La entrada de Modric, que ya en el Metropolitano había dado signos de vida, cambió el partido para el Madrid. Con 2-2 y la cosa poco clara, era lo mejor que tenía Zidane en el banquillo para cambiar el encuentro. Se fue vertical al área en varias jugadas y acabó provocando un penalti de Luis Hernández, justo (de justicia) y muy justo de distancia, pues fue un instante de viveza lo que valió el penalti. Lo marcó Cristiano, en dos tiempos. Salvó el Madrid los puntos y la tranquilidad, pero el partido fue malo. De más a menos. Y deja alguna enseñanza clara.
El Madrid comenzó con pies más ligeros. Los laterales ya están y se nota. El equipo tiene el motor en las alas y el sistema vuelve a adoptar en ataque forma del cangrejo. Una subida de Marcelo originó el primer gol del Madrid. Remató Cristiano al larguero y el rechace, sin dificultad alguna, quedó para Benzema. En la celebración, los partidarios miraban de reojo a los críticos. El partido se empezaba a desarrollar y en la banda lo miraban Michel y Zidane. Su forma de estar de pie en el césped, ya sólo de estar, era más elegante que el juego. Tras el gol hubo un par de avisos para el Madrid. Uno eran las bicicletas de Cristiano, que creíamos felizmente olvidadas. No obstante, cabe interpretarlas como una forma de reencuentro consigo mismo. Lo segundo se pudo apreciar en el campo: Casemiro, que estaba titánico, cayó a la banda derecha para tapar los grandes agujeros, y como no podía con todos y llegaba tarde, hizo un ademán de pedir ayuda y recolocar a un compañero que, metros por delante, lo miraba correr. Reprimió el gesto, pero era una queja, una petición de auxilio. No corrían todos. Recio tuvo luego una ocasión de buen disparo y de ahí, a la jugada siguiente, llegó el gol, en un despiste de Varane. Marcó Rolan de tiro cercano, a quemarropa, ejecución rápida como de callejón.
Casemiro, que estaba siendo el mejor, hizo el 2-1. Fue un remate de córner, solo pero con colocación. Lo mejor es que el saque de esquina venía de una jugada personal suya. Se puede decir, sin arriesgarse mucho, que Casemiro es el jugador con mayor peso en el Madrid. El Málaga, pese a todo, siguió batallando. Hubo una bronca injusta al juez de línea en el 23, señal de que el juego no era bueno. La sensibilidad con lo arbitra el alta. Hubo una protesta con tarjetas rojas en el fondo de animación antes del inicio.
En el Madrid, el juego de Isco decayó en importancia respecto a otros partidos. Sin jugar mal, su peso, que quizás era excesivo, se redistribuyó. Aportó Carvajal, y entre Casemiro y Benzema surgió un nuevo eje. Se entendieron muy bien en ataque, en paredes y apoyos. Casemiro apoyó, lanzó pases, dirigió al equipo y subió al ataque. Benzema estuvo fino y activo. En el 29 rompió el silencio espeso de un minuto de toques y se le oyó pedirla (con una especie de vagido grave) en un desmarque seco y potente.
Roberto, sensacional
Estaba vivo, como Cristiano, al que Roberto le sacó dos buenos remates. El Málaga no se rindió, no se dobló y se fue haciendo más duro y combativo. Ese tipo de equipos, aún por cuajar del todo, mezclan jugadores muy técnicos pero poco recorrido con otros de mucho recorrido pero poca calidad. El resultado es algo mixto y por articular, heterogéneo, con algunas asociaciones imposibles. Pero el Málaga fue mejorando y no se marchó del partido sino que se metió de lleno. Se fue Juankar lesionado (posible esguince de rodilla) y entró Baysse, al que en el descuento (45+3) le anularon un gol in extremis. Como sustosí valía.
Antes de eso, Benzema había levantado a parte de la grada con unos controles como de foca superdotada en una zona poco importante del campo. Los jugadores más técnicos también tienen su populismo. Benzema jugó bien, pero además se quiso ganar a la grada. Cuando se marchó en la segunda parte, lo hizo entre aplausos. Si Benzema conoce tan bien lo que le gusta a su público, ¿por qué no se lo da más a menudo? Benzema dio más que nunca la sensación de ser alguien inteligente, aunque algo avaro con el esfuerzo.
El Málaga comenzó hurgando la banda derecha, por donde Marcelo. Se apoderó el balón y su fútbol fue cada vez menor. En algunos momentos fue llamativo lo bien que jugó. Antes del 2-2, en el estadio hubo un preludio. El Málaga estaba jugando de una forma tal que por fin sonó Míchel. ¡Ahora sí estaba sonando Míchel! Qué manera de quedarse con el balón y el sitio. Fueron momentos de reivindicación del Míchel entrenador.
El empate llegó por la derecha de Rosales y Keko, pero con tiro lejano del Chory Castro. Fueron varios los intentos desde lejos para probar a Casilla, demasiados como para no pensar en alguna instrucción técnica. En el Bernabéu cundió esa pequeña ansiedad que le entra a veces cuando no se sabe bien si pitar, si protestar o si animar para la remontada. Al principio se quiere hacer todo y luego se va por partes. Hubo algún «fuera, fuera» para Gil Manzano y rumores casi histéricos hacia Kiko Casilla. La realidad es que el Madrid no estaba jugando bien. Míchel iba a por el partido y sacó a Bastón y en el Madrid entró Modric, con el impacto ya mencionado. El Madrid se aplicó y Lucas tocó la corneta aunque ahora ya no tenga el Séptimo de Caballería detrás con Morata.
El Málaga se coloco en un 4-1-4-1 don Adrián dando unos pases concretos y llenos de calma. Nervios en el madridismo, y cierto desorden, ante una extraña sensación de que el Málaga era mejor. El Madrid tiene mejores jugadores, más rápidos (algunos) y técnicos, pero como fútbol, como «jugar al fútbol», jugó el Málaga.
El partido llegó vivo al final pero el punch lo tenía el Madrid. Los cambios le dieron velocidad y contras, y el Málaga se quedó a las puertas del partido.
Ni es problema arbitral (lo de Arminio, de serlo, lo será en el largo plazo) ni es un problema de la famosa «pegada» con la que siempre se tapa el buen fútbol pero también el malo. Es un problema de juego: de cuántos corren, cuánto tiempo, hacia dónde, y con qué intención.