Fallece presidente de El Mercurio de Chile

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Envio especial para diariolatino.net

SANTIAGO.- En la mañana de ayer falleció, a los 89 años de edad, el presidente de la Empresa El Mercurio SAP, Agustín Edwards Eastman.

En los últimos meses del año pasado, luego de un viaje a Roma, anticipó una intervención quirúrgica que tuvo lugar en Nueva York, la que resultó inicialmente exitosa. En los días siguientes, sin embargo, sufrió complicaciones severas que comprometieron su recuperación. Fue trasladado a Chile, donde hasta ayer permaneció al cuidado de su familia.

Conocida la noticia de su deceso, ella impactó profundamente en los colaboradores de “El Mercurio” y de las diversas actividades e instituciones en que volcó su espíritu de servicio. Por disposición de su familia, sus funerales serán privados. Editorial del diario “El Mercurio” tras muerte de su presidente Los casi 90 años de la vida de Agustín Edwards Eastman —editor de “El Mercurio” hasta su fallecimiento— recorrieron casi la mitad de la existencia de nuestra república y se entrelazaron con ella a muchos respectos.

Continuador de una tradición empresarial, periodística y de compromiso público mantenida por cinco generaciones precedentes, hizo honor a ella. Desde muy joven se volcó a una variedad de intereses cuyo denominador común fue un profundo amor a Chile. En el ámbito de la prensa encontró muy joven su vocación profesional, cuando su abuelo, Agustín Edwards MacClure, lo introdujo a la vida de “El Mercurio”, a la que estuvo entrañablemente ligado por más de siete décadas.

A la temprana muerte de su padre, Agustín Edwards Budge, debió asumir, a los 29 años, la responsabilidad de encabezar la dirección de la empresa familiar, lo que fortaleció aún más su espíritu periodístico. Consolidó en ella un espacio de independencia y respeto profesional en el que se han desempeñado cientos y cientos de periodistas que han alcanzado altos méritos y reconocimientos. “La contratación en los medios periodísticos de profesionales de calidad, con independencia absoluta de sus convicciones personales”, sintetizó su criterio rector para resguardar el pluralismo informativo.

Impulsor en la prensa de un espíritu de cambios, redobló la tradición de sus predecesores de adoptar las más avanzadas tecnologías de cada momento, y asumió las diferentes necesidades de profundización e interpretación de la noticia que los tiempos exigían. A su gestión se deben, por ejemplo, la circulación nacional de “El Mercurio” en el mismo día de su publicación, pese a la compleja geografía chilena, desde la década de 1960; su complementación con una gama de revistas especializadas, que él mismo inició en 1966 con la Revista del Domingo, y la temprana introducción en sus páginas del color y de las fotos internacionales de transmisión instantánea. Entusiasta de la innovación, impulsó los portales digitales, así como la televisión por cable en Chile. Sus numerosas iniciativas le valieron importantes reconocimientos, entre ellos el Premio Maria Moors Cabot, concedido por la Universidad de Columbia.

Del mismo modo, fue activo partícipe y dirigente en distintas instancias de periodismo global, y llegó a presidir la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) y el Grupo de Diarios de América (GDA), del cual fue uno de los principales inspiradores y fundadores. Simultáneamente, desplegó una intensa vida empresarial y fue llamado a desempeñar altas funciones de dirección y consejo en compañías productivas, bancarias, de seguros y de transporte aéreo. Como todo emprendedor, tuvo éxitos y reveses, y su vida distó de ser apacible.

En 1970, por de pronto, tras graves amenazas que, más allá de sus empresas, alcanzaban a su familia, se radicó con su esposa e hijos en los Estados Unidos y se desempeñó abriendo mercados externos como vicepresidente de una multinacional de alimentos. Bajo la inspiración de ideas de libertad, en los años 60 creó el Centro de Estudios Socio-Económicos (Cesec), tal vez el primer think tank moderno en Chile y, en el ámbito externo, fue activo partícipe del Consejo Interamericano de Comercio y Producción, y del Council of the Americas.

Tras el angustioso secuestro de un hijo, en 1992 dio vida y encabezó por un cuarto de siglo la Fundación Paz Ciudadana, para incorporar a la sociedad en la búsqueda de soluciones técnicas al problema de la delincuencia, convocando a un directorio integrado por personalidades de muy diversa ideología política. La Fundación cumplió un papel decisivo, entre otros, en la formulación de la reforma procesal penal que Chile esperaba por décadas. Similarmente, alarmado por las consecuencias sociales de la droga, impulsó distintas iniciativas de apoyo terapéutico e integración social de rehabilitados de adicciones.

Asimismo, y siguiendo en esto la tradición de sus antepasados, destinó a la beneficencia generosos recursos, las más de las veces por vías reservadas, con especial atención a los jóvenes más desfavorecidos. Al encabezar el consejo directivo de la Universidad Federico Santa María, volcó allí su preocupación por la calidad de gestión en la alta educación técnica del país. Décadas más tarde, replicó ese mismo ánimo en la creación de la Fundación País Digital, para impulsar las tecnologías de información en Chile en todos los estratos sociales.

Activo miembro de las federaciones de criadores de caballos chilenos y de rodeo, expresó su amor a la vida del campo y a la protección de este patrimonio intangible en una incesante movilización del tradicional deporte popular chileno, y trayendo a nuestras ciudades la cultura rural mediante la “Semana de la Chilenidad”, que anualmente convoca a más de un millón de personas a lo largo del país. Inquieto por temperamento, nunca fue hombre de escritorio. “Multifacético, hosco en apariencia, pero muy ameno en confianza”. Así se lo describía en una de las escasísimas entrevistas a que accedió, con ocasión del centenario de “El Mercurio” de Santiago. Necesitaba la actividad personal directa, manifestada en variados planos, entre los que destacó su cultivo de la navegación, que lo llevó incluso a ser oficial de reserva de la Armada de Chile —un motivo de especial orgullo para él—, lo que aunó a su curiosidad de viajero incansable.

Hombre de amplia cultura, acompañado por su esposa, Malú del Río, impulsó incesantemente la divulgación cultural y recreacional masiva, y por empeño de ambos, en estrecha vinculación con el Museo de Arte Moderno de Nueva York, Chile recibió en 1968 la primera gran exposición internacional de pintura, “De Cézanne a Miró”. Esa misma inquietud lo llevó a prestar decisivo apoyo a la promoción del deporte escolar, en campeonatos con estudiantes de todo el país y, más tarde, en las recordadas “vueltas ciclísticas a Chile”, que alcanzaron eco internacional. Por su interés en la botánica, dirigió personalmente la recuperación de especies autóctonas en peligro de extinción —cactáceas de alta montaña, flora de Juan Fernández, entre otras—, promoviendo asimismo numerosas publicaciones de excelencia al respecto. Su ardorosa pasión por los libros se tradujo en la formación de una admirable biblioteca y, además, en su decidido apoyo a la Editorial Lord Cochrane y luego en la fundación del sello editorial El Mercurio-Aguilar, después proseguido independientemente por “El Mercurio”. Como ocurre con personalidades de gran formato, su figura ha sido y probablemente continuará siendo objeto de controversia.

Las encrucijadas políticas en la década de 1960, las convulsiones en la de 1970 y los dolorosos desgarros posteriores —cuyas secuelas persisten hasta hoy— lo arrastraron a una figuración no buscada e incluso contraria a su carácter, que resumió —en una entrevista con Raquel Correa— diciendo: “La profesión de uno no está para ser centro. Uno está para observar y contar lo que hacen otros”. Pese a su reserva, nunca dudó en asumir como editor lo que creía la principal responsabilidad de un medio de comunicación: “Tratar de ayudar a construir el país que uno quisiera entregarles a sus nietos”: Así lo expresó y así lo mantuvo en sus actos, pese a las odiosidades que ello le acarreó y al mito que sus detractores se esforzaron en construir. Su legado periodístico resulta invaluable. Impregnó a sus diarios del sentido de servicio público, exigiéndoles que se conservaran ecuánimes, por encima de pasiones e intereses, e incluso por sobre las conveniencias de sus dueños, en la tradición más que secular de “El Mercurio”.

De su abuelo, el fundador del diario de Santiago, había heredado la voluntad inflexible de alcanzar constantemente nuevas y más ambiciosas metas. En el centenario de “El Mercurio” expresó su credo periodístico en términos sencillos y, a la vez, ejemplares: “Debemos dar la noticia completa e indeformada, pero las conclusiones que de ella deduzcamos serán las que válidamente nos dicte nuestra línea editorial, indicando no solo lo que vemos, sino cómo lo vemos y por qué lo vemos”. Su papel en la historia de nuestros días predeciblemente moverá a estudiosos imparciales a precisar la valía de sus efectivas muchas realizaciones y contribuciones al Chile que tanto amó