(Foto) fiscales que denunciaron haber sido torturados por al ex Fiscal General de la república, Douglas Meléndez, en el 2018 para que mintieran en el caso corruptela-
Milenio.-Por Margarita Ríos-Farjat, Ministra de la Suprema Corte de Justicia de México
Milenio.- Los “días internacionales” así declarados por la Organización de las Naciones Unidas son recordatorios que se incrustan en nuestra agenda personal para invitarnos a reflexionar en problemas que, quizá de tan grandes que son, aprendemos a no mirar en la cotidianidad. Pero en mirarlos entre todos está la esperanza de erradicarlos porque así apreciamos más ángulos.
Uno de esos males es la tortura, y el pasado domingo 26 de junio fue el día internacional en apoyo de sus víctimas. En su mensaje conmemorativo, António Guterres, Secretario General de la ONU, condenó esta práctica y dijo que “la tortura nos rebaja a todos y rebaja todo lo que toca”.
Ese día me vinieron a la mente un par de asuntos que votamos por mayoría en la Primera Sala a finales del año pasado. La Corte lleva años tratando con cuestiones de tortura, pero los asuntos siguen llegando hasta allá precisamente porque las aristas de este mal son múltiples.
Los casos no se relacionan entre sí, pero tenían la misma particularidad: eran dos juicios de amparo directo, cada uno promovido por un sentenciado en contra de la resolución, y una de las pruebas en su contra era la confesión de un tercero (un coimputado) que, después de haber confesado involucrándolos, decía haberlo hecho bajo tortura.
Muchas veces las personas procesadas alegan tortura sin que en realidad haya existido, pero es verdad que en numerosas ocasiones sí sucede. Por eso es indispensable, cuando ésta se alegue, la acuciosidad de los tribunales en seguir los métodos de verificación. Sin ese cuidado, los juicios se estarán reponiendo hasta que esto se lleve a cabo (con la consecuente dilación de la justicia), y que fue lo que pasó en ambos casos.
La reflexión, además, es relevante: ¿en el amparo promovido por una persona se debe comprobar si se cometió tortura en contra de otra (siendo que se trata de una afectación personalísima)? Me parece que sí en la medida de que todos tenemos derecho a no ser juzgados con pruebas ilícitas, y si alguien nos señala en una confesión arrancada en tortura, esa prueba es ilícita.
En lo que esos dos asuntos diferían era en que, en uno de ellos, el coimputado, que con su confesión había señalado al sentenciado, y que luego alegó que esa confesión fue bajo tortura, murió sin que se hubiera alcanzado a verificar si efectivamente había sido torturado.
Esto plantea un dilema: ¿cómo calibrar el impacto de una confesión así obtenida y que se usa como prueba en un juicio seguido contra otra persona? La duda queda suspendida en el tiempo.
Si bien existen diversas guías para verificar si la tortura existió, lo cierto es que el fallecimiento de quien dijo haberla sufrido torna fácticamente imposible esclarecerlo de manera definitiva. Sin embargo, como en materia penal la duda se resuelve en favor del reo porque nadie puede ser condenado si existe duda razonable de su culpabilidad, en mi voto concurrente consideré que esa prueba no puede ser tomada en cuenta por ser potencialmente ilícita. Si la persona es culpable, que se demuestre con otros elementos. Estos casos podrían ilustrar un efecto radial de la tortura, porque lastima de manera directa a quien la sufre, pero provoca un daño a personas aparentemente ajenas a ese acto. Curioso que el domingo pasado lo primero que me vino a la mente fueron los casos de dos sentenciados, quizá porque es la imagen prototípica: la tortura entraña infligir dolor a una persona para obtener una confesión o para castigarla por un acto que se sospecha que ha cometido.
Sin embargo, es necesario no olvidar que la definición de la tortura es mucho más amplia, y abarca provocar sufrimientos graves, físicos o mentales, y puede ser solo para intimidar. El poder que unas personas puedan tener sobre otras nunca debe usarse para lastimar, pero es una realidad que existe gente perversa, capaz de hacer sufrir a otros bajo motivaciones egoístas y mezquinas. La justicia ha de llegar a esos rincones porque, como dijo Guterres, la tortura es la “negación de la dignidad inherente al ser humano”, y nadie tiene derecho a menoscabar la dignidad de otros.