Un libro recoge los dibujos de la artista perdidos por el mundo: obras y bocetos inéditos que fueron distribuidos por museos y colecciones privadas antes de que fueran declarados monumentos artísticos de México
A lo largo de su corta vida y antes de saltar a la fama, Frida Kahlo regaló muchos de sus dibujos. Algunos eran bocetos de sus más aclamadas obras, otros eran retratos para sus amigos. Sin embargo, en su mayoría eran líneas que dibujaba para ella misma. Esbozos de sus pensamientos, como pasajes de su diario, con el que cualquier afortunado espectador podría interpretar y conocer un lado más íntimo, secreto y oculto de la artista. Antes de que Kahlo pasara a la historia artística de México y se la declarara monumento nacional, varios de sus dibujos escaparon del país y terminar en paraderos desconocidos. Un libro ha conseguido rescatar de la memoria y del cruel paso del tiempo para el delicado papel 34 dibujos de los más de 200 que se estima que hay en el mundo, que se encontraban repartidos en museos y colecciones privadas fuera del alcance de visitas cotidianas. Se trata de bocetos, retratos de amigos y autorretratos, pero también fantasías y ensoñaciones surrealistas de la artista desconocidas hasta ahora y sin equivalente en sus obras al óleo.
La trayectoria artística de Kahlo es inseparable de su vida personal. Cada pincelada de sus óleos resulta en una construcción de su propia persona, una expresión de la angustia de la artista, según lo describe Marisol Argüelles, directora y curadora del Museo Casa Estudio Diego Rivera y Frida Kahlo. Tras varios años estudiando la obra de la pareja, Argüelles recuerda la emoción que sintió al saber que se habían recopilado unas decenas de los dibujos de Frida, algunos que ella no conocía. “Siempre la hemos visto a través de su obra pictórica o su biografía. Esta es una faceta suya mucho más libre y personal”, asegura. Libre de las presiones del ojo crítico y lejos de querer aspirar a la carrera de su marido, Kahlo se permitió usar sus dibujos para un proceso creativo más personal. Una impronta de sus emociones.
“Es una nueva forma de ver a Frida, alguien a quien creíamos conocer ampliamente y cuyo rostro se ha plasmado innumerables veces en todo México y en cafeteras de todo el mundo”, añade Argüelles sobre la mercantilización de la imagen de la artista. En el caso de sus dibujos, nos encontramos ante una faceta desconocida, ausente en sus óleos, “No son solo bocetos, ella los usa como una herramienta inmediata de su pensamiento”, prosigue la curadora quien considera que los dibujos de Kahlo, lejos de ser una forma de preparar algunas de sus célebres creaciones, son en sí una obra aparte.
En el caso del dibujo que realizó antes de pintar el célebre retrato de su marido y ella agarrados de la mano, Diego y yo, las diferencias con la obra original son palpables. Desde los atuendos, los objetos que se muestran en el cuadro, la dirección en la que ella inclina la cabeza, y hasta su expresión, dan una nueva luz a la interpretación de la obra. En el boceto hecho en carbón sobre papel los detalles completan la visión y nos aproximan a otro pensamiento de la artista, cuya versión más conocida de esa creación es en óleo sobre tela. Lo mismo ocurre con el retrato que le pintó al botánico Luther Burbank. Las variaciones también se repiten en el óleo Henry Ford Hospital o El deseo perdido, en el que Frida llega a añadir y quitar elementos de gran relevancia para el significado expresivo de la obra, como un bebé —su deseo anhelado y frustrado—.
Frida Kahlo vivió a la sombra de Diego Rivera. Cuando su obra cobró importancia y se la declaró en 1984 Monumento Artístico de México para evitar la salida de sus cuadros fuera del país, ya era tarde. La cantante Madona fue la primera en dar el pistoletazo de salida a la fiebre por Kahlo cuando empezó a comprar varias de sus piezas a principios de los ochenta, según narra Argüelles. Las obras de Frida empezaron a ser muy cotizadas en el mercado y sus creaciones se repartieron por el mundo. Además, la artista en vida había regalado muchos de sus dibujos, totalmente ajena al valor que cobrarían años más tarde. Algunos de sus bocetos terminaron en colecciones privadas y museos repartidas entre Europa y Estados Unidos. A día de hoy, muchos de ellos están todavía en paradero desconocido.
El problema principal de sus esbozos en carbón sobre papel —además de que solo se han identificado 130 de los 230 que se cree que existen— es su fragilidad al paso del tiempo y la luz. El solo hecho de exponerlos al público pondría en riesgo la integridad de la obra, por lo que la mayoría de dibujos se guardan bajo llave escondidos del ojo cotidiano.
Macarena de Eguilior, la directora editorial de Artika —editorial que ha recogido los dibujos en un libro para coleccionistas que solo tendrá 3.000 ejemplares—, recuerda que el proyecto la búsqueda de las obras no fue fácil. “Tuvimos que acceder a las colecciones particulares o privadas con fotógrafos en diferentes países”, detalla. En algunas ocasiones, los duendes actuales de esos dibujos se mostraban recelosos y pedían no ser nombrados. Fotografiar un material delicado a través del cristal del marco también suponía un reto. Finalmente, con la ayuda de Helga Prignitz-Poda, historiadora del Arte y comisaria de exposiciones especializadas en Frida, seleccionaron finalmente 34 dibujos para incluir en la edición. Con sus comentarios y páginas del diario personal de la artista, la colección descodifica su obra gráfica desconocida, en el que la artista expresa sus sueños y los dibuja de forma enigmática.