La vigencia de territorios como Valdez o Cardova certifica que el hoy estado norteamericano estuvo ocupado por colonos españoles.
Aún quedan topónimos en Alaska –Valdez, Cordova–, que recuerdan que un día España ostentó la soberanía sobre el reino del hielo. Discurría el último cuarto del siglo XVIII, y España se hallaba sólidamente asentada en California con sus Misiones, desde que Carlos III decidió ocuparla para contener el avance ruso y evangelizar a los nativos.
Pero España imprimió un nuevo impulso a su progresión en la costa del Pacífico, porque la amenaza rusa seguía latente, y porque era preciso confirmar o desmentir la existencia del mítico Estrecho de Anian, un pasillo acuático que supuestamente conectaba el Atlántico con el Pacífico, y que las naciones europeas llevaban buscando desde el siglo XVI.
Y así fue como España acometió nuevas expediciones marítimas hacia el Norte, como la de Bodega, que en un pequeño esquife había llegado heroicamente hasta las latitudes de Alaska. Animado por ello, el Virrey de Nueva España impulsó otra expedición con mejores barcos, al mando de los capitanes Arteaga y Pérez, que remontaron más aún, arribando en 1779 a la bahía de Nutka, un enclave que sería esencial en los acontecimientos venideros.
Debido a que no se detectó la presencia de rusos, España dispuso entonces un parón de las expediciones durante los siguientes diez años, algo que sería letal para sus intereses. Porque el viaje de Cook «descubrió» para Europa la existencia de la costa pacífica norteamericana y su potencial en pieles de nutria marina, comercio sobre el que se lanzaron esas naciones, además de los recién nacidos Estados Unidos, mientras España, interesada por otras cuestiones de más altas miras como la soberanía y la evangelización, ignoraba tal comercio.
El creciente cabotaje internacional en la zona decide a Carlos III a consolidar los derechos españoles, y Esteban Martínez y Gonzalo López de Haro navegan hacia el Norte, descubriendo finalmente no solo que Rusia pretende establecerse en Nutka, sino que Inglaterra también quiere fijar allí una base comercial.
Esto era intolerable para España, que despacha de nuevo a Martínez, esta vez con tropas para ocupar formalmente Nutka y desalojar a cualquier forastero. Llegados a la bahía, construyen el fuerte de San Miguel, se encuentran con dos buques privados norteamericanos, a los que Martínez libera, otro portugués y dos ingleses, que requisa sin miramientos, y apresa a sus capitanes. El conflicto con Gran Bretaña estaba servido.
Muerto Carlos III, el nuevo Virrey de Nueva España, el conde de Revillagigedo, ordena reforzar el asentamiento de Nutka y la soberanía española en la región. El capitán Salvador Hidalgo, al mando de los Voluntarios de Cataluña, costea por el litoral de Alaska, bautiza un paraje como Valdés, y en el fondeadero de Puerto Córdova desembarca, se amista con los nativos y el 3 de junio de 1790 toma posesión de Alaska en nombre del Rey de España. El Imperio español alcanza así su máxima extensión histórica.
Al día siguiente llegan los rusos, y no solo Hidalgo los ahuyenta, sino que busca su base de operaciones, en la península de Kenai, y ante su vista iza de nuevo la enseña española, ratificando sus derechos soberanos sobre Alaska. Mientras tanto, ha crecido la indignación británica sobre los apresamientos de Nutka, que a punto estuvieron de provocar una guerra internacional, con España y Francia de un lado e Inglaterra y Holanda de otro. De hecho, España y Gran Bretaña se prepararon para la guerra, que Inglaterra, ya una potencia marítima, deseaba fervientemente para desmantelar la presencia española en la costa pacífica norteamericana, y apoderarse de sus recursos, en especial la pesca y el comercio de pieles.
Al final Inglaterra consiguió sus objetivos, no por las armas, sino por los despachos. España era una potencia periclitante, y buscó la negociación, que consiguió a un alto precio, el de desmantelar su fuerte de Nutka y liberar el tráfico marítimo en la zona. El convenio se firmó en 1791, pero tardó cinco años en ejecutarse, y mientras tanto la base española de Nutka sirvió de base de operaciones para los barcos británicos, rusos, franceses y norteamericanos, que visitaban en número creciente la zona, además de la expedición científica española de Malaspina.
Al final cumplióse el acuerdo. España arrió su bandera en Nutka y desmanteló el fuerte. Alaska y la costa pacífica quedaron como zona libre de soberanía, y poco después los Estados Unidos se harían con ella.
Queda un último apunte: Rusia pretendía desplazar a España de California y de toda la costa, como propuso el comisionado Rezanov al Zar: «todo el país puede convertirse en parte integral del imperio ruso». España frenó a Rusia, que de haber ocupado la ubérrima California no la hubiera abandonado, ni vendido como hizo con la gélida Alaska. Y por eso, los Estados Unidos deben agradecer a España poseer hoy la soberanía sobre California.