El autoritarismo en el siglo XXI y el retroceso democrático

En un período relativamente corto, los regímenes autoritarios han forjado una infraestructura formidable para desafiar las democracias y sus valores

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Por Alexander López / Académico de la Universidad Nacional de Costa Rica

Hace más de medio siglo que el término autoritarismo se usa en la ciencia política. Desde que lo empleó Juan Linz para caracterizar la experiencia española del franquismo y diferenciarla del nazismo alemán y del fascismo italiano, se ha convertido en un concepto fundamental de la política comparada. Posteriormente usado en América Latina para nombrar distintas experiencias políticas, opresivas y represivas en el ejercicio del poder político.

En un período relativamente corto, los regímenes autoritarios han forjado una infraestructura formidable para desafiar las democracias y sus valores, y una verdadera competencia por las normas ha emergido, ya que la potencia normativa de Occidente ha comenzado a desmoronarse. 

Es así como se observa como los principales regímenes autoritarios están desafiando la noción de los derechos humanos universales y propagando en su lugar las normas sobre la base de “la soberanía del Estado” y la seguridad, la “diversidad de las civilizaciones”, y la defensa de los “valores tradicionales” en contra de la democracia liberal.

Este avance del autoritarismo a nivel global ha tenido como consecuencia inmediata un retroceso de los procesos democráticos, desde Estados Unidos, Rusia, China, la India, Turquía hasta llegar a nuestro vecindario Nicaragua y El Salvador, siendo los ejemplos más significativos. 

Resulta preocupante la (in)capacidad de adaptabilidad y de resiliencia de nuestras instituciones democráticas en un contexto de profundas transformaciones, cambios y sobre todo de incertidumbres asociadas a esta oleada autoritaria. 

Es por ello que se escucha a menudo la afirmación de que la democracia se encuentra enferma, entre otras cosas por su deficiencia institucional para generar entregables en la forma y en los tiempos que la ciudadanía demanda, y por la incapacidad del modelo democrático para detener el incremento de las brechas y la conflictividad social.

En Centroamérica, después de Esquipulas I, la denominada democracia, fue solo una competencia electoral, pero hoy, desdichadamente, en países como Nicaragua o El Salvador ni tan siquiera eso tenemos, todo esto no ha hecho más que llevar a estados “cuasi” fallidos en donde el Estado de derecho se ha convertido en un sueño de Esquipulas II, pues las pocas instituciones y capacidades que tienen la mayoría de estos Estados de la región, han sido secuestradas por políticos autoritarios y populistas. Con ello, los Estados nacionales de derecho se encuentran en agonía.

Ahora bien, el tema del aumento de autoritarismo en América Latina y por ende en Centroamérica no opera en un vacío, sino que tiene una marcada relación con otros temas como son el aumento de la desigualdad social que exacerba patrones de confrontación social del cual se nutre el autoritarismo.

Un segundo elemento que acompaña este déficit democrático es la brecha creciente entre las nuevas demandas y expectativas ciudadanas, y un sistema político elitista con un aparato estatal de capacidad menguada.

Finalmente, existe un enorme desafío que tiene que ver con preservar el orden público, acosado en varios países por la violencia, el crimen organizado, la corrupción y la incapacidad de las policías y los sistemas judiciales. Lo anterior es tarea fundamental del estado, pues se arriesga seriamente su gobernabilidad y legitimidad en el uso de la fuerza.

El autoritarismo actual, que a menudo se da en democracias tanto de países desarrollados, como en aquellos en vías de desarrollo, genera rasgos autoritario-populistas: un estilo de gobierno que fusiona el liderazgo personal con el nacionalismo conservador. Es así como ante profundas inseguridades, las personas confían en los regímenes autoritarios no solo para que les infundan un sentido de nacionalismo, sino también para que las protejan de todos los desafíos que enfrentan.

Finalmente, para hacer lo mal un poco peor, las plataformas digitales, creadas en su día para fines de libertad de expresión, también han ayudado a los estados autoritarios a vigilar, rastrear y controlar a sus poblaciones. Estas plataformas se utilizan para los servicios de inteligencia. Así, lo digital se convierte en la nueva política, protegiendo y manteniendo los regímenes autoritarios.