Asesinatos de mujeres alcanzan nuevos récords en América Latina, liderados por El Salvador

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Andrea Guzmán tenía 17 años. Vivía en El Salvador, donde la violencia de las maras es tan intensa que lo ha convertido en el país con la tasa de homicidio más alta del mundo. Un jefe de la Mara Salvatrucha (MS-13), el Cucharita, la había heredado de otro, el Thunder, detenido: en el mundo de las pandillas, las mujeres son cosas a disposición de los varones. Las secuestran, las retienen en sus almacenes —de armas, contrabando, drogas y dinero—, las violan de a uno o en grupo, las llaman “putas”, las obligan a ser madres, las matan. Les regalan chocolates y se violentan si no los disfrutan.

“Una vez que un pandillero iniciado, un homeboy —como se llaman— toma posesión de una adolescente o joven, ella se arriesga a una golpiza o a la muerte si trata de irse sin permiso”, explicó el corresponsal de The Wall Street Journal (WSJ), Juan Forero. Y desde luego, no existe tal cosa como un permiso. “Cuando tienes una mujer, se convierte en tu propiedad, sólo para ti y para nadie más”, le dijo un ex marero.

Las mujeres mueren a manos de varones de manera desproporcionada en América Latina.

Andrea Guzmán no quería ser la novia de un marero. No comía los chocolates que Cucharita insistía en enviarle desde que Thunder había entrado a la cárcel. Pero decir “no” estaba fuera del menú de opciones. Acosada por Cucharita, Andrea recibió una advertencia. Luego otra. Un día Cucharita se acercó al padre de ella con un arma semiautomática, que blandió frente a su cara.

Por fin, una noche llegó con otros seis mareros a la casa de los Guzmán. Tras atar a los padres y el hermano de Andrea, se llevaron a la chica, que apareció muerta de un tiro en la frente un rato más tarde. “Es mejor no tener una hija aquí”, dijo a WSJ José Elmer Guzmán, el padre de la asesinada. “Me tendría que haber ido de este país con mis hijos”.

América Latina es la capital mundial del homicidio: aunque sólo tiene el 8% de la población del mundo, concentra el 33% de los asesinatos. A la cabeza del listado de países que la convierten en la región más violenta del planeta se hallan El Salvador, Venezuela, Guatemala, Honduras y Brasil. Debido al narcotráfico y fenómenos de femicidio como Ciudad Juárez, México coquetea con ese Top 5. Y Colombia ha estado cerca en más de una estadística anual.

Cuando un joven se inicia en la Mara Salvatrucha toma como posesión a una muchacha, y si ella se resiste las opciones son golpiza, violación o muerte, o todo eso.

Si bien en el Triángulo Norte de América Central (El Salvador, Honduras y Guatemala) la violencia llega a extremos —desde 2013, la tasa de femicidio de salvadoreñas se duplicó, y es más de seis veces la de Estados Unidos—, el asesinato de mujeres por su condición de género trasciende esas fronteras. “Las mujeres mueren a manos de varones de manera desproporcionada en buena parte de América Latina”, observó WSJ.

México y Brasil fueron, por su enorme población, los que registraron las mayores cantidades de muertas, según la Comisión Económica Para América Latina y el Caribe (CEPAL). Es difícil establecer si esas cifras son reales, ya que en México sólo el 10% de las víctimas había denunciado violencia machista antes de su muerte (la misma cifra que en Argentina) y en 2017 hubo 3.430 asesinadas, pero solo 760 casos se investigaron como feminicidio, ya que en algunos estados el delito no está tipificado. Algo similar sucedió en Colombia, con 1.002 asesinadas: sólo 144 se procesó como violencia de género.

En Perú existe un movimiento de mujeres contra la violencia de género.

El enfoque de los medios muchas veces es sensacionalista: en Brasil la televisión mostró en agosto los videos de seguridad en los que se veía cómo un hombre perseguía a su mujer en el estacionamiento del edificio donde vivían, la golpeaba en el ascensor y finalmente la arrojaba desde el quinto piso: lo único que quedó exento del espectáculo fue el estrangulamiento (la mujer fue tirada al vacío ya muerta) en la intimidad del apartamento.

En Perú, un hombre arrojó gasolina sobre una joven de 22 años, mientras viajaban en un autobús, y le prendió fuego. Estaba convencido de su derecho a disponer de otra vida humana, simplemente porque él era varón y ella mujer: “Usa su belleza para manejar a los hombres”, dijo cuando admitió el homicidio. “Cuando estaba triste, le regalé un oso de peluche y flores. Pero se molestó, me dijo que no era su novio”. Entonces se molestó y la mató.

“A las mujeres se las desprecia mientras crecen, haciéndolas sentir ciudadanas de segunda”, dijo a Forero Silvia Juárez, abogada de Mujeres Salvadoreñas por la Paz, una ONG contra la violencia machista. “Los homicidios sólo se van a controlar cuando le enseñemos a la sociedad que las vidas de las mujeres valen más que eso”.

Desde 2015 Argentina tiene un fuerte movimiento en defensa de los derechos de las mujeres, comenzando por el derecho a la vida, pero también a igual paga y al aborto.

En Argentina hay un femicidio cada 31 horas, “una cifra que no disminuye a pesar de la gran movilización social”, destacó el diario El País. En efecto, Argentina tiene un fuerte colectivo de mujeres que reclaman por sus derechos, desde el más básico, a la vida, pasando por otros no mucho más sofisticados, como el de igual paga por igual trabajo. El movimiento —que impulsó una ley de “aborto legal para no morir”, pues la clandestinidad de la práctica genera más de una muerte por día— comenzó en 2015 con las marchas contra la violencia machista del colectivo Ni Una Menos.

Las denuncias de violencia no letal llegaron a 86.700 en 2017. Ocho de cada 10 casos tienen como victimarios a la pareja o la ex pareja de la denunciante. Una denunciante que llega tarde a esa instancia: una de cada cuatro víctimas reconoció que sufrió maltratos durante 10 años antes de decirlo, y casi la mitad, entre uno y cinco años. El abuso sexual —que muchas veces, además, afecta a menores de edad— es todavía más silenciado. En la última década, casi 3.500 niños argentinos quedaron huérfanos por los asesinatos de género.

En Colombia mueren tres mujeres por día. La justicia es profundamente patriarcal y tiende a no creer a las mujeres, cuando no a responsabilizarlas, y a excusar a sus agresores, según dijeron los expertos a El País. Existe una sólida “cultura de la impunidad”, dijo la jefa de ONU-Mujeres en Colombia, Ana Guezmes. La respaldan las cifras de la Fiscalía: la impunidad llega al 96% en la violencia de género.

México es, junto con Brasil, el país de América Latina donde mueren más mujeres.

“Estoy solita, tirada en un sitio terrible. No me puedo mover, por favor. Ayúdeme urgente, urgente. No me puedo mover”, dijo en la madrugada del 24 de mayo de 2012 Rosa Elvira Cely a la línea de emergencias colombiana. Había sido golpeada, violada, apuñalada, torturada y empalada por Javier Velasco Valenzuela en el Parque Nacional de Bogotá.

El episodio impulsó una ley contra el femicidio que no ha logrado mejorar la situación en un país donde el conflicto entre guerrillas, paramilitares y agentes estatales dejó más de 15.000 víctimas de violencia sexual solo en ese contexto, según el Centro Nacional de Memoria Histórica. Los tres grupos utilizaron el cuerpo de las mujeres en 9 de cada 10 casos como botín de guerra.

También en México el principal victimario (64% de los casos) es la pareja o ex pareja de la mujer. Según el Instituto Nacional de Estadística, más de 12 millones de mujeres sufren violencia en sus casas y 8 millones han sido asfixiadas, cortadas, quemadas y llevadas a un cuadro de depresión. Cuatro millones reconocieron que pensaron en su suicidio, además de haber temido por su vida a manos de su pareja.

La policía retira el cadáver de Jazmín Diarte Ortiz, de 32 años, asesinada en La Plata (Argentina),  por un hombre al que se busca. (Dino Calvo)
La policía retira el cadáver de Jazmín Diarte Ortiz, de 32 años, asesinada en La Plata (Argentina),  por un hombre al que se busca.

Pero como el delito de femicidio se reserva al fuero de los distintos estados que conforman el país, hay algunos que no lo definieron y otros que, aunque lo tipificaron, nunca lo han usado. En los últimos 20 años la tasa de homicidio cambió para los hombres en México: primero bajó y luego subió por las guerras narcos. En cambio, a las mujeres se las mató al mismo, parejo ritmo. “Es una epidemia que no ha dado tregua a la mitad de la población”, sintetizó El País.

WSJ citó una balada del mexicano Alejandro Fernández, titulada “Mátalas” son supuesta ironía. Dice “Consigue una pistola si es que quieres /
o cómprate una daga si prefieres / Y vuélvete asesino de mujeres // Mátalas /
Con una sobredosis de ternura”. La perpetuación de la cultura machista es uno de los principales problemas en América Latina, pero tiene expresiones más graves que las canciones cursis.

“En San Salvador, Meghan López, una estadounidense experta en violencia familiar que realiza su doctorado en Johns Hopkins University, investiga el impacto en los niños de las habilidades para la crianza de sus padres en ambientes peligrosos y asolados por la pobreza”, presentó Forero un trabajo que mide 13 factores que pueden generar problemas al llegar a la adultez, como violencia, abuso sexual, disfunción familiar y abandono.

La violencia contra la mujer es cometida mayormente por su pareja o ex pareja.

Aunque el trabajo de López todavía no está terminado, ha encontrado 8 de los 13 factores en sus encuestas entre las familias salvadoreñas. “Es astronómico”, explicó. En los Estados Unidos, 4 se considera un índice alto. “En la escala nacional esto significa que la violencia se cultiva de una generación a otra”, observó WSJ.

Es difícil pensar en que se pueda romper el ciclo de violencia cuando, tras el entierro de Andrea Guzmán, su asesino, amenazado por otros pandilleros, negoció con la policía dar información a cambio de salvar su vida. Y a poco de su ingreso a la cárcel, sus rivales consideraron que su madre sería una buena prenda simbólica, y la mataron cuando salía de visitarlo. Por otra parte, el hermano de la joven muerta, Bryan Guzmán, pidió asilo en los Estados Unidos, y debió regresar cuando se lo negaron. La familia, por ahora, lo mantiene oculto.