LA CAÍDA DEL MURO DE BERLÍN

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Por Eduardo Vázquez Becker.

Como Corresponsal de prensa al servicio de la Associated Press (AP), experimenté infinidad de situaciones. A pesar de que en todas debía enfrentar peligros cotidianos  de muerte, proporcionaban enormes satisfacciones. Sin embargo; cualquier satisfacción recibida la habría cambiado con gusto por un solo instante: estar en Berlín, frente al Muro, el 9 de noviembre de 1989. Ninguna labor hubiera resultado más grata que usar un pico o un martillo contra el “muro de la vergüenza” como le llamara el presidente Kennedy. Hubiera sido una forma de pagarle a la vida por todo lo que recibí de ella. El 9 de Noviembre de 1989 debe ser la fecha de la libertad para los alemanes. Ese día, después de enterarse que podían entrar o salir libremente de un lado a otro, fue el día del triunfo de la democracia frente a la intolerancia; del triunfo de la libertad sobre la dictadura totalitarista.

Al saber que la ciudad ya no estaba dividida, miles de berlineses y gente de otras nacionalidades se congregaron junto al muro, querían tocarlo, golpearlo con las manos, no faltó quien escupiera los ladrillos envejecidos. Abrazos por todas partes; familiares que habían estado separados por la crueldad del muro, lloraban como niños. Otros celebraban con Champaña o cerveza mientras daban o recibían  regalos de bienvenida. Los autos lucían flores en los parabrisas. Fue en ese preciso instante que muchos de los berlineses, armados de cuerdas, palas y picos y hasta de cuchillos de cocina, comenzaron a hacer realidad su sueño de muchos años: derrumbar el muro de Berlín. Junto al muro se derrumbó el campo socialista. Un familiar no muy lejano me escribiría después una tarjeta postal donde me decía: .- Yo sé que aquí estabas tú.

La pregunta que cambió al mundo.

Ricardo Erhman es uno de los periodistas a quienes tocó ser actores en uno de los eventos más significativos del Siglo XX. Destacado por la Agencia Italiana de Prensa ANSA en Berlín, estaba lejos de lo que le esperaba aquella noche del nueve de noviembre de 1989.

Ricardo Erhman ya estaba despierto cuando sonó el teléfono. “Señor Erhman”, dijo una voz del Ministerio de Asuntos Exteriores, «esta tarde a las seis hay una rueda de prensa».

El reportero tomó nota y al poco de colgar se quedó pensando sobre qué trataría la rueda de prensa. Los periodistas siempre iban a esos encuentros sin tener ni idea del tema informativo, pero la mayoría se imaginaba que iban a recibir un comunicado aburrido de un miembro del Politburó de la República Democrática Alemana. Sin embargo, esta vez algo llamó su atención. Aquel emisario del Gobierno había enfatizado ciertas palabras. Dijo: “Es muy importante”. ¿Qué podía ser tan importante?

Era 9 de noviembre de 1989. Tomó su coche pasadas las cinco de la tarde y se dirigió confiado al Centro Internacional de Prensa, situado en Berlín Oriental. Esperaba encontrar aparcamiento fácilmente.

Desde 1985, Ricardo trabajaba y vivía en Berlín Oriental como corresponsal de la agencia italiana de noticias Ansa. “Me enviaron allí porque era de los pocos que sabía hablar alemán”, recuerda hoy este octogenario afincado en Madrid.

Raíces polacas. Ehrman no era, desde luego, un apellido calabrés. Sonaba más bien a alemán, pero, en realidad, su origen era polaco. “Mis padres eran judíos polacos”, afirma el periodista. «Mi madre había estudiado en la universidad, en Viena, y mi padre, en Berlín. Por eso sabían alemán. Además, mi niñera había sido alemana», recuerda con nitidez.

Los padres de Ricardo quedaron enamorados de Florencia mientras viajaban de luna de miel, así que se dijeron: “Nos quedamos aquí”. Si no hubieran tomado esa decisión, quién sabe, nuestro hombre no habría nacido en Italia en 1929, no habría estado en un campo de concentración, no habría trabajado para Ansa, no le habrían enviado a Berlín, y no habría hecho una pregunta que cambió el curso del planeta. Pero…

No era la primera vez que Ricardo había sido enviado a Berlín. En 1976, mientras trabajaba como corresponsal de Ansa en Ottawa, capital de Canadá, cubriendo toda Norteamérica, la agencia le pidió que fuera a Berlín, ya que hablaba alemán. Pero no era tan fácil entrar en territorio comanche. “Como mi anterior estancia había sido Norteamérica, los burócratas de la RDA demoraron la concesión de la visa varios meses para estudiar mi caso”, explica el enviado especial, que quedó confinado dos meses en Roma a la espera del permiso. Fue allí, en 1976, cuando se encontró con una mujer española, manchega, de Guadalajara. Ricardo se enamoró y le dijo que lo acompañara a Berlín.

Por fin, el Gobierno de la RDA le concedió la visa. “Le damos la bienvenida porque usted es judío y, por tanto, antifascista”, le dijeron. “Para ellos, lo máximo era ser comunista, y como yo no lo era, entonces por lo menos me calificaron de antifascista”. Así que estuvo unos años en Berlín, haciendo periodismo rutinario. Aprovechó para casarse con la española en 1981 y, posteriormente, lo trasladaron a India. Pero, en 1985, algún jefe de su agencia pensó que el centro de Europa comenzaba a agitarse, y había que tener a una persona germano parlante en Berlín Este, el Berlín comunista. Ehrman regresó a la ciudad. Claro que, si quería informar acerca de la RDA, tenía que vivir en la zona comunista.

¿Cómo era la vida en la Alemania del Este? “No todo en la RDA era negativo porque no existía desempleo, no había mendigos. Todos tenían un trabajo y una casa. Que el trabajo fuera miserable o de poca monta, es probable, pero todos tenían un salario. Los precios eran muy bajos porque eran artificiales, pues el Estado era el único productor y el único vendedor. Todas las tiendas eran del Estado”.

Privilegios. La gente que conseguía divisas podía comprar bagatelas occidentales –como perfumes o güisqui– en los almacenes Intershop, y aquí, según Ricardo, es donde se notaba la diferencia entre ser un miembro del Partido Socialista Unificado de Alemania (SED), y un pelanas. “Era un poco inmoral”, califica.

Aquel 9 de noviembre de 1989, Ehrman se dirigió en su vehículo al centro de prensa y pronto se dio cuenta de que sus cálculos habían fallado. No había dónde aparcar. Todas las aceras estaban llenas de coches estacionados, de modo que se pasó un buen rato dando vueltas. Cuando llegó al centro de prensa pasadas las seis de la tarde, la conferencia ya había comenzado: no le quedó más remedio que sentarse en la tarima, cerca del orador.

Estaba hablando Gunter Schabowski, alto miembro del Politburó y uno de los comunistas más poderosos de Berlín. Era un hombre moreno, sobrado de carnes, que había ido escalando puestos gracias a su gran dominio de los pernos que movían la maquinaria del partido en la capital. Los dos, funcionario y periodista, se conocían a fondo de tantas ruedas de prensa que habían compartido. A Schabowski no se le pasó por alto que Ehrman había levantado la mano para hacer preguntas desde el mismo momento en que entró en la sala. Incorregible este periodista italiano. “No me hacía caso”, recuerda hoy el protagonista. “Me pasé todo el tiempo con la mano en alto pidiendo la palabra, pero no me hacía caso»”

Movilidad. El motivo de la rueda de prensa consistía en comunicar que el Gobierno de la RDA iba a permitir que los ciudadanos alemanes del Este pudieran viajar con más facilidad al Oeste. Mientras Schabowski desgranaba este anuncio, los periodistas ni siquiera levantaron una ceja, porque no era la primera vez que éste les ‘vendía la moto’. “Muchas veces, el régimen había hecho anuncios parecidos que después resultaban totalmente falsos. Siempre anunciaban que los ciudadanos de la RDA podían viajar pidiendo un pasaporte y obteniendo un visado. Pero obtener un pasaporte era casi imposible, y un visado, totalmente imposible. Entonces, todo era una mentira”.

Además, para pedir esos documentos, un ciudadano tenía que acudir a la Volkspolizei (la policía del pueblo), y allí le preguntaban que para qué quería el pasaporte y el visado. “Porque quiero ir al Oeste”, respondía incauto. “En ese momento, le ponían en una lista negra. Y había poca gente que tenía el coraje de pedirlo”.

Schabowski casi había terminado su disertación y la mano de Ehrman seguía allí, erguida. “Está bien”, dijo el funcionario, “vamos a ver qué tiene que preguntar nuestro colega italiano”.

Entonces, el corresponsal le inquirió en voz alta: “Señor Schabowski, ¿cree usted que fue un error introducir la Ley de Viajes hace unos días?”. Ehrman se refería a una ley de permisos de viaje muy confusa que había provocado un éxodo de miles de alemanes a través de las fronteras de Checoslovaquia y Hungría.

“Schabowski se puso nervioso”, recuerda. Entonces, sacó unos papeles del bolsillo, y repitió que, para evitar más líos, los ciudadanos de la RDA podrían ir al Oeste, esta vez sin pasaporte ni visado: sólo mostrando el carné de identidad o un documento parecido. En ese momento, Ehrman no le dejó tomar aire y preguntó: “Ab wann?” (¿a partir de cuándo?). Schabowski volvió a consultar los papeles y, sin mirarle a la cara, respondió. “Ab sofort” (inmediatamente).

Esta vez, quien se quedó sin aire fue Ricardo Ehrman. “En ese momento, me di cuenta de que el Muro había caído”. Pero entonces sucedió algo que no había previsto, algo que no podía creer. Como su pregunta era la última, se acabó la rueda de prensa y todos los periodistas empezaron a recoger con parsimonia sus papeles y sus cámaras. “Lo que todavía me sorprende, después de 20 años, es que ninguno de los compañeros presentes, que eran muchos, se diera cuenta del verdadero significado de estas palabras”, afirma Ehrman.

¡Extra, extra! Ehrman salió corriendo a transmitir su mensaje. “Esto es un flash informativo”, gritó por teléfono a la central de su agencia en Roma: “¡Ha caído el Muro de Berlín!”. Al otro lado del teléfono, Ehrman escuchó voces apagadas entre las que distinguió la de un jefe que decía: “Ricardo se ha vuelto loco”.

La noticia era tan inverosímil, que en la agencia esperaron unos minutos para comprobar si otra agencia se sumaba al carro del ‘notición’. ¡Unos minutos! Para una agencia, unos minutos eso puede ser el fin de su exclusiva. Al final, el director gritó: “Debe ser verdad: ¡vamos con la noticia!”. Ansa dio la exclusiva, y 31 minutos después la siguieron otras agencias. El Muro ya estaba derribándose. “Ricardo no estaba tan loco”, dice sonriendo con malicia el periodista de Ansa.

Lleno de curiosidad, Ehrman tomó su vehículo y se dirigió a uno de los pasos fronterizos para comprobar qué estaba pasando. Ya era noche cerrada, pero miles de germano-orientales se estaban agolpando en los puestos de policía de la frontera. Ehrman estaba junto al puesto de la estación de ferrocarriles de la avenida Friedrichstrasse. Los alemanes estaban riendo. Uno de ellos reconoció a Ehrman y gritó: “¡Es el tipo que hizo la pregunta!”. Inmediatamente, la multitud fue hacia Ehrman y le levantó en brazos. Sólo entonces, se dio cuenta de que la rueda de prensa había sido televisada y de que muchos alemanes vieron en directo cómo un periodista hacía la pregunta clave.

“Lo importante no fue mi pregunta, sino la respuesta”, dice hoy con modestia. “Cuando escuché las palabras de Schabowski, creí que había caído el Muro. Fui un miope. No me di cuenta de que, en realidad, estaba cambiando el mundo”.