentan a una aflicción económica de grandes proporciones. Sufrimos la más larga y una de las peores inflaciones sostenidas de nuestra historia nacional. Distorsiona nuestras decisiones económicas, penaliza el ahorro y quiebra a los esforzados jóvenes y a los jubilados por igual.

Industrias ociosas mandan trabajadores al desempleo, lo cual causa miseria humana e indignidad personal. A aquellos que sí trabajan, se les niega una recompensa justa por su trabajo mediante un sistema fiscal que penaliza el éxito y evita que mantengamos una plena productividad.

Pero, grande como es nuestra presión fiscal, no se ha mantenido a la par con nuestro gasto público.

En esta crisis actual, el gobierno no es la solución a nuestro problema. El gobierno es el problema.

Somos una nación que tiene un gobierno, no al revés. Es hora de corregir y dar marcha atrás la expansión del Estado que muestra signos de haber crecido más allá del consentimiento de los gobernados.

Es hora de despertar otra vez al gigante industrial, devolver al gobierno a sus asuntos, y aligerar nuestro punitivo sistema fiscal. Y estas serán nuestras primeras prioridades y, sobre estos principios, no habrá compromisos.

Bill Clinton, presidente 42, 20 de enero de 1993 (primer mandato): Tras el fin del bloque socialista, el desafío global.

Hoy generación que ha crecido a la sombra de la Guerra Fría asume nuevas responsabilidades en un mundo calentado por el sol de la libertad, pero amenazado aún por antiguos odios y nuevas plagas.

Cuando George Washington hizo el juramento de lo que acabo de jurar que voy a cumplir, la noticia se transmitió poco a poco por tierra a lomo de caballos y llegó en barco al otro lado del océano. Hoy las imágenes y el sonido de esta ceremonia se retransmiten de manera instantánea a millones de personas en todo el mundo.

Las comunicaciones y el comercio son globales; la inversión es móvil; la tecnología es casi mágica; la ambición de una vida mejor es ahora universal.

Hagamos de nuestro gobierno el lugar para lo que Franklin D. Roosevelt llamó “una experimentación atrevida y persistente”: un gobierno para nuestro mañana, no de nuestro ayer.

Hoy, cuando un viejo orden desaparece, el mundo nuevo que surge es más libre, pero menos estable. La caída del comunismo ha dado vida nueva a odios antiguos y nuevos peligros. Sin lugar a dudas, América debe seguir liderando el mundo que tanto hizo por construir.

George W. Bush, presidente 43, 20 de enero de 2005 (segundo mandato): En la era del terrorismo global.

Hemos notado nuestra vulnerabilidad y hemos visto su fuente más arraigada. Mientras en naciones enteras del mundo hiervan el resentimiento y tiranía, propensas a ideologías que alimentan el odio y justifican el asesinato, se acumulará la violencia y se multiplicará el poder destructivo, y cruzarán las fronteras mejor defendidas y representarán una amenaza mortal.

Sólo existe una fuerza de la historia que puede acabar con el reinado del odio y el resentimiento, y exponer las pretensiones de los tiranos y reconocer las esperanzas de las personas decentes y tolerantes, y es la fuerza de la libertad humana.

Los sucesos y el sentido común nos llevan a una conclusión: la supervivencia de la libertad en nuestro país depende cada vez más del éxito de la libertad en otros países.

Por lo tanto, es la política de los Estados Unidos procurar y apoyar el desarrollo de movimientos e instituciones democráticas en cada nación y cultura, con el objetivo final de poner fin a la tiranía en el mundo.

Todos quienes viven bajo tiranía y sin esperanza deben saberlo: Estados Unidos no ignorará su opresión ni justificará a sus opresores. Cuando se alcen a favor de su libertad, estaremos de su lado.

Barack Obama, presidente 44, 20 de enero de 2009: Frente a la gran crisis económica.

Nuestro país está en guerra contra una red de violencia y odio de gran alcance. Nuestra economía se ha debilitado enormemente, como consecuencia de la codicia y la irresponsabilidad de algunos, pero también por nuestra incapacidad colectiva de tomar decisiones difíciles y preparar a la nación para una nueva era.

Hemos escogido la esperanza por encima del miedo, el propósito común por encima del conflicto y la discordia.

Miremos donde miremos, hay trabajo que hacer. El estado de la economía exige actuar con audacia y rapidez, y vamos a actuar; no sólo para crear nuevos puestos de trabajo, sino para sentar nuevas bases de crecimiento.

Nuestra herencia multicolor es una ventaja, no una debilidad. Somos una nación de cristianos y musulmanes, judíos e hindúes, y no creyentes. Somos lo que somos por la influencia de todas las lenguas y todas las culturas de todos los rincones de la Tierra; y porque probamos el amargo sabor de la guerra civil y la segregación, y salimos de aquel oscuro capítulo más fuertes y más unidos, no tenemos más remedio que creer que los viejos odios desaparecerán algún día.

Nuestros retos pueden ser nuevos. Los instrumentos con los que los afrontamos pueden ser nuevos. Pero los valores de los que depende nuestro éxito —esfuerzo y la honradez, el valor y el juego limpio, la tolerancia y la curiosidad, la lealtad y el patriotismo— son antiguos. Son cosas reales. Han sido el callado motor de nuestro progreso a lo largo de la historia.