Por Darío Mizrahi
Marine Le Pen debe sentir una profunda desazón. El contexto externo e interno no podía ser más propicio para ganar las las elecciones. La sucesión de ataques terroristas en los últimos dos años en Francia, el Brexit, el triunfo de Donald Trump en Estados Unidos y la caída en desgracia de su principal rival, François Fillon, por el escándalo del trabajo ficticio de su esposa. Pero no le alcanzó. Ahora no se puede descartar que la derrota lleve incluso a un recambio de liderazgo en su partido, el Frente Nacional (FN).
Sin embargo, el análisis es completamente distinto si se miran los comicios en perspectiva histórica, y desde el punto de vista del espacio que ella representa, la ultraderecha francesa. El FN, fundado en 1972 por su padre, Jean-Marie Le Pen, había entrado una sola vez a un ballotage. Fue en 2002, cuando salió segundo con un 16,86% de los votos. El resultado final fue una derrota aplastante: apenas logró subir a 17.8% y el vencedor, Jacques Chirac, saltó de 19.88 a 82.21%, impulsado por el pánico que despertaba una posible victoria de una fuerza xenófoba y antisemita en el país de los Derechos del Hombre.
Los resultados de este domingo muestran un escenario completamente diferente. Marine Le Pen llegó a la segunda vuelta con el 21.3% de los votos, y en ella trepó hasta el 35%, casi el doble. El famoso techo de cristal que supuestamente le impedía al FN crecer más allá de sus propios seguidores se rompió.
El triunfo cultural del Frente Nacional
“El avance continuo y considerable del FN en los últimos 15 años es el resultado de muchos factores que se han conjugado. Primero, el sentimiento muy extendido entre los ciudadanos franceses de que los partidos que se suceden en el gobierno desde hace 30 años han fracasado en sus políticas económicas y sociales, y son responsables del desempleo, de la precariedad social y de la violencia. El FN se beneficia de un importante sentimiento de rechazo a la clase política, que es percibida como tecnocrática, lejana al pueblo y endogámica”, explicó Michel Hastings, director de investigación en el Instituto de Estudios Políticos de Lille (Sciences Po Lille).
El FN tuvo que cambiar mucho para sacar provecho de ese descontento popular. Desde que Marine sucedió a su padre en la jefatura, en 2011, comenzó adoptar un discurso más populista, con referencias más claras hacia los obreros y los sectores sociales empobrecidos. Eso llevó a una muy interesante paradoja: hoy es un partido de derecha radical el que ocupa el lugar de crítica al sistema que en su momento tenía el comunismo.
Si ese discurso contestatario tuvo éxito fue también porque hubo un deterioro objetivo de la situación social en Francia. “La crisis económica que afectó a Europa entre 2009 y 2012 debilitó enormemente a la industria y a la agricultura francesa. Los que sufrieron las consecuencias culpan a la globalización y a la Unión Europea. El FN cataliza el enojo por el desclasamiento económico y social de una parte de la población”, dijo a Infobae Romain Pasquier, profesor del Centro de Investigaciones sobre la Acción Política en Europa, en la Universidad de Rennes 1.
El emergente más claro de la crisis económica es el aumento sostenido del desempleo, algo especialmente dramático en un país de instituciones tan rígidas, poco preparado para adaptarse a los vaivenes del mercado. Hoy afecta al 10% de la población activa, más del doble que en las otras dos potencias europeas, Alemania y Reino Unido.
“El desempleo ha reforzado los temores y las tensiones sociales: entre las personas nacidas en Francia y los extranjeros, entre los asalariados con un trabajo estable y aquellos que están en posiciones precarias. Como Donald Trump, Le Pen juega con esas divisiones y se presenta como la única vocera de los pequeños contra las elites, las finanzas, Europa, los terroristas, los refugiados. En suma, contra todos los que amenazan a la identidad francesa”, dijo a Infobae Nicolas Kaciaf, profesor de Sciences Po Lille.
La prueba de que el descontento con la política y con los poderes tradicionales está en su punto más alto es que no sólo el FN hizo una gran elección. Dos puntos por debajo quedó en la primera vuelta Jean-Luc Mélenchon, candidato de Francia Insumisa, una fuerza política igualmente populista y radicalizada, sólo que por izquierda. En vez de culpar a los musulmanes y a los refugiados, centra su discurso en los banqueros, pero el mensaje es muy similar.
“Desafortunadamente, el FN ya ganó la batalla de las ideas —dijo Hastings—. Le Pen se las ha ingeniado para levantar todos los tabúes sobre temas como la inmigración y la identidad nacional. Por más que la critiquen, todos los partidos políticos se refieren hoy a esos temas. El FN se ha convertido en el centro de gravedad del debate ideológico en Francia. Es la victoria de la ‘lepenización de los espíritus'”.
La normalización de la ultraderecha
Le Pen no sólo tuvo la inteligencia de hacerse más populista y de adoptar un discurso orientado hacia la protección social. También se dio cuenta de que para ganar votos debía suavizar algunas de sus posturas más duras. Marine le lavó el rostro al oscuro partido cuasi fascista que fundó Jean-Marie en 1972.
“En el debate político está instalado que hubo una normalización del FN. La hija no es el padre en términos de marketing, y ha logrado reducir la percepción de que es xenófobo y antisemita. Así amplió sus tentáculos”, dijo el filósofo Leonardo Orlando, doctorando del Instituto de Estudios Políticos de París.
El paso más contundente que dio Le Pen en esa dirección fue decretar la expulsión de su propio padre en 2015. Fue luego de que el octogenario dirigente reivindicara en una entrevista al mariscal Philippe Pétain, principal sostén de la ocupación nazi durante la Segunda Guerra Mundial, y definiera como un “detalle de la historia” el exterminio de judíos en las cámaras de gas.
“Ha transformado el discurso del partido, poniendo el acento en la protección ante todas las inseguridades: físicas, económicas y culturales. Frente al discurso tradicional de la extrema derecha, incluso se ha apropiado de valores republicanos, como el secularismo, al que utiliza como arma contra el islam. Tiene un abordaje mucho menos dogmático y más pragmático”, dijo Kaciaf.
Pero todas estas razones no alcanzan para explicar por qué el FN creció tanto en estas elecciones. El enorme salto entre la primera vuelta y el ballotage no habría sido posible sin la complicidad de una parte importante del progresismo, que rechaza a Le Pen, pero que no la considera más peligrosa que un liberal.
“Hoy todos aceptan la banalización de la presencia del FN en el espacio político. Se puede ver en las dudas de muchos al tener que elegir entre Le Pen y Macron. El ejemplo de los militantes de Mélenchon es sintomático. Su idea de no votar a ninguno de los dos con el argumento de que el liberalismo es igual al fascismo le da crédito al FN”, afirmó Hastings.
Puede que la derrota complique el futuro de Le Pen, y que ella no llegue jamás a la presidencia. Pero el FN todavía tiene mucho por crecer. “Es probable que haya una recomposición, sabiendo que hay personajes que son percibidos con menos celo que ella, como su sobrina, Marion Maréchal-Le Pen —contó Orlando—. No tiene las capacidades oratorias e intelectuales de Marine, pero es rubia, bonita y de ojos celestes. También está Florian Philippot, que es vicepresidente del partido, y que hay que tenerlo en cuenta porque es egresado de la Escuela Nacional de Administración. Es prácticamente un colega de Emmanuel Macron, y tiene la capacidad para discutir en igualdad de condiciones con él sobre distintos asuntos de la gestión pública, algo que no puede hacer Le Pen”.