Por Luis Enrique Contreras Reyes*
Corrupción es la acción de corromper algo, trastocar la naturaleza de las cosas y desnaturalizarlas. Para lograr una convivencia humana armónica la ley natural tuvo que positivizarse y plasmarse en leyes jurídicas que de no cumplirse; repercuten en penas establecidas por cada Estado.
En la fenomenología de la corrupción debemos diferenciar los actos de corrupción de los vicios de corrupción. Los primeros siempre tienden a existir por la naturaleza humana que es imperfecta. En cambio, los vicios tienden a convertirse en hábitos que de no eliminarse se perpetúan en el tiempo, esparciéndose en todos los ámbitos estatales.
Por lo tanto, nunca debe permitirse la existencia de un sistema de corrupción y si aparece debe combatirse y evitar que se transforme en una maraña que desvirtúa la razón de ser de la política. El combate a la corrupción política se da en una temporalidad dividida en tres fases:
1) la del pasado combatida por jueces, 2) la del presente combatido por los gobernantes de turno y sus administraciones y 3) la del futuro, combatida por los legisladores. Velar por ello, fiscalizar y denunciarlo nos compete a todos como ciudadanos del mismo Estado.
La corrupción política engloba una diversidad de elementos, que al irse desnaturalizando cada uno de ellos deviene en una realidad nociva generadora de involución política, social y económica de los países que la sufren. Actualmente la moral es la más atacada por un rampante relativismo, que va mermando perniciosamente la institucionalidad y los sistemas democráticos. Sabias palabras del escritor argentino Leonardo Castellani al afirmar que: “la política siempre debe subordinarse a la moral y nunca al revés.” Al irrespetar esto, tendremos problemas de índole práctico, como sucede actualmente.
Muchas ideologías han contribuido nocivamente al despliegue de un permisivismo atroz; llevando los actos de corrupción a vicios. No olvidemos que las ideologías son una desnaturalización de la filosofía y estas alejan al hombre de la verdad, consiguiendo con ello una perversión de la acción humana llevándolo a la corrupción en su obrar en sociedad.
Es imprescindible combatir a la corrupción desde su origen, respetando la naturaleza de las cosas y así alejarnos del error. Ya lo decía el sociólogo francés Frederick Le Play: “el error es el que pierde a las naciones.” Recordemos que las ideas mueven a los ciudadanos y los errores pertenecen al mundo de las ideas; si estas no son correctas, inevitablemente destruyen a los pueblos.
Los vicios están arraigados a nuestra naturaleza humana y cuando estos se ven reforzados a través de un sistema de pensamiento falso; potencian la corrupción, favoreciendo con ello el debilitamiento de las autoridades y menguando su legitimidad, despreciando las costumbres morales y con ello el detrimento sistemático de las libertades individuales. como decía el jurista español Salvador Minguijón: “la estabilidad de la conciencia crea el arraigo, que engendra sanas costumbres y estas cristalizan en sanas instituciones.” Al no existir esto se fomentan perversas costumbres que se corporizan en instituciones desnaturalizadas.
Las crisis de los Estados provienen de aspectos importantes corrompidos previamente: estas inician con las crisis sociales, luego crisis políticas, finalizando con enormes crisis económicas. Muchos políticos mal intencionados se aprovechan de esto y para lograr beneficios personales con sus ideologías, promueven la expansión de la crisis antropológica del hombre masa. Fomentando el desarraigo de su moral, una segmentación liberándolo de sus principios y homogenizándolo y condicionándolo con propaganda en medios de comunicación, logrando un adoctrinamiento para su beneficio propio.
Esta crisis antropológica produce enormes efectos negativos morales, porque el hombre actúa en base a acciones morales. Al despojarse de sus principios el hombre masa fácilmente es automatizado y manipulado al antojo de cualquier demagogo oportunista.
*Analista Político y Escritor
Parlamentos Washington DC, OEA.