Por: Ronald Castro
Los nuevos tiempos traen cambios y dificultades fundamentales para los jóvenes, como la declinante influencia de la familia en su educación, los padres cada vez dedicando más tiempo al trabajo, teniendo que dejar más tiempo sin supervisión a sus hijos. La difusión global de estilos de vida ajenos a nuestro nivel de desarrollo hace que los jóvenes estén expuestos constantemente a modelos que no tienen nada que ver con su realidad y que abonan a una sensación de frustración por la incapacidad de incorporar los elementos de moda, tendencia, marca o alimentos a su vida cotidiana.
Las escuelas y colegios que cada vez enseñan más pero educan menos, ciertamente los niños aprenden más en la escuela en estos tiempos, leen en preparatoria y conocen del funcionamiento de la tecnología a más temprana edad, cuando sus antecesores tenían que pedir permiso para usar la reproductora de video o música por su presumible impericia o inexperiencia. Pero también es cierto, que cada vez la currícula educativa dedica menos tiempo a la práctica de valores, como el civismo, la urbanidad y la fe.
La falta de espacios positivos en donde los jóvenes puedan saciar sus necesidades relacionadas directamente con su desarrollo, como el sentido de pertenencia, expresión de su individualidad y en donde puedan encontrar las bases para crear su propia escala de valores que les permitan enfrentar la vida con optimismo y autonomía.
La educación, es un proceso de por vida que conlleva el permanente perfeccionamiento del ser humano, aumentando sus conocimientos y reflejándose en su conducta y competencias. Las fuentes en donde el ser humano nutre su educación son muchas y variadas, los expertos los dividen en tres clases interdependientes y complementarias entre sí; Las Formales que son escuelas, colegio, universidades, etc.; Las Informales como la familia, los amigos, el cine, la tv o el radio, etc., y, Las No Formales representadas principalmente por los movimientos juveniles.
Esta fuentes de la educación son complementarias, imprescindibles y desarrollan una labor específica en la educación del ser humano, a grandes rasgos así: los conocimientos y las cualificaciones laborales se adquieren en las escuelas, colegios y universidades (Educación Formal), las actitudes fundamentales para la vida diaria se aprenden principalmente en la casa (Educación Informal), la práctica de valores y el ejercicio de la vida a temprana edad y el establecimiento de una sistema propio de valores se fortalece en organizaciones de jóvenes (Educación No Formal). Lo que cierra un círculo virtuoso que asegura que, las competencia adquiridas en la escuela y las actitudes aprendidas en casa, fortalecidas por un sólido sistema de valores, conlleve a la formación de una nueva sociedad, con sujetos agentes de su propio desarrollo y el de su entorno.
Lamentablemente persiste una inclinación a reducir la educación al tiempo que los jóvenes pasan en la escuela; es necesario ampliar esa visión y reconocer la importancia de la Educación No Formal, en este momento en el que se difunde la sensación que tenemos una generación joven descarriada, incapaz de sostenerse por sí misma y en cuyas manos no puede depositarse la sociedad del mañana; en esta época en la cual el desarrollo tecnológico avanza vertiginosamente y la sociedad cambia de forma al mismo ritmo, es necesario que la juventud encuentre un punto de partida arraigado en valores, que descubra y desarrolle su dimensión espiritual, que adquiera la flexibilidad necesaria para adaptarse a los constantes cambios la vida y que encuentre espacios adonde pueda sentir útil y relevante su aporte a la sociedad.
Ojala que el Gobierno en general, el Ministerio de Educación, la empresa privada y la sociedad civil empoderaran, financiaran, impulsaran y pusieran sus ojos en los movimientos de jóvenes como los Scouts de El Salvador, el Club Eagles, la Cruz Roja de la Juventud, Remar, la Asociación Cristiana de Jóvenes, Techo Para Mi País, los Sherpas, etc. Serían una fuerza avasalladora, vital, esperanzadora y verdaderamente transformadora de la realidad cada vez más penosa y alarmante en la que vivimos.