Epicuro defendía que la naturaleza estaba regida por el azar, y estaba contra de los conceptos del destino y la necesidad, así como de la fatalidad, un sentido muy presente en la sociedad griega. Epicuro entendía que la libertad solo era posible precisamente por la inexistencia del concepto de destino, y que por lo tanto el azar, como ausencia de causalidad, propiciaba la existencia de libertad. Y era la libertad la que posibilitaba el hedonismo.
Según Epicuro, los mitos religiosos amargaban la vida de los hombres, ya que el fin de la vida era procurar placer y evitar el dolor, aunque sin perder el sentido racional, evitando los excesos, ya que estos, a la postre, provocan sufrimiento a los hombres. Propugnaba que los hombres debían alcanzar la ataraxia (ἀταραξία), un estado de equilibrio entre el bienestar corporal y el espiritual y que el conocimiento no tenía ningún valor, si no se empleaba en la búsqueda de la felicidad.
La filosofía de Epicuro constaba de tres partes: la Gnoseología o Canónica, que se ocupa de discernir los criterios por los cuales distinguimos lo verdadero de lo falso; la Física, que estudia la naturaleza; y la Ética, a la que se subordinan las dos primeras partes.
A su muerte, dejó mas de 300 manuscritos y 37 tratados sobre física, numerosas obras sobre el amor, la justicia y los dioses, y las famosas cuarenta Máximas Capitales. Sin embargo, la mayor parte de la obra de Epicuro se perdió, y sus enseñanzas se conocen sólo gracias a la obra del poeta latino Lucrecio, De rerum natura, así como por tres cartas
recopiladas por Diógenes Laercio. Probablemente su cita mas famosa es la conocida como Paradoja de Epicuro o problema del mal.