Una tradición que despierta las leyendas de miedo en El Salvador

La llamada "Calaviusa" en el pueblo de Tonacatepeque en San Salvador fue un deleite culinario y cultural, mezclando las leyendas indígenas, ladinas y el americanismo de Halloween

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Miles de salvadoreños comenzaron a llegar la tarde del viernes y erraron hasta la madrugada del sábado en el distrito de Tonacatepeque, en el departamento de San Salvador, para celebrar el festival de la Calaviuza, en el que entre gritos y lamentos de espanto cobraron vida la muerte y personajes mitológicos heredados, en algunos casos de la cultura maya y en otros de las leyendas de los tiempos de la colonia.

Con una lluvia pertinaz que amenazaba la cancelación del festival, las «carretas chillonas» cargadas de calaveras, antorchas y objetos de espanto, salian desde el cementerio hasta terminar en la plaza central de Tonacatepeque, donde los «escupefuego» sorprendían a niños y mayores con fogonazos que lanzaban un poco de calor a una audiencia empapada de agua lluvia y que comían lentamente los pedazos de «dulce de ayote» que les proporcionaba la alcaldía del lugar de manera gratuita.

La «Siguanaba», el «Cipitio», «Llorona», el «Cadejo» el «Padre sin cabeza», el «Justo juez de la noche» y las «Almas en pena», con gritos, alaridos y bailes terroríficos asustaron a los niños e hicieron sonreír a lugareños y gentes que llegaron desde otros lugares del país.

Las coreografías y travesuras de esqueletos vivientes que corrían entre el populacho lograban arrancar gritos de susto a los distraídos que no los veían llegar sigilosamente.

En el parque José María Villafañe, plaza central de Tonacatepeque, desde la tarde, hubo reparto de ayote (calabaza) en miel a los participantes del festival que repetían el estribillo: «Angeles somos, del cielo venimos pidiendo ayote para todo el camino, mino, mino».

El festival de la Calabiuza tiene lugar la noche del 1 de noviembre de cada año en el día de todos los santos y es considerada como una alternativa a la importada celebración de Halloween.

La celebración finalizó con una fiesta la madrugada del sábado y sin incidentes.

«Esta es la edición número 32 de esta fiesta, la que consideramos nosotros es el mayor exponente, recopilador y difusor de la mitología salvadoreña», explicó a periodistas Pedro Lemus, uno de los líderes de un grupo de jóvenes exploradores (Boyscouts) que participó en el festival y residente de este distrito.

El antecedente de la festividad proviene de principios de los años 70 del siglo pasado, con la conmemoración del día de San Caralampio o «día de pedir ayote (calabaza) en miel», pero la guerra civil (1980-1992) le puso pausa.

Tras el fin del conflicto armado interno, los habitantes comenzaron a vestirse como los principales personajes de la mitología salvadoreña para recuperar la tradición, recordó Lemus.

«Nosotros nos consideramos la capital de la mitología cuscatleca (salvadoreña)» y «para nosotros es un orgullo ser los anfitriones de esta fiesta», concluyó.

El Festival consiste en que al caer el sol, diversos grupos que representan a los barrios de la localidad se concentran en el cementerio y de ahí, vestidos alegóricamente, caminan empujando cada grupo su propia «Carreta chillona» para saber ya por la noche que barrio ganó la mejor personificación de la «Muerte» para hacerse acreedos de diversos premios proporcionados por la Alcaldía y empresas comerciales del lugar.