Decir “Hijo de p.., no es faltar al respeto a las personas. Depende de dónde y cómo se diga

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En nuestra nota-reportaje del 10 de mayo de este año, en la que recordamos el asesinato de Roque Dalton, utilizamos la expresión ¡hijuepuuuta! , para dibujar el inicio de nuestra relación con el poeta hace 57 años.

Como consecuencia, algunas personas se han tomado la molestia de insultarnos con denuestos que no creemos merecer. Así como respetamos la inteligencia humana, también respetamos la ignorancia a la cual todo mundo  tiene perfecto derecho. A esta parte de la naturaleza humana le recordamos algo sobre el hijueputismo en El Salvador.

El hijueputismo en El Salvador no es como en otras partes del mundo hispano,  donde decirle a un semejante que proviene de una madre que ejerce la profesión más antigua del mundo, es el peor insulto imaginable y causa justificativa de cualquier reacción violenta.

Nosotros decimos hijo de puta por cualquier cosa que afecte nuestro estado de ánimo. Lo decimos como expresión de alegría, de dolor o de tristeza; cuando algo nos sorprende, tanto en lo esperado como en lo inesperado. Lo decimos para manifestar sentimientos de ternura o de asombro; lo decimos cuando nos sentimos orgullosos de algo o de alguien, también lo decimos por recibir  un golpe de buena o mala suerte. Todo depende del lugar, de los gestos o del tono que utilizamos para ello; es decir de las circunstancias.

En los años ochenta, las manifestaciones violentas de las LP28 y el Bloque Popular Revolucionario se producían todos los días en el centro de San Salvador. Jóvenes de toda edad, algunos de ellos armados de pistolas, desafiaban a las autoridades provocando desordenes y causando destrozos de toda naturaleza.

Las oficinas de la Agencia noticiosa The Associated Press. AP, de la que era corresponsal, se encontraban localizadas en el segundo piso del  Edificio Julia de E. de Duke, a poca distancia de la Policía Nacional. En ese entonces las tareas de un corresponsal de prensa internacional eran mucho más complicadas y más riesgosas que en la actualidad.

El olor a humo, los gritos y el ruido seco de los disparos me hicieron salir a la ventana del edificio; abajo, varios centenares de muchachos, algunos de ellos armados y con pañoletas rojas cubriendo su rostro, disparaban en dirección a la Policía e incendiando los vehículos que encontraban a su paso.

Uno de los vehículos amenazados era de mi propiedad. La decisión de atender la noticia y evitar que mi vehículo fuera incendiado, me hicieron bajar hacia la calle rápidamente. El corazón me latía a mil por hora.

Ya en la calle, tratando de ubicar el lugar donde había dejado el  vehículo y con la cámara fotográfica que no cesaba de captar imágenes de lo que ocurría, pude apreciar una imagen que me heló la sangre: uno de los individuos con pañoleta roja apuntaba a mi cabeza con una pistola 9 milímetros; la expresión de su mirada me indicaba que estaba decidido a disparar.

La situación la resolví en fracción de segundo. Moví  ligeramente la cámara fotográfica hacia un lado, al tiempo que con tremendo grito, le decía a quién me apuntaba. ¡Hijo de Puta! – ¡quítate de ahí!, mientras con gesto autoritario le indicaba que se cambiara de lugar. No sé qué habrá pensado pero le gané la moral; se hizo a un lado y se perdió en la trifulca, lo que me permitió llegar hasta el automóvil, cambiarlo de lugar y seguir cubriendo la noticia. Desde entonces, decir Hijo de Puta, ha sido de suerte para mí, dependiendo siempre de dónde y cómo lo diga.

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