En los años 1970s y 1980s, Centroamérica era la tierra fecunda para el cambio social a través de las armas que había iniciado dos décadas antes en Cuba.
Al igual que en «la Perla del Caribe¨, con su Fidel y su sacrificado Ché, el Frente Farabundo Martí en El Salvador y el Frente Sandinista en Nicaragua suscitaron esperanzas de que Centroamérica podía evolucionar de sociedades feudales a la adopción de principios comunistas.
Tras los acuerdos de paz en El Salvador y Guatemala, había una democracia formal, en el papel, con elecciones cada tantos años, y alternancia entre distintos partidos políticos. Sin embargo, permaneció inalterado el modelo económico extractivista, hoy descrito como mafioso-extractivista.
Pero, a los héroes se les olvidó la causa por la que luchaban inicialmente. Con escasas y valiosas excepciones, los líderes siguieron el camino de «quítate tú para ponerme yo», y empezaron a aparecer entre los terratenientes y los dueños del capital.
Las masas excluidas y despreciadas se convirtieron en la apuesta del populismo autoritario. Como lo expresa el antropólogo colombiano Carlos Granés en un libro de enorme influencia «Delirio americano: una historia cultural y política de América Latina».
Los populistas son un subproducto de los políticos incapaces, voraces y abusivos, los populistas no ganan elecciones, la democrácia inepta las pierde.
Pero, en los hechos, ¿cuáles son los rasgos comunes de estos gobiernos?
1. Ofrecer liderazgos personalistas que prometen soluciones rápidas y sencillas a problemas de larga data y de naturaleza compleja. Además, pueden montar una maquinaria electoral con escasa institucionalidad que es dirigida por el líder personalista.
2. Destruir las instituciones o mecanismos de transparencia y acceso a la información. En El Salvador, Nayib Bukele reservó durante 7 años la información sobre la obra pública, y no hay acceso a licitaciones, contratos, costos, ni a la identidad de los propietarios de las compañías beneficiarias.
3. Subordinar al Poder Legislativo y nulificar al Poder Judicial. En Nicaragua, Daniel Ortega ha sometido al legislativo, al judicial, y también a los órganos electorales y de fiscalización, hoy subordinados al Ejecutivo.
4. La militarización se ha convertido en un negocio a través de la reasignación de presupuestos públicos, que convierte a los militares en actores políticos.
5. Incorporar a la familia a los negocios del gobierno. Los hermanos de Bukele tienen prisa en enriquecerse. Han ‘adquirido’ fincas cafetaleras que como grupo los colocan entre el 2 por ciento de las familias más acaudaladas de El Salvador, compran propiedades y negocios de manera descarada y no rinden cuentas de dónde ha salido el millonario acervo con el que cuentan.
6. Construir un escenario de sucesión dinástica. En Nicaragua, Daniel Ortega ha nombrado co-presidenta a Rosario Murillo y entre ambos construyen ahora los mecanismos para una sucesión dinástica: pretenden heredar el poder a su hijo Laureano Ortega Murillo. En El Salvador se habla, muy a pesar de quien se creía el «delfín» luego de Bukele, Ernesto Castro, presidente de la Asamblea Legislativa, de uno de los hermanos de Nayib Bukele.
7. Privilegiar dentro de su partido político a los incondicionales y excluir a quienes ejercen el derecho de disentir. En Honduras, la maquinaria del partido gobernante Libre (Libertad y Refundación), en las elecciones primarias para la alcaldía de San Pedro Sula ?capital industrial del país? no quiere postular al alcalde que la ciudad necesita, sino al actual alcalde, quien le hace los mandados al expresidente Mel Zelaya, factótum del partido y vínculo con la oligarquía y con grupos criminales.
En El Salvador hay una purga social y política contra los funcionarios que pensaron un día que tendrían «herencia política», empezando por Mario Durán, actual alcalde de San Salvador, o Romeo Rodríguez, ministro de Obras Públicas y otros, pero sobre todos, Ernesto Castro, ya mencionado en otra parte de este editorial.
Con la opinión de Carlos Heredia Zubieta -El Universal-