Soy una mujer soltera y en la mitad de mi treintena, que vive en Los Ángeles y tiene citas casuales (es decir, no lo intento con demasiado ahínco, pero estoy abierta a conocer hombres), y siento mucha presión de otras personas en mi vida -así como de la sociedad en general- por encontrar al “hombre especial”.
Todos sabemos qué quiere decir eso: mi alma gemela, mi otra mitad, mi mejor amigo, mi cómplice, la persona que me susurre al oído “tú me completas” justo antes de hacer el amor. Mis amigos esperan que cada nueva cita sea mi “última primera cita”, que encuentre a alguien que me haga “abandonar para siempre esas aplicaciones para conocer gente”. Lo entiendo, ellos quieren verme feliz y con una vida plena, enriquecedora, y nuestra cultura instila constantemente en todos nosotros que, para que una mujer sea feliz y viva la mejor vida, tiene que tener pareja y establecerse.
Sin embargo, aquí está la cuestión: yo ya soy feliz y vivo una vida plena y enriquecedora, como soltera. ¿Es perfecto? No. Pero cuando examino las vidas de mis amigos que están casados o tienen hijos, tampoco veo perfección allí. Incluso en los mejores matrimonios y relaciones veo el estrés, el resentimiento, el sacrificio personal, las expectativas no cumplidas y las reubicaciones forzadas a los suburbios indeseables, con viviendas asequibles y buenas escuelas.
Eso no quiere decir que crea que mis amigos tomaron la decisión equivocada al casarse, o tener hijos, o mudarse a Encino; es sólo decir que no es la mejor decisión para todos y que no debe ser considerada como lo máximo y lo más importante de la vida.
Tengo unas cuantas amigas y familiares que están profundamente atascadas en los mitos de las comedias románticas acerca de cómo deben ser las vidas de las mujeres. Ellas están casadas, y su mayor esperanza es que también yo lo haga -tan pronto como sea posible, porque ‘el reloj sigue corriendo’-.
No las caracterizaría como las villanas casadas de “Bridget Jone’s Diary”; no proyectan superioridad sobre todas las solteras ni rechazan descaradamente mi estilo de vida. Simplemente desean que todos los solteros nos sumemos a su lado, con el sagrado matrimonio, la bienaventurada monogamia y completos juegos de hermosos utensilios de cocina Le Creuset, cortesía de un registro de regalo de bodas. Estas amigas son más bien “misioneras del matrimonio”, gente bien intencionada, que asume que serás feliz si abres tu corazón y dejas que “el hombre especial” entre a tu vida, porque eso es lo que conocen y lo que esperan también para ti.
Cuando les cuento a estas misioneras matrimoniales acerca de un nuevo tipo con el que estoy saliendo, no importa cómo lo describa -a él o a la situación-, invariablemente la primera respuesta que obtengo es: “¡Oh, Dios mío, suena a ‘hombre especial’!”, a lo cual usualmente respondo con un largo y dramático suspiro.
No, no es el ‘hombre especial’, es un actor/camarero de 24 años que vive con tres compañeros de casa en el Valle, cuya idea de salir es enviarme mensajes de texto cuando está borracho y me invita a su cuarto a ver sus nuevos retratos para ayudarlo a escoger aquellos donde se ve menos infantil. Ni siquiera puedo llamarlo mi ‘novio’, así que mucho menos ‘el hombre especial’. De alguna manera, esto hace que mis amigas misioneras del matrimonio se sientan tristes y desalentadas (pero tal vez las cosas cambien, con él…), incluso cuando les explico nuevamente que estoy bien con tener citas casuales por ahora.
Pero cuando entras en los 30 nadie quiere escucharte decir que estás simplemente saliendo. Necesitas constantemente buscar al ‘especial’, y si sales con alguien que claramente no lo es, entonces estás perdiendo tu valioso tiempo, chica. ¡Tus óvulos están envejeciendo! ¡Te será más difícil encontrar un hombre después de los 40! ¡Haz el esfuerzo!”.
La presión, si uno se mete en esta cuestión, es sofocante. A menos que seas un hombre, en cuyo caso las ‘citas casuales’ resultan indudablemente en un motivo de envidia para casi todos los amigos casados.
Desde luego, hay veces donde estar solo puede sentirse algo solitario, pero no necesariamente las dos cosas van de la mano. Tal como aprendí viendo un episodio de mi placer culpable, “The Bachelor”, es mejor estar solo en casa que estar con alguien y desear estar solo (le doy crédito a la exconcursante Emily Maynard por esa genial frase).
Hay momentos, definitivamente, en los cuales me siento una marginada en la sociedad por ser soltera, pero no a un grado tal que me parezca debilitante. Llenar un formulario de contacto de emergencia en YogaWorks me hace dudar por un segundo, pero tengo muchos amigos con quienes contar para salvarme de cualquier crisis por una muy-mala-postura-de-yoga-en-mitad-de-la-clase.
Responder preguntas de seguridad al configurar una cuenta en línea también puede resultar desafiante cuando todas las preguntas inquieren acerca de mi inexistente viaje de bodas, mi fecha de aniversario, los cumpleaños de mis hijos o el tamaño de zapatos de mi cónyuge. También podrían preguntar: “¿A qué edad crees que morirás sola porque nunca encontraste al ‘hombre especial’?”.
Quizás un día encuentre a un hombre que me haga desear ‘sentar cabeza’ y escribir el último capítulo de mis citas. Pero no tengo que levantarme cada mañana deseando y rezando que eso suceda; no tiene que definir ni guiar mi vida. Y, mientras tanto, viviré sin culpa de mis citas llenas de ‘hombres no-especiales’.
Por Katie A. King -LA Times