El golpe del 15 de octubre de 1979. (Primera entrega)

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Por Eduardo Vazquez Bécker.-

A finales de 1979 el país se encontraba en una situación desesperada y preocupante. El efecto dominó que se esperaba después del triunfo sandinista en Nicaragua no dejaba que el gobierno atendiera los problemas reales del pueblo. Los argumentos de la izquierda dominaban cada vez más el espectro político.- Que el gobierno era producto del fraude-; -Que su único interés era servir a las clases dominantes y que la única forma de mantenerse en el poder era la represión-.

La gigantesca propaganda, organizada y manejada por los organismos internacionales  de solidaridad, daba por sentado que solo era cosa de esperar. El Salvador estaba por caer.

El cambio en El Salvador se presentaba inminente e inevitable;  los Estados Unidos de Norteamérica veían con creciente preocupación las constantes denuncias por violación de los Derechos Humanos formuladas por la Iglesia católica salvadoreña, pero no parecían enterarse de la actividad subversiva.

En 1978 la Comisión Interamericana de derechos Humanos de la OEA, el Parlamento Británico y las organizaciones Amnistía Internacional y Comisión Interamericana de Juristas, publicaron un informe detallado sobre hechos de violación de Derechos Humanos en El Salvador donde aseguraban que esa era una conducta frecuente, especialmente del Ejército. El informe de la Comisión, publicado en marzo de 1979, previo a la celebración de la XIII Asamblea de la OEA a celebrarse en Bolivia, aseguraba que entre la población salvadoreña existía un escepticismo generalizado respecto al derecho de voto y de participación en el gobierno. También aseguraba que los partidos políticos de la oposición no tenían confianza y habían perdido la esperanza de poder tener elecciones libres y honestas.

Debido a esas razones, la Comisión fue de la opinión que los derechos electorales no eran efectivos. La situación y los planes de golpe habían trascendido a los distintos sectores del país. Al parecer solo el Presidente Carlos Humberto Romero ignoraba lo que ocurría.

General Carlos Humberto Romero.
General Carlos Humberto Romero.

La XIII Asamblea de la Organización de Estados Americanos, OEA, se realizaría en La Paz, Bolivia, el 22 de octubre de 1979 y era un hecho que durante la misma, se iba a producir una condena para El Salvador por violar los derechos humanos. Sin lugar dudas, esa situación favorecía  la toma violenta del poder por parte de los izquierdistas apoyados por Cuba y Nicaragua lo que, indudablemente, no podían permitir los militares.

En esta coyuntura, se produce la llegada al país del entonces Secretario de Estado Adjunto de los Estados , Byron Vaky, su misión era hacer del conocimiento del presidente de El Salvador un mensaje del presidente Carter: hay que acortar el periodo presidencial y convocar a nuevas elecciones de inmediato. Con esto creían que se podría conjurar los intentos de la izquierda por repetir la experiencia de Nicaragua. Vaky afirmaba que aquí existía una sociedad cuya estructura de clases era una de las más rígidas de América Latina y que esto dificultaba cualquier cambio democrático; al mismo tiempo agregaba que las posibilidades de evitar la violencia insurreccional disminuían rápidamente.

Las declaraciones y actitudes de Vaky fueran interpretadas como el anuncio de la tormenta, razón por la que en los distintos mandos del Ejército se comenzó a hablar con más insistencia de un golpe militar.

Informes un tanto confusos y hasta anecdóticos refieren que entre los meses de julio, agosto y septiembre de 1979, el presidente Carter habría enviado nuevamente a El Salvador a su Secretario de Estado Adjunto, para que se entrevistara con el presidente Romero y le reiterara nuevamente su mensaje personal.

Fuentes militares y civiles de mucha credibilidad consultadas para el caso, reconocieron la posibilidad de que esas entrevistas se hayan realizado, pero pusieron en duda que el tono de las mismas haya sido de irrespeto. Sin embargo el mismo ex Presidente Romero, aprovechando una visita que le hiciera a mediados de agosto de 1979, el ahora General retirado, Juan Orlando Zepeda, que realizaba estudios en la Escuela Militar de México, le confió que el  mensajero de Carter, no solo insistió en acusar al gobierno de violar los derechos humanos, sino que llegó a demostraciones insospechadas. Byron Vaky habría dicho al presidente Romero que el presidente Carter consideraba que  la situación por la que atravesaba el país era difícil e insostenible.

Según Zepeda, el presidente Romero, mostrando un alto sentido institucional se negó y, visiblemente alterado, respondió que no era el presidente Carter quien iba a decirle lo que debía hacerse en El Salvador.

“Yo soy el Presidente Constitucional de la República y me debo al pueblo que me eligió, por lo que no puedo renunciar a mi cargo ni acortar el plazo para el que fui electo; mucho menos depositarlo en otras manos”, dijo Romero a Vaky.

La anécdota refiere que Vaky frunció el ceño y contestó: -“Señor: si usted no lo hace lo va a lamentar”.

Otras personas atribuyen al fallecido coronel Iraheta, militar de mucha confianza del ex Presidente Romero, haber dicho que el emisario de Carter había llegado al extremo de poner los pies sobre el escritorio donde despachaba el Presidente. De todas maneras el Presidente Carlos Humberto Romero no entendió el mensaje. La suerte estaba echada.

La situación del país era un caos, el presidente Romero había perdido el control del gobierno y estaba a la espera de lo que resultara después de la amenaza de los Estados Unidos.

Mientras tanto, los golpistas afinaban sus planes. La idea original del golpe cobra forma a finales de agosto de 1979 pero nadie parecía tomar la iniciativa y no había tiempo que perder.

El coronel Jaime Abdul Gutiérrez, Comandante de la Maestranza del Ejército, comenzó a reunirse con oficiales de igual e inferior jerarquía a quienes preocupaba la situación y reconocían su liderazgo dentro de la Institución Armada; también con algunos de sus compañeros de promoción a quienes habló sobre la preocupación de la juventud castrense.

Estos eran de la idea que se debía buscar una solución a la problemática nacional que incluyera reformas urgentes a fin de frenar el  desborde social en el que se encontraba el país y la amenaza insurreccional.

En la UCA también se hacían planes. En un evidente intento por formar cuadros capaces de asumir las responsabilidades políticas revolucionarias que se vislumbraban, la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” había implementado en la Facultad de Economía, la carrera de Ciencias Políticas, sin pre-requisitos académicos a fin de facilitar el ingreso de los distintos sectores del país. La carrera no era excluyente, bastaba con tener una cierta praxis política para ingresar a la misma. Se formaban así los cuadros políticos y se preparaba la ofensiva guerrillera de 1981.

Las dos primeras promociones de alumnos incluyeron un número selecto de profesionales, militares, obreros, sindicalistas y dirigentes políticos de izquierda que más tarde desempeñarían roles importantes en el FMLN. La Plana Mayor docente de dicha carrera estaba representada entre otras por Guillermo Manuel Ungo, Rubén Zamora, Salvador Samayoa, Ignacio Ellacuria, Luis de Sebastián, Alberto Arene (ambos profesores de economía marxista) y otros profesores invitados entre quienes figuraban elementos de reconocida trayectoria marxista.

Hacia finales del mes de octubre de 1979, lo que era rumor se tornó en hechos concretos. El gobierno del General Carlos Humberto Romero se había agotado rápidamente y se comenzaron a mover los hilos del cambio. El 15 de Octubre, un movimiento militar encabezado por un coronel progresista con respaldo democrático, depuso al Gral. Romero.

El coronel e Ingeniero Jaime Abdul Gutiérrez, cabeza visible e indiscutible del golpe, había buscado consenso entre sus compañeros de armas y sectores democráticos del país, sobre la necesidad del golpe y sobre la junta que habría de gobernar, pero los planes se retrasaban. Mientras, se acercaba la amenaza de condena contra el país en la OEA.

Los mandos militares que apoyaban la idea, estaban enfrascados en los pormenores sobre la estrategia a seguir en el momento decisivo: si se iba a capturar y de qué manera, al presidente de la República, a los miembros del Alto Mando del Ejército y a los Directores de los distintos Cuerpos de Seguridad. Esto entretenía el golpe.

La idea de que Román Mayorga podría ser un elemento consolidador del golpe fue del general retirado José Alberto, “El chele” Medrano. Gutiérrez se reunió en repetidas ocasiones con Medrano en quien reconocía a un militar cuyo conocimiento anti subversivo y geoestratégico del movimiento comunista internacional le había convertido en un militar odiado por unos y respetado por otros.

En una de esas reuniones surgió el nombre de Román Mayorga Quiroz, Rector de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas”, caracterizada en esa época por su fuerte crítica al gobierno, crítica que profundizaba a través de su cátedra sobre la realidad nacional y por ser un bastión de los movimientos de izquierda. Mayorga no aceptó de inmediato, pero como era de esperar, alertó no solo a la dirigencia jesuita en el país, sino a los grupos que se reunían en dicha universidad.

Lo que parecía una contradicción fue explicada por Medrano a Gutiérrez asegurándole que Mayorga Quiróz era considerado como un social demócrata, no comunista y además, era hijo de otro militar, lo que hacía suponer que jamás traicionaría a la Fuerza Armada de El Salvador. Su prestigio internacional era su mejor carta de presentación. Sin embargo, a pesar que Mayorga Quiroz no dio muestras de estar muy convencido, esperaban neutralizar a los grupos extremistas que se movían al interior de la UCA.

El nexo entre los oficiales considerados como la juventud militar y el golpe, fue Oswaldo Marenco, sobrino de la esposa del general Medrano, quien se desempeñaba como segundo de Jaime Abdul Gutiérrez en el cuartel de la Maestranza.

Marenco y otro hermano que murió al estrellarse un helicóptero en la zona norte de Chalatenango, tenían cierta influencia entre sus compañeros de su “tanda” como se llaman las promociones que salen de la Escuela Militar , de la que era subdirector el coronel Adolfo Arnoldo Majano.

Aunque muy discretamente, Gutiérrez visitó durante los días previos al golpe al general Medrano. Pasaban largas horas discutiendo sobre el acontecer nacional y por supuesto, sobre algunos de los planes de Gutiérrez que ya había decidido la opción del golpe. La casa de habitación de Medrano se convirtió en uno de los sitios donde se hablaba del golpe, a pesar de que muchos de sus compañeros  recomendaban a Gutierez que no confiara en este.

Los golpistas se movían con gran facilidad, parecían contar con el apoyo de los Estados Unidos; la Embajada, preocupada por el fortalecimiento de los grupos armados, sabía lo que estaba ocurriendo, pero se cuidaba de no demostrarlo para no entrar en choque abierto con el gobierno de Romero.

Tras una serie de negociaciones dentro del ejército, el coronel Jaime Abdul Gutiérrez, sugirió a varios militares de alto rango, entre ellos los entonces coroneles Guillermo García y Carlos Eugenio Vides Casanova, que asumieran la responsabilidad histórica del golpe, pero estos no se decidían; es entonces cuando el coronel Jaime Abdul Gutiérrez se constituye en el artífice del golpe.

El respaldo al golpe estaba decidido; más del 80 por ciento de los cuarteles estaban listos. A estos se incorporaron oficiales que se hacían llamar la “juventud militar”, con influencia jesuita, que dijeron estar de acuerdo. El sábado 13 de Octubre todo parecía caminar sobre ruedas, sin embargo un imprevisto parecía poner en peligro el movimiento.

Un día antes del golpe, el viceministro de Defensa, Coronel Eduardo, “Chivo” Iraheta, llamó de urgencia a su despacho al Coronel Gutiérrez y sin dar vueltas a la cosa le preguntó en forma abrupta  sobre el golpe contra Romero, asegurándole que ya se encontraban detenidos dos de los implicados: los capitanes de la Fuerza Aérea Mejía Pena y Rodolfo Salazar. Un tercero estaba a punto de ser detenido, el capitán Francisco Mena Sandoval.

Gutiérrez, sin perder el control de la situación, aseguró a Iraheta no saber nada al respecto.

Visiblemente alterado, Iraheta le dijo a Gutiérrez que había ordenado a la Policía de hacienda que arrestaran al capitán  Francisco Mena Sandoval, pero Gutiérrez le convenció de que, con ese procedimiento, podría producirse un enfrentamiento innecesario. Se acordó que el mismo Gutiérrez arrestara a Mena Sandoval y lo entregara a la Policía de Hacienda.

Al llegar al Cuartel de la Maestranza, Gutiérrez ordenó que se presentara a su despacho Mena Sandoval pero esto no fue posible sino entrada la tarde, cuando el oficial se reportó en aparente estado de ebriedad.

Gutiérrez reclamó a Mena su irresponsabilidad y sus indiscreciones pero no lo arrestó. Se limitó a proporcionarle dinero en efectivo para que escapara a Guatemala mientras se materializaba el golpe, cosa que este no hizo; según Gutiérrez lo que hizo Mena fue buscar refugio en un burdel de mala muerte donde pasó bebiendo hasta después del golpe.

Gutiérrez se trasladó a primeras horas de la mañana el 15 de octubre de 1979 a la Primera Brigada de Infantería, Cuartel San Carlos;  ahí estableció la base de operaciones para el golpe. Una avioneta piloteada por un capitán de apellido Salazar, había sobrevolado desde tempranas todas las instalaciones militares del país verificando la señal de respaldo y apoyo al movimiento. La señal era que los cuarteles a favor dibujaran con cal o cualquier otro material, una cruz blanca en su patio principal y así lo habían hecho.

Salazar se aproximó al patio del San Carlos sobrevolando a poca altura para indicar con señales acordadas que todos los cuarteles se encontraban listos. De inmediato Gutiérrez dio instrucciones al Teniente Coronel Francisco Guerra y Guerra, que buscase al Coronel Majano a fin de que se hiciera presente en el cuartel.

En una acción poco afortunada, Majano, instigado por Guerra y Guerra, trataron de aprovechar diferencias históricas entre los oficiales llamados “de las Armas” y los “de los Servicios”, intentando desplazar a Gutiérrez y autonombrándose “Jefe militar de la Junta”.

Al saber de esto, los cuarteles que habían ofrecido su apoyo al grupo de Gutiérrez amenazaron con retirar su apoyo al golpe.

Guerra y Guerra fue apartado y Majano se tuvo que conformar con ser el segundo militar dentro de la Junta, reconociendo a Gutiérrez como el primero.

(mañana: El golpe)

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