El diez de mayo de 1977, un hecho sin precedentes alarmó y provocó consternación en El Salvador: fue localizado en las cercanías de Santa Tecla, a trece kilómetros de la capital, el cadáver del ministro de Relaciones Exteriores, Mauricio Borgonovo Pohl, asesinado de varios disparos en la cabeza.
El canciller habla sido secuestrado el 19 de abril pasado por el las Fuerzas Popularices de Liberación (FPL), una de las cinco organizaciones que integraban el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN).
Al conocerse la noticia, los periodistas de entonces comenzamos a informar agitadamente a la nación y al mundo entero, un triste desenlace que había manteniendo al país en una gran tensión.
Las FPL se habían mostrado implacables al asesinar al canciller, sin prestar oídos a los llamamientos que les habían sido hechos por la familia de la víctima que pagó una fuerte suma de dinero, por la jerarquía católica salvadoreña, e incluso por el propio papa Pablo VI, en una de sus homilías.
Los ruegos de nada valieron, porque el canciller siempre fue asesinado.
Borgonovo tenía 39 años de edad. Había entrado en el Gobierno ocupando la cartera de Asuntos Exteriores, en 1972, al hacerse cargo de la presidencia el coronel Arturo Armando Molina.
Al secuestrar a Mauricio Borgonovo, las FPL pusieron como condición para liberarle que el Gobierno del coronel Molina pusiera en libertad a 37 presos políticos entre los que se encontraban algunos funcionarios del actual gobierno. De lo contrario, Borgonovo sería «ejecutado».
Diez días después de la desaparición del ministro, el propio coronel Molina, hablando por radio a la nación, rechazó las pretensiones de los guerrilleros porque, según él, los secuestros contra altos funcionarios se hubieran multiplicado en el país.
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