El presidente de la República, Salvador Sánchez Cerén, anunció que los miembros de la Policía Nacional Civil (PNC) y los soldados de la Fuerza Armada que colaboran en asuntos de Seguridad Pública, recibirán una cantidad determinada de dinero como gratificación, bonificación o premio, como reconocimiento a su trabajo en el combate al crimen organizado y particularmente en la lucha contra las pandillas.
El presidente Sánchez Cerén le llama “gratificación” otros de sus funcionarios le llaman “bonificación” o “propinas”; para esto la Asamblea Legislativa tendrá que aprobar la erogación de unos 15 millones de dólares.
Como es natural, los policías y los soldados recibirán gustosos cualquier cantidad que les den, pero no por ello vaya a creer el gobierno que los está engañando.
Los policías saben que están siendo utilizados para combatir en una guerra producto de una llamada “tregua” que se inventó con fines electorales, con tal de que Mauricio Funes ganara los comicios presidenciales del 2009.
La consigna de “tres votos por pandillero” que llevó a Funes a la presidencia dio el resultado esperado, pero sus costos políticos están siendo tan grandes que ya todo mundo habla de que estamos frente a otra guerra por más que quieran ocultarlo.
La guerilla del FMLN necesitó más de veinte años para pasar de ser un grupo de subversivos que asesinaba de manera inmisericorde, que detonaba postes de alumbrado eléctrico y que secuestraba, a una organización militar beligerante. Las pandillas solo han necesitado seis años para recordar a los salvadoreños el terror de la guerra.
Lo grave del asunto se puede advertir cuando el ministro Munguía Payés reconoce que los cuarteles y otras instalaciones de la Fuerza Armada (FAES) han tenido que reforzar sus posiciones con alambradas y sacos de arena para tratar de evitar ser atacados por la pandillas; reconoce también que estos están muchas veces mejor armados que los policías o los soldados, en síntesis demuestra que la FAES está en situación de defensiva, lo que nunca reconoció la Fuerza Armada de antes.
El error fundamental estuvo en creer que por ser “marginados” los líderes de las pandillas iban a ser ninguneados al antojo de sus organizadores y que la sola acción de la policía iba a ser suficiente para ponerlos en su lugar, grave error.
La Policía Nacional Civil (PNC), que se inventaron en los Acuerdos de Paz, no ha podido superar a la de antes, ni lo va a lograr mientras no recupere la mística que antaño la caracterizó y que no es la que precisamente le atribuyen quienes veían en ella el instrumento de represión del Estado.
La PNC no tiene la culpa de lo que está ocurriendo en el país ni la capacidad para enfrentarlo; no hablamos de sus jefes militares sino de una “academia” que la ha convertido en fuente de empleo a la que solo acceden quienes logran pasar el “filtro”.
El Estado debe reconocer que los policías que enfrentan la guerra de las pandillas lo hacen lo mejor que pueden; debe reconocer que son ciudadanos especiales que cargan sobre sus hombros la difícil tarea de velar por la seguridad de sus conciudadanos; que deben ser atendidos en sus necesidades dignamente con un salario justo que les permita vivir dignamente sin tener que recurrir a cuestiones deshonestas, dotarlos del equipo necesario, un techo y un lecho, así como un rancho, comida diaria de un policía o un soldado, decentes sería la mejor forma de reconocer el sacrificio con que a diario los policías ponen su vida al servicio de la sociedad.
El que concibió la idea de la “gratificación”, “bono” o “propina”, carece del sentido del respeto que merecen los policías y los soldados, máxime si lo que viene es igual o peor que la guerra que hicieron las guerrillas, de la cual aún no nos sobreponemos.
Más que una academia como la que se encarga de sacar “tendaladas” de policías para reemplazar a los malos o a los mueren atacados por el crimen y las pandillas, lo que se requiere es que vuelva la mística del servicio.
Si a estas alturas existieran cuerpos auxiliares de la justicia como lo fueron la Policía, la Guardia Nacional o la Policía de Hacienda, quitándoles los errores de entonces, otro gallo cantaría.
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