Venezuela — Tras una ola de arrestos, despidos y emigración desesperada se fueron los mejores talentos de la industria. Las instalaciones petroleras se desmoronan y la producción se va a pique.
Mientras el resto de los productores de petróleo del mundo se recuperan gracias a que los precios se han fortalecido, la situación de Venezuela empeora debido a su deficiente administración, la corrupción generalizada y la desgastante crisis económica que atraviesa el país.
Los problemas cada vez más graves que enfrenta la petrolera estatal, el pilar económico de Venezuela, amenazan con desestabilizar al país que enfrenta una terrible recesión, una inflación altísima y un contexto delictivo irrefrenable, además de una grave escasez de alimentos y medicamentos.
Cuando los precios de la energía comenzaron a desplomarse hace varios años, Venezuela y otros países dependientes del petróleo comenzaron a verse afectados. Ahora que los precios van al alza, otras naciones del sector petrolero se van recuperando. El gobierno de Arabia Saudita va eliminando sus déficits y sus utilidades van en aumento. Incluso países ineficientes como Libia e Irak se han dedicado a extraer y exportar como locos.
Pero eso no sucede en Venezuela, el país con las mayores reservas probadas de todo el mundo. Petróleos de Venezuela se encuentra al borde del colapso y todos sus problemas son, a la vez, tanto los síntomas como las causas de la espiral económica descendente en la que se encuentra la nación.
Los motivos son evidentes en el amplio complejo de refinación petrolera ubicado en esta costa caribeña. Era la joya de la industria venezolana, pues no solo impulsaba la boyante economía del país, sino que también producía en abundancia diversos tipos de gasolina y diésel de exportación.
Hoy en día, el complejo está muy deteriorado. Según los críticos, la falta de inversión, combinada con problemas de flujo de efectivo y una escasez crónica de refacciones, han afectado las operaciones.
Al cierre del año, opera solo al 20 por ciento de su capacidad, con 76 de sus 84 plantas paralizadas, indicó Iván Freites, líder sindical y un franco crítico del gobierno. El complejo no cuenta con el software necesario para diagnosticar sus problemas de producción y, en todo caso, tampoco tiene el dinero para arreglarlos. “Va muriendo poco a poco”, comentó.
Con instalaciones en mal estado por todo el país, Venezuela no ha podido aprovechar el alza en los precios extrayendo más crudo y reforzando las operaciones en las refinerías. La producción cae entre 20.000 y 50.000 barriles al día cada mes, y ahora se encuentra en el nivel más bajo que ha tenido en casi tres décadas.
Puesto que vende menos petróleo, PDVSA ha incurrido en mora en el pago de sus deudas y rápidamente se está convirtiendo en un pasivo que podría obligar al país a cometer incumplimientos.
“La producción se ha reducido a un ritmo sostenido; hemos caído en una espiral en la que cada vez hay menos efectivo, menos inversión y menos producción”, explicó Francisco Monaldi, un venezolano experto en materia petrolera que trabaja en la Universidad Rice de Houston. “No creo que ninguna otra petrolera nacional haya experimentado jamás una reducción de esta magnitud en su flujo de efectivo”.
Los problemas de producción se han visto exacerbados por los tiempos turbulentos que viven sus líderes. En los meses pasados, el gobierno del presidente Nicolás Maduro arrestó a un gran número de empleados que ocupaban cargos administrativos por cargos de corrupción. Maduro afirma que se han tomado estas medidas con el propósito de depurar la empresa. Sin embargo, sus críticos consideran que el embate es una purga política con la que Maduro intenta consolidar su poder antes de las elecciones presidenciales del año próximo.
Además, el mes pasado el presidente nombró al mayor general Manuel Quevedo como presidente de PDVSA y ministro del Poder Popular de Petróleo y Minería, a pesar de que no se sabe que tenga experiencia en el sector energético. Los críticos de Maduro consideraron esta medida como un esfuerzo por dar transparencia y protegerse contra un golpe de Estado.
Luis Giusti, quien dirigió a PDVSA antes de que el presidente Hugo Chávez ascendiera al poder en 1999, opinó que la purga de Maduro es “más bien una campaña política para ver si puede darse un respiro, porque todo parece ir muy mal”. Giusti explica: “Administran la empresa desde hace 18 años y de repente salen con que van a rescatarla. ¿De quién la van a rescatar exactamente?”.
Durante varias generaciones, PDVSA cumplió cabalmente las promesas de las reservas petroleras de Venezuela, pues financió la revolución nacional inspirada en ideas socialistas y convirtió al país en uno de los más ricos de América Latina. Sin embargo, la producción se fue a pique en años recientes, a tal punto que ya no puede cubrir la demanda interna de diésel y gasolina, por lo que el país se ha visto obligado a importar cada vez más de ambos productos, incluso de Estados Unidos.
Las exportaciones de crudo del país también han bajado drásticamente. Los embarques a Estados Unidos, el mayor mercado extranjero de PDVSA, cayeron un tercio el año pasado. Maduro ha amenazado con suspender por completo las exportaciones de crudo a Estados Unidos y venderle más a China e India. No obstante, las exportaciones de crudo a China también han bajado (casi un 15 por ciento el año pasado) puesto que la calidad del crudo ha bajado y China ha comenzado a comprarle más a Estados Unidos.
El gobierno de Maduro ha insistido en que su intención es pagar las deudas, y los inversionistas han sido muy tolerantes con las demoras. Pero la salud financiera de PDVSA es tan precaria que Cuba, el aliado más cercano de Venezuela, hace poco tomó posesión de una participación del 49 por ciento de la empresa en una refinería cubana en pago de algunas deudas pendientes.
Los problemas de la empresa son especialmente evidentes en las dos enormes refinerías que bordean esta pequeña ciudad y forman parte del Centro de Refinación Paraguaná, uno de los mayores complejos del mundo.
En 2015, este centro, cuya capacidad es de casi un millón de barriles al día, procesaba unos 587.000 barriles diarios, según el sitio web de PDVSA. El crudo se convertía en varios productos como gasolina, combustible de aviación, asfaltos y lubricantes.
Sin embargo, las refinerías, al igual que la mayoría de las instalaciones de la petrolera en todo el país, se encuentran en pésimo estado. La situación ha obligado a realizar recortes sustanciales en las operaciones por lo que se ha despedido a varios empleados y eso ha incrementado el número de accidentes y lesiones, según los propios trabajadores y sus líderes sindicales. Hace poco, las refinerías comenzaron a sufrir una serie de percances.
A finales de octubre, Amuay sufrió un derrame de 200.000 galones de gasolina y otros productos de un tanque de desechos hacia la bahía adyacente. El derrame dañó la fauna silvestre y obligó a los pescadores locales a suspender la pesca durante semanas.
Después, en la misma refinería se descompuso una bomba saturada, por lo que solo siguieron operando dos de las cinco unidades destiladoras, que son una parte clave del proceso de refinamiento, según dijeron los trabajadores y sus líderes sindicales.
Unos días después, otra refinería, Cardón, sufrió un incendio, por lo que solo siguió operando una de las cinco unidades de destilación. Los trabajadores informaron que el personal de emergencias no pudo hacer más que observar cómo se consumía el incendio porque ya no tenían espuma para sofocarlo.
Con ese turbulento panorama, la producción casi se detuvo pues se ubicó a solo un 13 por ciento de su capacidad a principios de diciembre, antes de recuperarse ligeramente, según Freites. Tres de las unidades destiladoras de Amuay y dos de Cardón estaban en operación esta semana, según informó el líder sindical el miércoles, pero añadió que el martes se inició otro incendio en Cardón, que dejó varios lesionados.
Ver cómo se desintegran las refinerías desanima a muchos trabajadores. Según Emilio, un trabajador de la refinería Cardón que pidió omitir su apellido por temor a represalias por parte de las autoridades, los empleados ya no tienen ningún interés. Afirmó que se limitan a marcar su entrada y salida.
Los aumentos en sus salarios han estado muy por debajo de la inflación, por lo que su poder de compra ha disminuido drásticamente, y sus prestaciones también se han reducido muchísimo. Algunos empleados cuentan que se han visto obligados a vender sus guantes y cascos para llevar alimentos a sus casas. Ya no sienten ningún orgullo por estar vinculados con PDVSA.
Antes, perder un empleo en PDVSA era devastador, dijo José, un trabajador de la refinería Amuay que también pidió que se omitiera su apellido por temor a las represalias de sus jefes. Ahora, según comentó, a muchos les pesa ir a trabajar y están buscando empleo en otras partes.
En años recientes, la empresa redujo drásticamente el número de contratistas en las refinerías, según Freites, quien es el secretario general del Sindicato de Trabajadores Petroleros y Gasíferos del estado Falcón. Pero, según él, la producción es tan lenta que incluso los empleados asalariados tienen muy poco trabajo, por lo que muchos se pasan el día jugando a las cartas y dominó.
El desplome de PDVSA afecta tremendamente a esta población que en el pasado vivió un auge económico. Las calles no tienen iluminación durante la noche, pues los delincuentes se robaron los cables que conducían la electricidad al alumbrado público y las tiendas del centro de la ciudad, que antes contaban con un comercio activo, ahora permanecen cerradas.
Los residentes han emigrado al extranjero en busca de trabajo y una mejor vida. En semanas recientes, cientos de empleados petroleros han firmado contratos de tres años para trabajar por un sueldo de diez dólares la hora en la reconstrucción de la isla caribeña de San Martín, que quedó muy afectada tras el paso de los huracanes.
José dice que cada día que va al trabajo, se pregunta cuál de sus colegas será el último en marcharse; comparó la experiencia con un reality show. En su opinión, PDVSA ahora es una cáscara vacía.
Kirk Semple reportó desde Punto Fijo, y Clifford Krauss, desde Houston. Meridith Kohut colaboró con este reportaje desde Punto Fijo.