Cambio climático seca Laguna de Atescatempa en Guatemala

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Prensa Libre de Guatemala – Restos de almejas y caracoles sobre la tierra cuarteada por el sol es todo lo que queda de lo que fue la laguna de Atescatempa, Jutiapa, un lapidario ejemplo del impacto del cambio climático en el corredor seco centroamericano.

En medio de la aridez de la zona, pobladores de Guatemala, Honduras y El Salvador claman por ayuda para asegurar su producción de alimentos.

La imagen de Atescatempa es apocalíptica: el agua azul turquesa que cubría más 5.5 kilómetros cuadrados ya no existe por la falta de lluvias, el excesivo calor y porque el caudal de dos ríos que la alimentaban ya no alcanzan a llegar.

“Nosotros no tenemos ingresos ni dónde trabajar, la esperanza estaba en la laguna para comer pescado y para sostener a la familia”, confiesa frustrado Juan Guerra, un lugareño que ha vivido sus 56 años en las riberas de la ahora desaparecida laguna en donde ahora se ven balsas y lanchas abandonadas.

Wilman Estrada, un joven de 17 años que comenzó a pescar desde los nueve, sentado a la orilla de un charco de agua en el otrora centro de la laguna también lamenta la situación ambiental: “La laguna se ha secado porque los inviernos no han sido buenos”.

“Dan ganas de llorar”, admite impotente mientras lanza una mirada al cielo, esperanzado de que caiga algo de lluvia.

Wilman Estrada, vecino de Atescatempa, Jutiapa, lamenta que la laguna se haya secado, pues en ella pescaba para ganarse la vida.

Pero la esperanza del pescador contrasta con los pronósticos del Foro del Clima de América Central, que anticipa la posibilidad de que a partir de julio vuelva a hacerse sentir el fenómeno de El Niño, con su secuela de sequía.

La otrora paradisíaca laguna de Atescatempa quedó en las fotos que lugareños guardan en sus teléfonos móviles y en los sitios web que la promocionaban como destino turístico.

Su reducción se venía notando ya desde hace tres años, según los pobladores.

“Realmente el cambio climático está afectando la vida y el futuro de estos países y de muchos de nuestros hijos en Centroamérica”, advierte Héctor Aguirre, el coordinador de la Mancomunidad Trinacional, un ente integrado por medio centenar de municipios fronterizos.

Pérdidas por clima

En la parte del corredor seco centroamericano, que se extiende por Guatemala, Honduras y El Salvador, se registró en el 2016 una de las sequías más graves de los últimos 10 años, dejando a 3.5 millones de personas necesitadas de asistencia humanitaria, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).

“El fenómeno de El Niño, potenciado por el cambio climático, ha provocado que el corredor seco de Centroamérica sea una de las zonas más vulnerables del mundo”, sostiene Aguirre.

Un grupo de niños corre sobre el terreno árido de lo que en algún momento fue la Laguna de Atescatempa, Jutiapa.

Para atenuar el impacto de la variabilidad climática, la Mancomunidad capacitó a dos mil 145 agricultores de subsistencia de los tres países para “diversificar” la producción agrícola con el fin de “garantizar” la seguridad alimentaria.

La desnutrición es visible en la aldea La Ceiba Talquezal, Jocotán, Chiquimula, donde 114 familias que aglutinan a 540 indígenas de la etnia maya chortí sufren por la falta de alimentos.

De clima agradable por estar a mil 200 metros de altura, esa comunidad dejó de recibir ingresos y comenzó a sufrir carencias luego de que en el 2013 la roya afectara las plantaciones de café, con la consecuente pérdida de empleos.

Ante el crítico panorama que afrontaba, la Mancomunidad puso en marcha el programa “Hambre Cero”, que busca sacar de la desnutrición aguda a los niños con ayuda del Sistema de la Integración Centroamericana y la Unión Europea.

La comunidad recibe raciones de incaparina (mezcla de harinas), arroz, frijoles, azúcar y aceite, y luego, con asesoría de nutricionistas, cocina los frijoles y arroz con tomate, cilantro, flor de izote y otras plantas.

“Con la preparación que hacemos de frijoles, arroz y las plantas que tenemos hemos logrado que los niños aumenten de peso”, cuenta Marina Aldana, de 36 años, madre de ocho niños.

“Donde hay comunidades indígenas estos problemas de desnutrición se agudizan por una sencilla razón: las poblaciones indígenas no son prioridad de los Estados”, resume Aguirre.