¿Por qué París?

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París desplazó a Nueva York como blanco para las sangrientas demostraciones en la guerra entre el autodenominado Estado Islámico (EI, también conocido como ISIS) y otros grupos islamistas radicales contra Occidente.

Al día siguiente de los ataques simultáneos en el centro de París que dejaron más 120 muertos en zonas céntricas de la capital francesa, millones de personas dentro y fuera de la ciudad se preguntan ¿por qué?

La “respuesta” llegó el sábado escrita en un comunicado que se le atribuye a EI y en el que se reivindica los ataques.

París es “la capital de la abominación y la perversión, la que lleva el estandarte de la cruz en Europa”, se lee en el texto difundido en árabe, inglés y francés.

¿Qué hace a la capital francesa tan atractiva para quienes dicen llevar adelante una “yihad” contra aquellos a quienes consideran el enemigo infiel?

La explicación está en la historia, la política exterior y algunas características de la muy diversa sociedad francesa.

Frente externo

Francia ha estado involucrada en combates contra grupos extremistas islámicos en Medio Oriente y África, sobre todo en zonas que hasta principio del siglo XX estuvieron bajo su control colonial.

Desde los gobiernos del conservador Nicolás Sarkozy (2007-2012) y ahora con el socialista François Hollande, París ha estado al frente de intervenciones militares contra grupos radicales no solo en la Siria de EI, sino contra Al Qaeda en Malí, Libia o Irak.

A veces el celo francés y su disposición a la intervención militar en esas zonas contrastan con la prudencia de aliados más activos y poderosos como Estados Unidos y Reino Unido.

Eso ha hecho del gobierno de París uno de los principales “cruzados”, según esa nomenclatura de otros tiempos con la que los fundamentalistas identifican a sus contrarios religiosos de Occidente.

Antes de los atentados del viernes, ya estaba previsto que el único portaviones de la flota francesa, el Charles De Gaulle, pusiera rumbo al Golfo Pérsico para apoyar operaciones militares internacionales contra posiciones de EI en Irak y Siria.

Según relatos de sobrevivientes de los atentados del viernes en el teatro de Le Bataclan, los atacantes gritaban “Esto es por Siria” al irrumpir a fuego en el recinto, que con más de 80 muertos se convirtió en el epicentro de una noche trágica para la ciudad.

En su reacción a los eventos parisinos, este sábado el presidente sirio Bashar al Asad no dudó en culpar a la política de Hollande hacia su país de lo ocurrido.

Asunto interno

Para Francia el extremismo islámico no es solo un problema externo, sino un tema doméstico si se considera que es el país del que ha salido la mitad de los europeos “yihadistas” que combaten con EI en Siria.

Al gobierno francés le preocupa la posibilidad de que esos ciudadanos radicalizados regresen al país y creen células militantes.

Con 4,710,000 personas, la comunidad musulmana representan el 7,5% de la población francesa, de acuerdo con datos del Centro de Investigaciones Pew.

Contrario al vínculo que puedan establecer algunos por ignorancia o por interés, el problema del extremismo violento no es inherente a la cantidad de musulmanes radicados en territorio francés.

Alemania tiene casi la misma cantidad de musulmanes, el 6% de su población, y no ha sufrido hasta ahora tragedias similares.

Puede ser que las células extremistas estén integradas por locales, pero la retórica justiciera y vengadora viene de otros lados, pese a que tengan resonancia entre algunos musulmanes franceses.

Una característica que suele destacarse de la comunidad islámica francesa es la marginalización en la que viven muchos de ellos. Estimados oficiales indican que el desempleo en las zonas periféricas de las grandes ciudades donde se establece la mayoría alcanza el 50%.

Los responsables de atentados previos, incluido el de Charlie Hebdo de enero de 2015, han salido de zonas pobres urbanas francesas y escalado una ruta de radicalización que los llevó de la delincuencia menor a “yihadistas” consumados.

Burkas y nacionalismo virulento

Francia tiene una orgullosa tradición secular que cuida casi que con fervor religioso.

La prohibición del uso de burkas, decidida en tribunales para garantizar el respeto a los credos, es percibida como un control cultural o religioso por algunos.

Paralelamente, hay un creciente nacionalismo xenófobo representado en el derechista Frente Nacional de Marine Le Pen, un partido que está viendo crecer su influencia de cara a las presidenciales de 2017.

La ola de refugiados que en los últimos meses inunda Europa exacerba las desconfianzas hacia todo lo árabe o musulmán entre los seguidores de Le Pen, quien pide que Francia recupere el control de sus fronteras.

En su primera reacción a la tragedia, la jefa del Frente Nacional alabó la declaración del estado de emergencia hecha por Hollande, pero pidió al Estado “garantizar más su misión vital de proteger a los franceses” aniquilando el fundamentalismo musulmán.

“Francia tiene que prohibir las organizaciones islamistas, cerrar las mezquitas radicales, y expulsar a los extranjeros que predican el odio en nuestra tierra, así como a los inmigrantes ilegales que no tienen nada que hacer”.

Algunos expertos de seguridad coinciden con los ultranacionalistas en que las francesas son fronteras particularmente porosas por donde se cuela un importante tráfico de armas provenientes de conflictos activos o ya apagados del este de Europa.

Y aunque Le Pen pide la unidad de los franceses en esta hora trágica, con seguridad sus palabras nutrirán las desconfianzas que hacen de la francesa una sociedad peligrosamente fragmentada.