“¡Miren, miren! ¡Ramsés está aquí!”, gritaban decenas de jóvenes mientras bailaban y aplaudían. Como el resto de los vecinos de Al Matariya, un suburbio del este de El Cairo, también ellos celebraban la repentina atención mediática que está cobrando esta deprimida zona desde el reciente hallazgo arqueológico.
Pensaron que podría tratarse de Ramsés II, uno de los faraones más poderosos del antiguo Egipto. Pero la escultura, que mide en torno a ocho metros y estaba sumergida en aguas subterráneas, era de Psamitek I, quien gobernó entre el 664 y el 610 a. C.
Al Matariya formó parte en el pasado de la antigua Heliopolis, la ciudad del Sol. Según los científicos, por eso creyeron que la estatua era de Ramsés II, pues en esta zona también se han encontrado restos de uno de sus templos. “Aquí se apareció el dios del Sol sobre una colina. Fue el primer amanecer del mundo y el momento en el que el mundo se despertó”, explica el experto alemán Dietrich Raue, de la Universidad de Leipzig.
“Al Matariya es muy importante para la cultura del antiguo Egipto. Aquí se sitúa el principio de todo. Y estoy seguro de que podemos encontrar mucho más”, añadió. Los arqueólogos excavan esta zona desde el 2012. “Es una cuestión de tiempo y dinero”, señala Raue, a quien le gustaría llevar a cabo nuevas excavaciones.
Después de que en los últimos días se recuperaran algunas partes de la gigantesca estatua, varias piezas continúan allí, sobre el suelo. Por eso, muchos acusan a las autoridades de negligenci
Que el ministro tiene razón queda patente, por ejemplo, cuando Mohammed, un vecino de Al Matariya, pregunta quién es ese tal Ramsés. El joven veinteañero espera montado en su rikshaw la llegada de clientes y, aunque le alegra que la estatua haya atraído a más gente al barrio, opina que las autoridades deberían venderla y, con ese dinero, ayudar a mejorarlo.
El gobernante bélico
Ramsés II, apodado el Grande, fue el tercer faraón de la dinastía XIX, coronado en 1279 a. C, cuando tenía 10 años, “como rey de Egipto sobre el trono de Horus de los que están vivos, sin que pueda haber nunca jamás su repetición”, según narran las fuentes de la época.
Fue famoso tanto por sus incursiones bélicas como por las grandiosas edificaciones que hizo levantar durante su mandato y entre otros, ordenó construir el templo de Abu Simbel, en el sur del país.
Fue un maestro en el uso de la propaganda, y para engrandecerse más no dudó en usurpar inscripciones y estatuas de monarcas anteriores, incluido su propio padre, Seti I.
Para mantener vigilada la frontera del norte, siempre amenazada por incursiones de libios o de pueblos del Próximo Oriente, y para alejarse del poderoso clero de Amón en Tebas trasladó la capital de Egipto a Pi Ramsés, una pequeña ciudad del Delta fundada por su abuelo, Ramsés I. Pi Ramsés llegó a alojar a unos 300 mil habitantes y Tebas quedó relegada a capital religiosa.
El pequeño pueblo
Según datos oficiales, unas 700 mil personas residen en Al Matariya, cuya extensión es de alrededor de cuatro kilómetros cuadrados. Hablando de excavaciones, esto supone todo un reto. “Me gustaría seguir excavando”, dice el ministro Al Anani, apuntando a las casas cerca del lugar del hallazgo. “Cuando se hayan recuperado las piernas de la estatua, quizá en esa dirección”, añade. Pero allí no será posible.
Al mismo tiempo, el ministro arroja tierra sobre el temor de que, a partir de ahora, sean los vecinos de la zona los que lleven a cabo sus propias excavaciones de manera ilegal. “¿Aquí? No. Pero debemos seguir trabajando juntos para que los habitantes de la zona se conciencien a largo plazo de la protección de sus vidas y de las antigüedades”, añadió.
“No podemos dejar los restos aquí”, afirma. “Primero, porque todos los monumentos importantes están bajo el agua y, segundo, porque no podemos pedirle a la población que abandone sus casas solo porque queremos dedicarnos a la arqueología. Por eso, hay que buscar un equilibrio entre los requerimientos de una ciudad moderna y las excavaciones”.
DPA/ National Geographic BBC