Economistas advierten que las deportaciones desde EE.UU podrían provocar pérdidas de miles de millones en remesas en los próximos años. Pero por ahora ocurre lo contrario.
En el segundo mandato del presidente Donald Trump, los inmigrantes están enviando mucho más dinero a sus países. Las remesas hacia buena parte de América Latina muestran aumentos de dos dígitos, y la región está en camino de recibir US$161.000 millones en transferencias desde EE.UU en todo el año, 8% más que en 2024.

Mientras el gobierno ordena redadas y ofrece bonos de contratación a nuevos agentes migratorios para ejecutar su campaña de deportaciones masivas, muchos migrantes temen que su tiempo en EE.UU se acorte. Eso ha impulsado una carrera por asegurar que el dinero ganado esté a salvo, ante el riesgo de terminar como los más de 180.000 deportados este año.
Para personas como Wilmer, un hondureño de 23 años que ha hecho de todo, como trabajar en fábricas o hacer de DJ, desde que llegó a EE.UU poco antes de cumplir 18, los fondos enviados representan una oportunidad de empezar de nuevo en los lugares precarios que dejaron atrás, hace no mucho, en busca de una vida más próspera.
Wilmer siempre juntaba su dinero con el de familiares para ayudar a los suyos en Honduras. Pero cuando su padrastro fue detenido cerca de Dallas en abril tras una parada de tránsito, él transfirió dinero a su cuenta bancaria en Honduras por si le ocurría lo mismo. Los US$5.000 lo acercaron a la meta de vender bebidas en la playa de Cedeño, su pueblo en la costa del Pacífico.
“Cuando se puso así de fea la situación, decidimos mandar a ahorrar porque estamos en un país que no es de nosotros”, dijo Wilmer, que pidió no revelar su apellido por miedo a ser detenido. “Si uno lo llegan a deportar, creo que uno perdería el dinero porque ¿quién lo sacaría acá?”.
Su pueblo había sido un destino turístico para visitantes de Tegucigalpa y otras ciudades, pero la erosión arrasó propiedades junto al mar. Los cultivos de camarón dañaron el hábitat de peces, y los pescadores dicen que debieron ir más lejos para pescar. Los cultivos de melón, ocra y caña de azúcar hicieron más daño, y la zona quedó expuesta a inundaciones.
Incluso mientras las remesas a México, el principal receptor de la región, disminuyen, países más pequeños como Haití, El Salvador y Guatemala están en camino de recibir casi 20% más que el año pasado, según estimaciones del centro de estudios Diálogo Interamericano. Honduras ya superó esa marca; hasta agosto, los migrantes enviaron 25% más que en los primeros ocho meses de 2024.
Mientras tanto, los arrestos en los primeros meses de Trump en el cargo más que duplicaron los del final del mandato de Joe Biden. La represión alcanzó a quienes asisten a audiencias judiciales, a jornaleros que cosechan los cultivos del país y a obreros contratados por grandes compañías.
La llegada de Trump hizo que Wilmer pensara que tendría que regresar antes de lo previsto. En junio, un juez en su caso migratorio, pendiente desde que entró a EE.UU poco antes de cumplir 18 años, falló que podía irse voluntariamente. Eligió un empleo como DJ en un bar en vez de empacar botellas, porque lo veía más seguro. El local de su familia en Cedeño estaba bajo el agua salada, pero soñaba con empezar de nuevo.
“Viendo que han deportados amigos míos, gente de Cedeño, da miedo saber que lo que él dice se está cumpliendo”, comentó sobre el presidente de EE.UU. “Uno trata de encontrar la manera de ahorrar por si acaso lo llegan a agarrar aquí”.
Gasto precautorio
Los bancos locales están facilitando el depósito de dinero, publicitando en YouTube e Instagram que los migrantes ahora pueden abrir cuentas a su nombre desde el extranjero e incluso mantener dinero en dólares. Un jingle del Día de la Madre prometía electrodomésticos gratis a los receptores de remesas que abrieran una cuenta de ahorro. En las tiendas de la cadena minorista Elektra y de su filial Banco Azteca, junto a la fila de recepción de remesas, hay carteles ofreciendo préstamos para motocicletas, televisores y más.
Algunas firmas adoptaron un enfoque humorístico. En un anuncio cómico de un banco sobre la importancia de tener cuenta propia, unas mujeres chismean sobre la esposa de un hombre que había gastado todo el dinero enviado en cirugías estéticas. Pero el banco central de Honduras, que detectó el cambio en las remesas ya en enero, sugirió que la situación era seria. Calificó la tendencia como “envíos precautorios anticipados por parte de los migrantes”.
El dinero, indicó, se gasta principalmente en alimentos, servicios básicos y tratamientos médicos para familiares cercanos, con una porción menor destinada a mejoras de vivienda y educación. AirPak, representante de Western Union en Honduras, dijo que parte del dinero adicional provenía de migrantes que no tenían cuentas bancarias en EE.UU.
“El efecto de Trump ha creado mas incertidumbre”, afirmó Enrique Cabrera, gerente general de AirPak en Honduras, desde su oficina en la capital. “Como ellos no tienen una cuenta de banca en EE.UU ni nada, y lo tienen en su digamos, envían todo lo que puedan para que acá, a través de un beneficiario que tenga una cuenta abierta con un banco, lo pueda tener más seguro”.
Las opciones digitales lo facilitan aún más. Banco Ficohsa ofrece un chatbot, llamado Sara, que permite gestionar remesas a través de WhatsApp, la popular aplicación de Meta Platforms Inc. Un próximo impuesto de 1% en EE.UU sobre transferencias de efectivo ayudó a reducir el envío de billetes físicos. Remitly y Wise reportaron un aumento de más de 20% en usuarios activos hasta agosto respecto al año anterior, según SensorTower Inc.
La Casa Blanca quiere ampliar las deportaciones, aunque sus tácticas han sido cuestionadas en los tribunales. El Congreso, controlado por los republicanos, asignó más de US$150,000 millones para seguridad fronteriza y una ofensiva migratoria, incluidos nuevos centros de detención. A los policías se les prometieron bonificaciones de US$1.000 si colaboraban en la detención de suficientes migrantes.
Las deportaciones siguen por debajo del promedio de gobiernos anteriores, pero los recursos para contratar miles de agentes y el respaldo de los estados para sumar camas sugieren que el ritmo de arrestos podría crecer, una fuente de estrés para los 10 millones de indocumentados sin protección frente a la expulsión.

Además, los solicitantes de asilo en espera de decisiones judiciales se sienten inseguros, y más de 1 millón de migrantes que recibieron permiso de estancia por desastres naturales o conflictos civiles en sus países podrían estar pronto en riesgo, dependiendo de fallos sobre las órdenes del gobierno. La medida, llamada Estatus de Protección Temporal, también se aplicaba a hondureños que ingresaron a EE.UU antes de un devastador huracán en 1998.
“Sabemos que la remesa es el sustento de muchas familias”, dijo Larisa Vargas, gerente de remesas del Banco Ficohsa, quien confesó que no esperaba un salto tan grande en las transferencias. Los clientes del banco confirman “que están haciéndolo con algunos ahorros que tenían. Están haciendo envíos especiales por cualquier tema, más que todo aquellos que están con estatus irregular”. La proporción del dinero depositado en cuentas bancarias en lugar de retirado en efectivo también aumentó, de alrededor de 20% a fines de 2024 a aproximadamente 30% en la primera mitad de este año, agregó.
Los grupos de inmigrantes en EE.UU con mayor riesgo de deportación son quienes envían más dinero de regreso, según Manuel Orozco, investigador del Diálogo Interamericano. Las personas que llegaron a la frontera entre EE.UU y México en los últimos cinco años y proporcionaron información a los agentes estadounidenses son más fáciles de rastrear. Más de 900.000 hondureños, por ejemplo, arribaron durante ese tiempo y aunque no todos se quedaron, en marzo los hondureños enviaban en promedio US$406 por transferencia, frente a US$335 en septiembre pasado, antes de la elección de Trump.
Motivos para regresar
Javier, de 32 años, aceptó hacer horas extra cuando inmigrantes mayores de la fábrica de pasteles donde trabaja empezaron a renunciar. El mayor salario, US$25,50 por hora, y 20 horas extra semanales le permitieron reunir lo suficiente para montar lo que será una sala de billar en Cedeño. Su hermana supervisó la obra, y él esperaba que su hija de 8 años, que vivía cerca, pudiera ver el fruto del negocio. Mientras tanto vivía con austeridad en Texas, como desde que llegó en 2023.
“Por medio de una tarjeta, me da miedo el rastreo”, dijo Javier, que también pidió no dar su apellido. Cobra sus cheques en persona en el banco. “Es menos peligro porque solo están mis datos, pero no está mi dirección ni nada por estilo”.
Otros compañeros tenían esposas, padres e hijos en EE.UU, lo que dificultaba dejar el país. Pero él llevaba años planeando volver, añorando su pedazo de costa del Pacífico. No iba a la playa desde que partió. Después de cubrir la manutención de su hija, le alcanzaba incluso para contratar un payaso para su cumpleaños. Pero el terreno que compró a su abuela, cerca del agua, ofrecía pocas garantías de estabilidad para su regreso.
Los inmigrantes que llevaban más tiempo en EE.UU habían tenido oportunidad de planificar frente al clima impredecible de su región. Cuantos más negocios montaban, mejor les iba.

Salvador Flores, de 52 años, se especializó en demoler paredes y tuberías con asbesto, un trabajo riesgoso que pocos estadounidenses querían. El dinero que ahorró en casi dos décadas en EE.UU financió las empresas de su familia: compraron mototaxis, un sistema de sonido para fiestas y un terreno frente al mar para un restaurante turístico. Tras decidir volver a Cedeño en marzo, comenzó a trabajar en un tobogán y una piscina más tierra adentro.
“Cuando hay más feriados buenos, le ponemos la disco, y cuando no es mucho, ponemos mesas y hamacas. El que quiere estar arriba, pues, lo colocamos arriba”, dijo, señalando una tarima de madera en su restaurante con vista al mar.
AirPak ha registrado un aumento en las transferencias en la capital y en San Pedro Sula, la segunda ciudad más grande, pero también en lugares costeros con altos niveles de emigración en los últimos años, como el departamento que incluye los pueblos de Flores y Castro. Allí se puede retirar dinero en una pequeña tienda. Los cajeros automáticos están en el siguiente pueblo, a 15 minutos en auto, donde también hay un supermercado, una farmacia y una tienda de electrodomésticos.
Otros exmigrantes apuestan por los negocios tradicionales de la región. Darlin Castro, de 28 años, alternó entre trabajos de techado y pintura en EE.UU para poder comprar una lancha y redes antes de regresar en agosto. Publicaba videos de su trabajo en TikTok, donde también mostraba acrobacias y cortes de pelo que hacía a compañeros. La salud de su madre empeoraba tras varios derrames cerebrales, lo que aceleró su regreso.
Castro había calculado el momento de volver: “El trabajo bajó también. No les están dando trabajo a gente sin papeles”, dijo, mientras su madre y hermana freían pescado y abrían curiles, una variedad de molusco de los manglares. Pero al volver se encontró con que había pocos peces. Cedeño está en el Golfo de Fonseca, que limita con El Salvador y Nicaragua, y ahora los pescadores arriesgan ser capturados por fuerzas navales extranjeras.
Las casas amplias y coloridas, construidas en terrenos más seguros, solo son accesibles para quienes trabajaron más tiempo en EE.UU. Con el cambio climático afectando la zona, la escasez encareció el valor de la tierra, según un estudio de la Alianza de Bioversity International y CIAT, lo que hace difícil pensar en compras mayores.
Deudas y desapariciones
La atención está puesta ahora en las elecciones nacionales de Honduras en noviembre. La presidenta Xiomara Castro amenazó con cerrar una base militar de EE.UU antes de que Trump iniciara vuelos de deportación, pero retrocedió rápidamente. Algunos votantes querían más cambios durante su mandato, en un país donde el expresidente está preso en EE.UU por colaborar con el narcotráfico. Bananas, café y aceite de palma son de las principales exportaciones de la economía de US$38,000 millones, y los empleos manufactureros se concentran en ciudades divididas por pandillas.
Otras familias migrantes enfrentan otra presión: si sus parientes son deportados, las deudas que contrajeron para llegar a EE.UU quedan impagas. Muchos ofrecieron sus tierras como garantía de préstamos para pagar a coyotes.
Raquel Betancourt contó que su hermano, residente en Texas, debía inicialmente más de US$20,000 más intereses por dos intentos de llegar a EE.UU. Ella entrega el dinero al prestamista que retiene la escritura de su casa. Otros dos hermanos, que habían trabajado en EE.UU hasta ser deportados hace más de una década, desaparecieron cuando intentaron volver a emigrar.

“Si él regresa, nuestra casa está en peligro”, dijo Betancourt. “Trabaja destapando tubería, a lo que le pongan. Hay días que le toca una cosa, hay veces que le toca otra. A veces anda maquina excavadora, la que recoge la tierra en construcción. Como dice él, ‘Aquí era donde me quería tener Dios’”.
Su hermano había pedido un préstamo para garantizar su seguridad y sustento a la familia. Su hermana se fue a España y le dejó sus hijos a cargo. Ella y su madre, Rebecca Arteaga, ahora cuidan solas la vivienda.
Para muchas familias en Honduras, es un costo silencioso de la migración. Pese a la celebración por el regreso de Darlin Castro, su hermano, que salió rumbo a EE.UU unos años después, también desapareció en México. A su madre le sobrevinieron sus problemas graves de salud luego de esa pérdida. Nunca volvieron a saber de él.
Bajo Trump, Honduras está en camino de recibir casi US$12,000 millones en remesas este año, según Vargas, la encargada de transferencias en Banco Ficohsa. Pero el ritmo actual difícilmente se mantenga. El cambio político, y las condiciones económicas que lo acompañan, siempre podrían alterar esa ecuación.
Por ahora, dijo, muchos de sus clientes piensan: “El día de mañana, si yo me tengo que ir voluntariamente o no voluntariamente, tengo mis ahorros acá”.
Con información de Bloomberg