Uno de los pasajes más impresionantes del discurso de Mario Moreno, Cantinflas, durante su discurso de despedida como “El Señor Embajador” en la película del mismo nombre, es cuando hace una reflexión profunda sobre los riesgos que enfrenta la paz y la tranquilidad social ante la gran disyuntiva de cambiar la frase bíblica de “Amaos los unos a los otros” por la de “Armaos los unos y los otros”.
La apasionada defensa de la paz hecha por el gran mimo e intérprete mexicano, fallecido hace 23 años, viene a la memoria en estos precisos instantes en que en El Salvador se discute la conveniencia o inconveniencia de autorizar a grupos civiles de autodefensa, debidamente armados, para combatir a las pandillas.
Aquí no se trata de armar a los “verdes” o a los “colorados” como decía “Cantinflas”, sino de organizar grupos de personas armadas, de todos los colores, con el pretexto de la autodefensa, que solo traería más desgracias al país. Con el mismo pretexto, el gobierno y la fuerza armada dieron facilidades para que los salvadoreños se armaran frente a la amenaza que representaba el FMLN para la seguridad del Estado y de las personas y el resultado fue que estas mismas personas engrosaran después las filas marxistas del Farabundo Martí.
Autorizar oficialmente este tipo de grupos sería, además, una bofetada a las instituciones del Estado cuya obligación principal es el combate a los delincuentes y al crimen organizado. Además, es iluso creer que un grupo de ciudadanos sin formación profesional y armados de “pistolitas” o machetes, puedan hacer frente a pandilleros que utilizan armas de gran calibre. De hecho, muchas de las armas usadas por los delincuentes son privativas de las Fuerzas Armadas y no están a la venta, al menos legalmente.
Lo único que traería como consecuencia autorizar la organización de grupos de autodefensa y permitir que estén armados, sería un incremento en el comercio ilegal de armas que tarde o temprano van a llegar a manos de los delincuentes. Los grupos mencionados se convertirán en una fuente más donde el crimen organizado se proveerá de armas. Por ahora las traen del extrajero, las compran a policías y militares o las tomas de las víctimas a las que asaltan o asesinan.
Otra cosa importante: cuántas personas conocemos que, al ser asaltadas, reaccionan de manera efectiva ante los delincuentes? Muy pocas. En general porque el arma estaba escondida en un lugar de difícil acceso o porque se dieron cuenta que el poder de fuego de los agresores era mayor o simplemente porque a la hora de las horas sintieron miedo.
Contrario a la descabellada idea de armar a la población para combatir a las pandillas, el gobierno debiera endurecer la prohibición del comercio de armas y convertir su tenencia y uso como agravantes penales al delincuente, lo contrario es favorecer la industria de la muerte.
Con la prohibición del comercio, habrá menos adquisiciones legales de armas. Eso no reducirá el número de asaltos. Pero disminuirá el número de armas robadas para que sean utilizadas por delincuentes.
Incluso con la prohibición, armas continuarán llegando a El Salvador vía contrabando y vía corrupción policial-militar. Como la droga, las armas, aunque prohibidas no dejan de ser encontradas por quienes la buscan. En vez de armar grupos civiles habría que pensar en las alternativas de la escolaridad y la educación para frenar la cultura de la muerte. La cultura de la muerte se percibe en nuestro país desde el uso infantil de videojuegos de guerras virtuales a las banalización de las armas de fuego, sumada al individualismo exacerbado y al espíritu belicista del gobierno.
Una educación para la paz supone abrazar los valores evangélicos del perdón, de la compasión, de la solidaridad y, sobre todo, de la justicia. Supone optar por la frase bíblica de Jesús “Amaos los unos a los otros” y no optar por la violencia reflejada en la versión que de ella hace Cantinflas: “Armaos los unos a los otros”.
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