Cinco años después de una Primavera Árabe que no floreció

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El balance es realmente negativo: la economía empeora, el yihadismo acaba con el turismo, la calidad de vida se degrada y el desempleo sigue campante. Los tunecinos no tienen motivos para conmemorar el quinto aniversario del hecho que denunció al mundo su situación y que fue el detonante de las masivas protestas que derivaron en lo que hoy se conoce globalmente como la Primavera Árabe.

Era 14 de enero de 2011 y mientras sus ciudadanos, enardecidos en las calles, exigían la salida del dictador tunecino Zine el Abidine Ben Ali, este, después de 23 años perpetuado en el poder, huía hacia Arabia Saudí.

Un mes antes, Mohamed Bouazizi, un vendedor ambulante, se había prendido fuego en Sidi Bouzid, centro de Túnez, dando inicio a estas protestas que fueron duramente reprimidas y que dejaron 338 muertos.

Nadie se imaginaba que esto sería el eje de las revueltas populares que demandarían un giro radical dentro de la región árabe, que pedía a gritos un cambio de mando.

Pero, ¿acaso es posible que países sin tradición democrática, al menos en el estilo occidental, y con instituciones débiles, se conviertan en modelos eficaces que mejoren la calidad de vida de sus ciudadanos?

“Pasar de una dictadura a una democracia no es solo una cuestión de hacer caer dictadores. Se necesitan un poder judicial independiente, instituciones sólidas y honestas y una prensa independiente”, explica a EL TIEMPO Francis Ghilés, analista e investigador del centro de estudios y análisis internacionales Cidob, de España.

“Por eso, en Túnez no hubo un cambio de sistema en cinco años. Cambiaron de imagen dictatorial, pero son los mismos que tienen el poder económico. Ahora celebran elecciones, pero la estructura económica, social y política es la misma. Hay más pobreza”, agrega Ghilés.

Después de la caída de Ben Alí también lo harían los regímenes de Hosni Mubarak (Egipto) y de Muamar Gadafi (Libia), en el poder desde hace 30 y 40 años, respectivamente.

La calentura también sacudió a Siria, Yemen, Argelia y Baréin, entre otros, en muy diversas escalas.

En principio, la famosa Primavera Árabe no ha traído beneficios concretos para sus ciudadanos. Al contrario, ha dejado vacíos muy grandes de poderes en la región y, también, desencadenado nuevos desafíos, como la amenaza del terrorismo yihadista, el reciente rompimiento de relaciones entre Arabia Saudí e Irán y una economía que se quiebra a pedazos.

El dosier entre saudíes e iraníes se expresaba ya antes en el enfrentamiento indirecto por el dominio y la influencia en el mundo musulmán, reflejado en los múltiples conflictos en la región, una disputa que se puede extrapolar a una lucha ancestral entre suníes y chiíes, las dos grandes ramas de la religión islámica.

En principio, se creía que con la ausencia de figuras como Ben Alí, Mubarak, Gadafi o el mismo Al Assad –que se resiste a dejar el poder en Siria– los países mejorarían en todos sus aspectos, y esto los llevaría al desarrollo, pero lamentablemente no ha sido así.

“Si preguntamos al grueso de la sociedad, vamos a escuchar que estos dictadores hacen falta, porque antes era mucho más seguro, estable. Pero eso tampoco quiere decir que estuvieron mejor”, afirmó Hasan Turk, analista turco en asuntos relacionados con Oriente Próximo. Tras la Primavera Árabe, “los Estados se convierten en fallidos y se crearon intereses económicos. Ahí es cuando grupos terroristas como el Estado Islámico (EI) se aprovechan del debilitamiento de la sociedad y logran reclutar a un número significativo de hombres y mujeres que no encuentran empleo ni condiciones aptas para subsistir”, agregó.

Ambos analistas coinciden en que las “protestas populares quisieron derrocar a los regímenes existentes, pero no propusieron nuevas ideologías ni presentaron líderes”, y eso fue lo que precisamente aprovecharon extremistas como el grupo Estado Islámico.

Repercusiones en la región

1. Túnez

Este país sigue siendo uno de los más golpeados, pero fue el único que llegó a hacer una transición hacia la democracia. Logró que prevaleciera el consenso gracias al rol del ‘cuarteto para el diálogo nacional’, que en 2015 fue reconocido con el Nobel de la Paz.

2. Egipto

Las esperanzas se desvanecieron cuando el país volvió a ser dirigido por el general Al Sisi, que derrocó con un golpe de Estado al islamista Mohamed Mursi, primer presidente elegido democráticamente. El Ejército y la élite política instauraron un autoritarismo muy similar al de Hosni Mubarak.

3. Siria

El presidente Bashar al Asad reprimió las protestas contra el Gobierno, lo que generó una revuelta que se convirtió en guerra civil, con un balance de 260.000 muertos y millones de desplazados. De este conflicto interno el primer beneficiado ha sido el Estado Islámico, que se instaló en una vasta zona del país.

4. Libia

Tras la caída y asesinato de Muamar Gadafi, Libia se derrumba como un castillo de naipes. Dos facciones, una de ellas reconocida por Occidente, se pelean el poder en un país que no ha tenido instituciones. Trípoli y Bengasi, sus dos principales ciudades, se hunden en la violencia.

5. Yemen

Pese a que se libraron del dictador Ali Abdula Saleh, el sistema que hizo que Saleh se perpetuara no murió con el fin de su mandato. Ahora, el gobierno soporta una insurrección de los rebeldes hutíes (chiíes).

 

 

 
Andrés Ruiz
Redacción Internacional El Tiempo de Colombia