Adolescentes en las redes sociales: sexo, violencia y vulnerabilidad

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Crecieron cuando la ola de las Chicas Superpoderosas de los 90 se disolvía en espuma, y las princesas de Disney de los 2000 daban forma a sus juegos. El 92% de ellas tenía una vida en las redes sociales antes de entender siquiera qué son una computadora o un teléfono: las mamás, los papás, los abuelos y los amigos de la familia las mostraron cuando decían sus primeras palabras. La comunicación para ellas se realiza en un conjunto de aplicaciones —el e-mail les parece prehistórico— en las que comparten sus vidas en tiempo real y ocultan sus miedos.

Son las adolescentes de hoy.

¿Y en qué se diferencian de los adolescentes de hoy?

En que su exposición en las redes sociales las somete al juicio constante del “Me gusta” o “No me gusta” en una multiplicación infinita como la de dos espejos enfrentados. En que les impone modelos de existencia —en pocas palabras: el derrière de Kim Kardashian como un objetivo del ser— en circunstancias vulnerables de la vida, como la crisis de la edad. En que las tiene pendientes de la aceptación y el rechazo de modo tal que desarrollan angustia, desórdenes alimentarios, depresión. En que las ofrece en bandeja de plata a toda clase de extorsiones (“Mándame tu foto desnuda”; “Si no me mandas una foto desnuda, subo una de otra y digo que eres tú”) y violencias (“¿Te gusta? Puede estar en tu boca”, con foto del pene de un compañero de clase) que ha llegado al homicidio, como en el caso Nicole Lovell, una chica de 13 años que vivía en Blacksburg, Virginia, y se encontró por Kik (una app para el sexting, o mensajes de texto de contenido sexual, y selfies sin ropa) con David Eisenhauer, un joven de 18 años, uno de sus asesinos.

A ningún varón heterosexual le pasa eso. Pero a todas las muchachas, cualquiera sea la inclinación de sus sentimientos sexuales, les sucede a diario, a cada hora. Y les erosiona la autoestima, la identidad, la salud.

Eso dice, al menos, American Girls (Muchachas de los Estados Unidos), una investigación de dos años y medio que llevó a la periodista Nancy Jo Sales a explorar por qué las adolescentes viven una vida virtual absorbente y llena de peligros reales.

Sales comenzó su investigación sobre el peso del sexismo en la vida de las jóvenes en los Estados Unidos cuando preparaba una nota para Vanity Fair: ¿existía una conexión en los aumentos de noticias sobre cyberbulling, las violaciones en los campus universitarios, las filtraciones de videos muchas veces ni siquiera aceptados en el momento de realizarlos y los suicidios de mujeres jóvenes?

“Los púberes siempre se han interesado por el sexo, dede luego, pero nunca antes tuvieron tantas formas de expresarlo entre ellos, en cualquier momento del día, sin que importe dónde se encuentran. Ni siquiera tienen que estar juntos, y con frecuencia no lo están”: para eso está el sexting, sexteo.

En su primera entrevista supo que había encontrado la punta de un iceberg: “Cuando me senté a conversar con algunas muchachas en el Grove, un centro comercial en Los Angeles, sólo querían hablar de medios sociales”, escribió en la introducción.

—Las redes sociales nos están destruyendo la vida —le dijo una de las adolescentes.

—¿Y por qué no las dejan? —le preguntó.

—Porque no tendríamos más vida —le respondió otra.

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Sexo y anonimato

El libro salió un mes después de la muerte de Lovell, pero va más allá de los casos extraordinarios para foner el foco en la norma inquietante que se ha establecido, por la cual las menores de edad aceleran y distorsionan su exploración de la sexualidad en las redes sociales: utilizan aplicaciones para inflar sus traseros à la Kardashian en las selfies; sextean en clase; se encuentran con desconocidos en Tinder (más del 7% de los usuarios de la plataforma de citas tenía entre 13 y 17 años según cifras de la empresa de 2014). La ansiedad y la depresión crecen entre aquellas que no se consideran sexualmente atractivas, o a las que sus pares insultan porque —aun presuntamente— son sexualmente atractivas.

“Hice una especie de viaje picaresco, en el que visité diez estados (Nueva York, Nueva Jersey, Virginia, Florida, California, Arizona, Texas, Indiana, Delaware y Kentucky) y hablé con muchachas de 13 a 19 años sobre sus vidas en las redes sociales y fuera de ellas”, escribió Sales. “Luego de hablar con ellas seguí sus cuentas para ver qué publicaban y verificar cómo seguían. Y aunque ellas sabían que yo era una de sus seguidoras en esos foros públicos, algunas veces mi mirada se sentía —como lo dicen ellas— un poco acosadora, y en ocasiones me pregunté ‘¿Qué estoy haciendo? ¿Qué estamos haciendo?'”.

Una de las aplicaciones que siguió porque se destacaba entre las favoritas de sus entrevistadas fue Yik Yak, “el Twitter anónimo”, muy difundido entre los jóvenes de la escuela secundaria y la universidad. “Como muchas aplicaciones anónimas, ha salido en las noticias en relación a casos de cyberbullying, y algunas escuelas y universidades lo han prohibido”.

Descubrió muchas publicaciones sobre sexo. “Y muchas de ellas parecen describir algo distinto de lo que sabemos de los jóvenes del pasado. Hay publicaciones sobre desear y buscar sexo, aun sólo cibersexo, inmediatamente, sin que importe con quién. (“¿Alguien quiere coger?”). La tecnología hace posibles esas conexiones sexuales inmediatas”.

Hay conversaciones en las cuales los usuarios intercambian sus identidades en otras aplicaciones anónimas, “lugares para sextear y compartir desnudos”. Sales percibió que el lenguaje de esas publicaciones “recuerda al lenguaje de la pornografía, plagado de palabras vilipendiosas hacia las mujeres y las jóvenes”. Al comienzo esos posteos le sonaban chirriantes, pero luego de un tiempo se acostumbró: “En las redes sociales, por la repetición extendida, se vuelven rápidamente normales cosas que alguna vez podrían haber sido consideradas intolerables o perturbadoras”.

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Pornografía casera juvenil

Sin embargo, algo la sorprendió una noche de sábado en octubre de 2015. “Algo que aún a los yikyakers más habituados les resultó escandaloso”, describió. “‘Dios mío, Syracusesnap’, ‘LMFAO [riéndome a morir] Syracusesnap’, ‘¿Qué es Syracusesnap?'”, citó Sales el comienzo del incendio. “Todos querían saber. Todos tenían que saber”.

Syracusesnap era una story de Snapchat, “una serie de fotos o videos en Snapchat que se mantenían visibles durante 24 horas en lugar de los habituales 1 a 10 segundos por cada visualización”. Son lo más popular de Snapchat, con más de 1.000 millones vistas por día, según la compañía. “Pero pocas se vuelven virales. A las pocas horas de su creación, Syracusesnap tenía como seguidores a estudiantes universitarios y adolescentes en todo el país”, observó la autora.

Mostraba fotos de estudiantes en los domitorios universitarios: adolescentes desnudas. “Muchachas en actos sexuales. Con muchachos, con muchachas. El sexo con muchachos se veía casi siempre en una posición de pie, con la muchacha inclinada y la cabeza hacia el suelo”, escribió. “Había fotos de los senos y los traseros de las muchachas; en muchas de ellas se las veía boca abajo en una cama o en el suelo, con las caras ocultas. Había una foto de un muchacho que cargaba los cuerpos de dos chicas sobre los hombros: sus traseros, en idénticas tangas negras hacia la cámara, y la cara asombrada de él entre los dos pares de nalgas”. A medida que avanzaba la noche, más jóvenes se avisaban unos a otros sobre la story, y las imágenes se volvían más hardcore.

Los comentarios se multiplicaban en las redes sociales. Sales observó que muchos de los elementos que había detectado en sus diálogos con las chicas se concentraban en este ejemplo. “Estaba el elemento viral, el incendio que se expande en línea, el setimiento de que hay algo allí fuera que se debe conocer y compartir, excepto que uno quiera quedar fuera de la conversación. Estaba la naturaleza sexual de lo que se compartía y el hecho de que se centraba en las imágenes de mujeres jóvenes desnudas, algunas de ellas acaso adolescentes. Estaba el comentario en forma de chisme y escarnio, de las chicas por sus conductas sexuales”. Pero nada se criticaba sobre la de los varones.

Sexo y violencia

“Desde luego, todo se decía sin que nadie preguntara siquiera cómo se habían conseguido esas fotos sexualmente explícitas de esas muchachas. ¿Se habían filtrado? Es otro tema que había aparecido con frencuencia en mis entrevistas: el cyberbulling de las mujeres que habían enviado fotos dirigidas a un único destinatario íntimo”.

Sales citó una historia, que eschuchó con variaciones de casi todas las entrevistadas:

“—Mi amiga estaba en VC

con este tipo con el que más o menos salía —dijo Melissa—. Él le mandó muchas fotos desnudo, pero ella sospechaba que si le mandaba fotos de ella se las mostraría a otra gente. Así que lo llamó por Skype y le mostró sus fotos desnuda. Y él hizo capturas de pantalla sin que ella lo supiera. Se lo mandó a tanta gente… y al equipo entero de béisbol. Ella pasaba y escuchaba murmullos, cuando no la insultaban. No se termina nunca. Él todavía las tiene y se niega a borrarlas”.

En una entrevista con cuatro amigas, la autora de American Girls preguntó quiénes subían fotos provocativas. Todas lo hacían.

“—Más provocativa equivale a más ‘Me gusta’ —dijo Greta.

—Atrae a más chicos y obliga a otras chicas a pensar en hacerlo, por la atención. Son adictas a la atención —dijo Padma, frunciendo el ceño.

—Creo que algunas suben fotos medio putas de ellas para mostrarles a los muchachos lo que ellos quieren ver —dijo Zoe—. Es irritante.”

Y algunos amenazan cuando no consiguen lo que quieren ver: “Dos adolescentes de 13, una de ellas de Florida o otra de Nueva Jersey, me dijeron que si no [enviaban fotos] unos chicos las habían amenazado con dispersar rumores sobre ellas y mandar una foto que no fuera de ellas, pero con sus nombres”, escribió la autora.

Sales mencionó otra aplicación, Yeti Campus Stories, una mezcla de Snapchat con Yik Yak que en la página de iTunes se advertía que no podía ser descargada por alguien de menos de 17 años (“¿pero quién lo verifica?”) y advertía que su contenido podía incluir “violencia medianamente realista” y con frecuencia “asuntos sugestivos” y consumo de drogas.

Una investigación de la Universidad de New Hampshire de 2014 descubrió que 1 de cada 11 adolescentes había experimentado alguna clase de demanda sexual online no deseada; según otros estudios, la cifra es 1 de cada 7. “Todo esto se vuelve muy complicado en una atmósfera de sexualidad exacerbada, en la cual se ha normalizado el sexteo y el envío de fotos de penes y de desnudos. Mucho de esta nueva normalidad se hubiera considerado predatoria o dañina en el pasado”.

Ser hot o no ser hot: ¿la cultura de Sillicon Valley?

La autora cree que esta cultura de los medios sociales está íntimamente vinculada al modo en que funciona Silicon Valley. Sales no lo ve como el mundo genial de unos superdotados, sino como un universo machista: “Según el Departamento de Trabajo, el 70% de la fuerza laboral en las diez compañías más importantes de Sillicon Valley en 2012 estaba compuesto por varones, y el 63%, blancos. Entre los ejecutivos y gerentes superiores, el 83% era varón y blanco”.

Más del la mitad de las mujeres que trabajan en informática dejan su empleo a mitad de su carrera, porque encuentran su techo mucho antes de lo previsible. Sales citó un artículo que Nina Burleigh publicó en Newsweek en 2015: “Googlee ‘Silicon Valley’ y ‘frat boy culture’ [cultura de los universitarios que pertenecen a fraternidades masculinas] y encontrará docenas de páginas con artículos y enlaces a noticias, blogs, diatribas, cartas, videos y tuits sobre amenazas de violencia, bromas sexistas y misoginia al paso, más informes sobre contratación y despido según el género, acoso sexual de primera categoría y un sistema financiero que premia a los varones jóvenes y tima a las mujeres”.

Para dar un ejemplo de cómo esa cultura impregna el código mismo en que se escriben las aplicaciones, y por ende afecta la vida de las adolescentes a diario, Sales habla del concepto de “hot o no”, que hoy es común y nació en 2000 como un sitio para calificar fotos creado por dos ingenieros de Sillicon Valley. La primera idea de YouTube fue hacer lo mismo pero con videos.

“Muchas jóvenes sienten casi continuamente la presión de ser considerada hot”, escribió. “Los sitios con que suelen intercambiar las animan a postear imágenes de sí mismas y al uso del ‘Me gusta’, con el cual los usuarios pueden juzgar su aspecto y, en los hechos, clasificarlas. Cuando las muchachas publican sus fotos en Instagram o Snapchat o Facebook, saben que se las juzgará según cuán hot sean, y de una manera cuantificable: con números o con ‘Me gusta'”.

Si bien la selfie acentúa la preocupación por la apariencia de modo general, “para las muchachas este foco se combina con una sexualización ubicua en la cultura más amplia, y una tendencia dominante que ya produce consecuencias graves”. No es novedad que las mujeres reciben trato de objeto sexual, “pero la sexualización se ha convertido en el modo predominante, e influye en cómo las jóvenes se ven a sí mismas y cómo se representan”.

Sales da una pista sobre por qué pudo haber sucedido eso: el auge de la pornografía desde que se masivizó internet. Ya nadie llega a la adultez sin haber visto pornografía, e inclusive alguna forma de actividad sexual delictiva, como la violencia y hasta la pedofilia. La búsqueda número uno en el sitio Pornhub durante 2014 fue “adolescente”.

“El sexo oral es el nuevo beso”

En los 30 meses durante los cuales habló con adolescentes “de orígenes socioeconómicos distintos, de razas, orientaciones sexuales e identidades de género distintas”, Sales se asombró de que ninguna de esas diferencias hiciera mella en la similitud de sus experiencias en las redes sociales. “La homogeneidad de la tecnología y el uso extendido de las mismas aplicaciones parecen haber creado una cultura determinada. Y mucho de lo que las muchachas tenían para decir sobre esta cultura involucraba la experiencia de lo que sólo se puede describir como sexismo: una palabra de la cual muchas jóvenes, sobre todo al comienzo de mi proceso, no estaban al tanto”.

Pronto la aprendieron, pero no por la autora. En 2014, Elliot Rodger, de 22 años, mató a seis personas e hirió a 14 antes de suicidarse carca del campus de la Universidad de California en Santa Bábara. “Había ido a buscar mujeres para castigarlas por no haber sabido apreciarlo y no haberse acostado con él, dijo”. También dejó en línea un manifiesto, “una diatriba misógina”, en el cual describió a las mujeres como “falladas”, “una plaga”, “incapaces de razonar o penar racionalmente”. En su mundo donde las mujeres no deberían tener derechos, las mataría de hambre en campos de concentración. “Las muchachas que entrevisté en 2013 estaban mucho más resignadas al sexismo en su ida que aquellas con las que hablé en 2014”.

Aunque Emma Watson, Taylor Swift y Beyoncé, que tienen gran impacto en la cultura adolescente, han defendido públicamente los derechos de las mujeres desde aquel momento, la story de Snapchat que Sales citó sucedió a fines de 2015. “Y las muchachas sufren. En sus teléfonos, cada día y acaso cada hora, encuentran cosas que son ofensivas y potenciamente dañinas para su bienestar y sentido de la autoestima”.

Muchas sienten que los “Me gusta” o los comentarios favorables de sus fotos sexy son una señal de su valor, aunque los hagan desconocidos. Y sus sentimientos o deseos quedan relegados.

Lily, en California, le contó cómo muchachos que no la conocen la invitan a salir en sus cuentas: le dicen “Hola, sos realmente linda, ¿salimos?”. La chica lo describió como algo intimidante. “Confesó que otro muchacho le había pedido desnudos. ‘Uno de mi edad, yo apenas lo conocía. Me quedé sombrada, porque ¿cómo creía que le iba a mandar fotos? No le dije a nadie, salvo a mis amigas, y algunas de ellas me dijeron ‘Bueno, sí, también me pasó'”.

Una joven de Nueva York le describió: “Cuando te acostás con un chico, quiere que sea como una porno. Quieren sexo anal y sexo oral de inmediato. El sexo oral es el nuevo beso”.

Adictas a las redes sociales

Para la mayoría de las muchachas estadounidenses, los medios sociales son su hábitat. “Estamos ahí 24/7”, dijo una niña de 13 años en Montclair, Nueva Jersey. “Es todo lo que hacemos”. La población de todas las edades se ha atado a los dispositivos móviles de modo inimaginable hace poco, “pero de todos los grupos de este país, las adolescentes son en realidad el número uno de usuarios de redes sociales”, evaluó Sales.

En 2015 el 88% de los adolescentes estadounidenses entre 13 y 17 años tenían acceso a un teléfono móvil, y 73% tenía celulares inteligentes, según el Pew Research Center. El 92% se conectaba a diario desde un dispositivo móvil, y el 24% por ciento estaba online casi constantemente.

Las adolescentes compartieron más imágenes que los varones: “En 2015 Facebook, Instagram, Snapchat, Twitter y lugares como Pinterest fueron los más populares entre las chicas. En 2015, ellas intercambiaron entre 30 y 100 textos por día, según estudios”, enumeró Sales. También Tumblr, Vine y Path están entre las aplicaciones más citadas, y por supuesto Tinder, Omegle y Blendr.

La autora de American Girls les preguntó a sus entrevistadas si se sentían adictas a las redes sociales. Muchas de las 200 dijeron que sí. “¿De qué otro modo se puede caracterizar una actividad que, según el estudio que uno elija como referencia, ocupa de 9 a 11 horas del día?”

Desde el punto de vista de la psicología no es tan claro, aunque todas manifestaron sentir el impacto de la dopamina que algunos investigadores sostienen que el cerebro recibe cuando se recibe “Me gusta” en una publicación o una foto. “También conocen el sentimiento de decepción cuando se ignoran sus publicaciones o, peor, se las ridiculiza o ataca”.

Lily estimó que el 95% de los vínculos sociales suceden en las redes. “Hablamos en los medios sociales. Mucha gente ni siquiera se encuentra, son novios en línea. Eso me asusta”. Una amiga de sus amigas conoció a su novio en iFunny, y sin haberlo visto nunca comenzó una relación amorosa con él. “Me alegra que tenga novio, pero realmente nunca lo vio…”

A Sales la fascina esta nueva realidad: “Por primera vez, la mayoría de las muchachas estadounidenses están involucradas en la misma actividad la mayor parte del tiempo”. Es algo que sucedió a toda velocidad —”un cambio sísmico”, lo definió la autora— y que causa cambios en el modo en el cual las niñas que se convierten en mujeres pasan su tiempo, piensan y actúan. Las amistades, las citas románticas y el sexo no serán para ellas experiencias como para las generaciones anteriores.