Por Mauricio Eduardo Colorado.-Desde que Carlos Marx ideo la teoría que lleva su nombre, el marxismo, ha debutado en todas las sociedades del globo, como una teoría basada en la premisa; Dios no existe. Los dirigentes políticos de todo el mundo, han sostenido la inexistencia de Dios, aseverando que si existiera ese Dios bueno y justo que pintan las religiones, no existirían desigualdades ni pobreza en el globo terráqueo. De ahí que surge la conocida frase de que la religión es el opio del pueblo, porque lo adormece y lo mantiene en un letargo que le impide prosperar. Paralelamente a ese estatus que nace a finales de los años 1800, y logra su primera y gran victoria al tomar el poder en la poderosa Rusia tras la revolución de 1917, que derrocó a los Zares, e impuso el régimen que todos conocimos, configurado por un sistema totalitario, en los cuales el dirigente supremo llegó a ser el amo supremo y absoluto del estado. La realidad es que en muchos y diferentes países, la religión, y especialmente los dirigentes de las religiones –todas- han pretendido ejercer un poder material con el cual pretenden imponer sus criterios, prácticas y costumbres, aprovechándose de la ignorancia de los ciudadanos de cada país. Sin embargo, tras la caída del sistema comunista a finales de los años de 1900, y especialmente con la caída de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, se han visto algunos cambios, pero siempre atendiendo el sentido de mantener y controlar el poder político de las naciones. Estudios profundos y el desarrollo de nuevas teorías, tales como la teología de la liberación, y otras, se ha pretendido utilizar las creencias religiosas del ser humano, -que no se han podido desarraigar de la humanidad- y han hecho cambiar el método para sostener bajo control a las mayorías de los pueblos, al entender que por medio de votantes, y no por la fuerza del fusil, se obtienen resultados mas aceptables y efectivo, para el sometimiento de los pueblos. En el caso de nuestro país, podemos advertir, que los intentos de someter a los ciudadanos a un determinado poder político, han pasado por el sacrificio de líderes religiosos, como el caso del arzobispo Romero, y los sacerdotes Jesuitas, que como efecto de su intervención política nacional, y el correspondiente riesgo, sufrieron el máximo sacrificio al perder sus vidas en el proceso. Consecuencia de lo anterior, ha sido la transición del ateísmo original de la revolución en Rusia, que se ha llegado a un cambio radical, tomando como líderes del movimiento a quienes sufrieron al sacrificio de sus vidas, (por causa y motivos religiosos) en estandartes políticos a favor de la causa totalitaria. En la actualidad, se venera y se propugna a Monseñor Romero, como a San Romero de América, con el objeto de que posterior a su canonización, se postule como patrono de la revolución, o del sindicalismo, al igual que el caso jesuita, donde las víctimas se postulan y pregonan como los Mártires de la UCA, y se insiste en mantener vivo el caso y con ello, latente el espíritu de venganza y controversia política que la simple mención, trasporta a los creyentes. De esa forma, es que podemos apreciar como aquellos que siempre declararon ser ateos, asisten a los actos eclesiásticos que se celebran en los templos católicos que antes repudiaban. Muy delicado este tema para denunciarlo desde los púlpitos cristianos, pero siempre interesante para tenerlo vigente como tema de debate en cualquier sociedad moderna. La artificial declaración de mantenerse al lado de los pobres, deberá complementarse con ejemplos de vida, y no solo con dictámenes desde la barrera, para que demuestren sustentación.
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