El régimen de Nicolás Maduro se hunde. ¿Qué hará Cuba? Según una encuesta reciente el 83,7% de los venezolanos quiere salir urgentemente de ese señor obeso y atontado. Prefiere al ingeniero Juan Guaidó. A Maduro solo lo respalda un 4,6 por ciento. El resto no responde o no sabe.
Guaidó tiene la clara preferencia de la sociedad, el apoyo de más de cincuenta países democráticos y de los organismos internacionales más acreditados: la OEA, el BID, el Parlamento Europeo, el Grupo de Lima. Maduro, en cambio, solo tiene el respaldo de Irán —otro apestado—, Rusia, China, Turquía, Bolivia, Cuba, Nicaragua, El Salvador y la algarabía de las narcoguerrillas colombianas acampadas en Venezuela: las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el Ejército de Liberación Nacional (ELN).
Repito: ¿qué hará Cuba? Los operadores políticos cubanos coinciden con este análisis, pero eso solo aparece en los papeles (no tan) secretos que envían casi diariamente a La Habana en valija diplomática. No se fían de los teléfonos ni de Internet ni de los mensajes cifrados. Mientras tanto, Rogelio Polanco, el embajador cubano ante Venezuela, les pide a los chavistas que resistan. Lo acaba de hacer en la inauguración de la cátedra universitaria “José Martí-Fidel Castro” en la Universidad Nacional Experimental Simón Rodríguez en el Petare. Cuba, ha dicho, ha podido resistir el asedio de Estados Unidos durante décadas. Venezuela puede lograr los mismos resultados si cava trincheras y pone rodilla en tierra. La orden es resistir. Cuba, heroicamente, está dispuesta a pelear hasta el último venezolano.
Polanco sabe que lo que dice no es cierto, pero no ha sido colocado en esa posición para decir la verdad, sino para tratar de salvar la ayuda y los subsidios a la isla. Esa es su misión. Es un periodista vinculado con la Inteligencia convertido en diplomático, y no un profesor de ética. Solo que se le ve la incomodidad por el desencuentro entre lo que realmente cree y lo que se ve obligado a decir. Polanco no ignora que el nivel de caos y desorden en Venezuela es mucho mayor que en Cuba.
Maduro, como a casi toda la estructura de poder cubana, le parece un idiota, pero está obligado a sonreírle. La inflación es de varios millones anuales. El desabastecimiento es absoluto. La falta de medicinas bordea la criminalidad. El índice de asesinatos es altísimo. Es más probable morir violentamente en Caracas que en el Kabul de los afganos. A lo que se agrega la decisión de Estados Unidos de enterrar la dictadura de Maduro antes que el desguace y el éxodo descontrolado de Venezuela afecte aún más a toda la región.
La dictadura cubana, desde la muerte de Kennedy, ha sido consentida por Washington. Primero, por la protección de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), luego, por la convicción generalizada de que estaba condenada a desaparecer y no valía la pena arriesgarse para tratar de liquidarla. Eso lo escuché numerosas veces en Estados Unidos. Ante la incertidumbre de una caída estrepitosa, prevalecía la idea de no hacer nada por temor a un éxodo desbordado y al costo tremendo de reconstruir un país sometido a décadas de incuria comunista. ¿Para qué matar un mosquito a cañonazos si morirá a corto plazo? Clinton, incluso, le concedió veinte mil visas anuales a Castro para aplacarlo. Era la válvula de escape. No había prisa. En el fondo, existía la secreta aspiración de que fuera a otra administración a la que le tocara pechar con el inevitable fin del castrismo.
Esa actitud nada tiene que ver con el comportamiento activamente hostil del Gobierno de un Donald Trump decidido a apretarle las clavijas financieras a la dictadura de Maduro hasta lograr que se asfixie. Estados Unidos es el amo financiero del planeta. Tiene el 22% del PBI mundial y el 80% de las transacciones comerciales se realiza en dólares que transitan por el sistema bancario americano. Eso le permitiría, por ejemplo, prohibir el envío de remesas a Cuba y tratar como enemigos a los países que rompan el embargo. En sesenta días la enorme pobreza de Cuba se convertiría en una miseria absoluta que afectaría a la clase dirigente cubana y haría estallar la olla.
Vuelvo a la pregunta original: ¿qué hará Cuba? Los síntomas son que, mientras les exige a los venezolanos que resistan, secretamente estaría repatriando a sus tropas y a sus interventores, mientras borra los discos duros comprometedores. El Gobierno cubano es absolutamente improductivo, pero el rasgo esencial de Raúl Castro es su prudencia. Fidel hubiera actuado de otro modo mucho más enloquecido, como cuando le pidió a la URSS que utilizara sus misiles para destruir “preventivamente” a Estados Unidos, pero, afortunadamente para todos los cubanos, Fidel está enterrado, dicen, en el cementerio de Santa Ifigenia en Santiago de Cuba.
El autor es periodista y analista político. Su último libro es una revisión de “Las raíces torcidas de América Latina”, publicada por Planeta y accesible en papel o digital por Amazon.