Mientras Diego Rivera pintaba escenas épicas de batallas entre aztecas y conquistadores o entre fuerzas revolucionarias y contrarrevolucionarias, Carlos Mérida (Quetzaltenango, 1891 – Ciudad de México, 1984) prefería el baile de líneas y colores. Este artista guatemalteco, que a principios de los años 20 hizo de ayudante de Rivera, tomó un camino distinto del de su maestro y la mayoría de muralistas mexicanos: la abstracción geométrica. Sin mojarse en política, este artista total, que fue coreógrafo, diseñador de ropa, dibujante de viñetas y escultor, además de muralista, fue la pincelada discordante —y a menudo olvidada— de este movimiento artístico.
En el centenario de la llegada de Carlos Mérida a México, el universo del artista vuelve a escena tras décadas en la sombra. El Museo Nacional de Arte de México (Munal) le ha dedicado una gran retrospectiva —hasta el mes de marzo—, la primera en el país en casi treinta años desde la organizada en 1991 en el Palacio de Bellas Artes, y el Museo José Luis Cuevas de la capital mexicana también ha montado un homenaje. Además, su familia ha creado recientemente la Fundación Casa Mérida para ayudar a difundir la obra —acaban de publicar un nuevo catálogo con la ayuda del Instituto Politécnico Nacional y se han aliado con una diseñadora para sacar una colección de ropa inspirada en el trabajo del muralista—. “Tiene un lugar en el arte universal, pero la gente no lo conoce”, explica Cristina Navas, de 74 años, nieta del artista.
Mérida empieza a abrirse hueco en el panorama artístico cuando se muda a México en 1919, tras pasar una temporada en París. En esa época el muralismo mexicano está en pleno apogeo. Rivera, Orozco y Siqueiros, los tres grandes, revisten paredes y techos de pintura que reivindica los valores de laRevolución mexicana de 1910. Pero Mérida no está del todo cómodo con el contenido político, ni con una etapa de la que, como guatemalteco, se siente un tanto ajeno. Su familia le describe como un hombre pacífico, cauto y consciente de su condición de extranjero. “Él decía que el arte y la política no se llevaban; que el arte tenía su propia política”, recuerda Navas.
Un hombre tranquilo con difícil encaje dentro del muralismo revolucionario y militante. “Difiere totalmente de la estética revolucionaria mexicana”, explica María Estela Duarte, curadora de la retrospectiva del Munal. “Mérida quería la libertad creativa y no estar sujeto a un tema”. Frente al estilo figurativo preponderante, el guatemalteco, de origen indígena quiché por lado paterno y español, por el materno, encuentra esa libertad en la abstracción geométrica de la tradición maya. “Él decía que le debía más a los murales maya de Bonampak que a las meninas de Velázquez”, dice Duarte.
El libro sagrado de esta civilización mesoamericana, el Popol Vuh, una especie de Génesis que cuenta la creación del mundo, es una de sus fuentes de inspiración y le dedica murales y varias series de dibujos, algunos en la retrospectiva. “El sentido de la abstracción en el que fueron maestros mis antepasados, tomó forma en mí tan clara, tan precisa que no hubiera podido aceptar ya otra interpretación de mis visiones”, escribe Mérida en su autobiografía.
El guatemalteco no solo innova en estilo, sino también en materiales. Sus murales no son frescos, sino mosaicos venecianos o placas esmaltadas o de vidrio que se integran con el espacio arquitectónico – la llamada “integración plástica” entre pintura y arquitectura fue una de sus obsesiones. De hecho, su obra cumbre fue un gigantesco mural en cemento policromado con motivos prehispánicos en la multifamiliar Presidente Juárez, un complejo habitacional de Mario Pani, el gran urbanista y arquitecto de Ciudad de México.
En 1985, poco después de morir del artista, un terremoto arrasa la capital y ese mosaico queda irremediablemente dañado. Una suerte parecida a la que han corrido muchos de sus murales. La investigadora de arte Louise Noelle ha atribuido este deterioro a la falta de protección legal en México de obras realizadas por extranjeros – pese a vivir en ese país gran parte de su vida, Mérida siempre conservó su nacionalidad guatemalteca. Esa desprotección hizo que su obra fuera vulnerable a los caprichos de propietarios, dirigentes públicos y hasta presidentes de la República. En 1949 se mandó retirar unos mosaicos esmaltados que decoraban un edificio oficial porque a Miguel Alemán, entonces jefe de Estado, le parecieron extraños, según recoge Noelle.
Otra causa del deterioro es el menor conocimiento del que goza la obra del maestro comparado con la de sus compañeros muralistas. Un desconocimiento que se extiende a su Guatemala natal, donde, paradójicamente, sus murales decoran algunas de las instituciones más importantes del país centroamericano, como el Banco de Guatemala o el Instituto Guatemalteco de Seguridad Social. “Hace unos meses, estuvieron a punto de destruir un mural en una vivienda particular para construir una universidad evangélica”, relata Cristina Navas, que también ejerce de agregada cultural honorífica de la Embajada del país centroamericano en México.
Pese a la constante lucha que supone la conservación del legado, la familia y la Fundación del artista están decididos a no dejarlo morir. Y esa misión pasa por alianzas sorprendentes. En noviembre Lisa Carrillo, una diseñadora de moda guatemalteca afincada en la capital mexicana, unió fuerzas con la familia y el Munal para presentar una colección de moda inspirada en Mérida. “Es triste pero no se le conoce y los que sí, no entienden la magnitud de su obra”, asegura Carrillo, que describe el trabajo en esta colección como “un proceso de curaduría”. Los vestidos, de confección artesanal y hechos con algodón y seda, saldrán a la venta a partir de febrero y un porcentaje de las ganancias irá a parar a las arcas de la Fundación, que apenas echa a andar.
Esta reciente hiperactividad de exposiciones, catálogos y colecciones de moda es alentadora. Pero quizás el mejor ejemplo del renovado interés por este pintor es la restauración del enorme mural de Los Danzantes que funcionaba de telón de una antigua sala de cine en Ciudad de México. Perdido durante años, sus figuras geométricas de 12 metros de alto bailan ahora sobre el vestíbulo de un moderno rascacielos. Gracias a noticias como esta, se vuelve a hablar de Carlos Mérida: la mejor defensa contra el olvido. (ElPais)