Ante Rafael Correa, el papa Francisco pidió “dejar de lado los liderazgos únicos”

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El Parque del Bicentenario de Quito ofreció otro marco multitudinario –el segundo en dos días– para la misa que el papa Francisco ofreció a decenas de miles de fieles. Llegó en su papamóvil, rodeado de una multitud en la que no faltó el presidente de Ecuador, Rafael Correa.

Precisamente a él parecieron dirigidas varias de las palabras que el Sumo Pontífice leyó durante su homilía, en la que recordó el “grito de libertad” del bicentenario y advirtió que éste “sólo fue contundente cuando dejó de lado los personalismos, el afán de liderazgos únicos”. Correa, quien es presidente del país anfitrión del Papa, está en su cargo desde el 15 de enero de 2007.

“Quisiera que hoy los gritos concuerden con el hermoso desafío de la evangelización. No desde palabras altisonantes, sino que nazcan desde la alegría del Evangelio”, agregó el máximo líder de la Iglesia católica.

Además separó claramente la doctrina de Jesús de la mala interpretación de las dictaduras: “Reunidos alrededor de Jesús, somos un grito, un clamor nacido de su presencia, que nos impulsa a la unidad. (…) Pero la unión que pide Jesús no es uniformidad, porque eso es más cercano a las dictaduras”.

Luego tuvo un párrafo destinado a marcar el límite entre la evangelización y el proselitismo disfrazado de caridad. “Hay que luchar por la inclusión a todos los niveles”, dijo, pero advirtió que “el proselitismo es una caricatura de la evangelización”. Instó entonces a “evitar egoísmos, promoviendo la comunicación y el diálogo”.

El papa Francisco tiene una agenda muy cargada este martes en Ecuador. Después de la misa al aire libre, mantendrá reuniones con obispos, grupos indígenas y estudiantes, además de una visita a una famosa iglesia jesuita.
El pontífice de 78 años, que vive con un solo pulmón, parecía aguantar bien el ritmo al comienzo de su gira de ocho días y tres países latinoamericanos, pese a la altitud de 2.800 metros en Quito y al día que pasó bajo el abrasador sol de Guayaquil, en la costa. Tenía tanta energía que, por segundo día consecutivo, el lunes se escapó para saludar a los simpatizantes reunidos ante la residencia del embajador vaticano, donde se aloja.

“Siempre es sorprendente lo que puede hacer el Papa a su edad”, dijo el vocero del Vaticano, el reverendo Federico Lombardi. Varios miembros de la comitiva vaticana se despertaron el lunes con dolor de cabeza por el mal de altura, señaló, pero no el Santo Padre. El pontífice dijo que era la forma de Dios de ayudarle en su ministerio, indicó Lombardi.

Francisco fue recibido con todos los honores el lunes en Guayaquil, la ciudad más grande de Ecuador, donde celebró la primera misa multitudinaria de una gira latinoamericana que lo llevará después a Bolivia y Paraguay. A los cientos de miles de fieles reunidos, les dijo que sus familias son la base de la sociedad, pero que necesitan más apoyos y refuerzos.

Las estimaciones de asistencia variaban desde los 550.000 feligreses calculados por un portavoz del Gobierno a los comentarios de Lombardi sobre que era plausible decir que había un millón de personas.

En su homilía, Francisco elogió a las familias como núcleo de la sociedad y las describió como “el hospital más cercano, la primera escuela de los niños… el mejor asilo para los ancianos”. Cada día, dijo, se producen milagros por amor en el seno de la familia, pero en ocasiones el amor y la felicidad se acaban.

“¿Cuánta mujer sola y entristecida se pregunta cuándo el amor se fue, se escurrió de su vida?”, preguntó. “¿Cuántos ancianos se sienten dejados fuera de la fiesta de sus familias, arrinconados y ya sin beber del amor cotidiano?”.

Sus palabras conmovieron hasta las lágrimas a Janeth Valencia Bersosa. Esta maestra de primaria acudió a la misa con su hermana mayor, Pilar, desde Cuenca, a unos 200 kilómetros de distancia. Pasaron la noche en el parque y después se asaron al sol del mediodía durante la misa. Pero aseguró que merecía la pena. “Francisco nos ha devuelto la esperanza en la familia, en los seres que más amamos. He llorado con cada frase”, dijo.

El Papa ha dedicado los dos primeros años de su pontificado a cuestiones familiares, impartiendo lecciones de catecismo sobre diferentes aspectos de la vida familiar e invitando a toda la Iglesia a estudiar formas de proporcionar una mejor atención pastoral a las familias católicas que afrontan dificultades, incluidas personas divorciadas, homosexuales o en situaciones “no tradicionales”.

Una reunión preliminar de obispos sobre la cuestión terminó el año pasado con agrias divisiones entre progresistas y conservadores, especialmente en lo referente al trato a homosexuales y a católicos que se divorcian y vuelven a casar al margen de la iglesia. La tradición católica indica que los fieles que contraen un segundo matrimonio sin anular el primero no pueden recibir la comunión.

En su homilía el lunes, Francisco dijo esperar que el segundo sínodo sobre vida familiar, previsto para octubre, se puedan encontrar soluciones específicas a las dificultades que se enfrentan.

Lombardi dijo que el Papa no se refería de forma específica a los gays o los divorciados y sólo era una mención genérica para que los obispos ayuden a la Iglesia a encontrar un camino de soluciones a los problemas de la familia. Después de la misa, Francisco almorzó con un grupo de jesuitas en una escuela cercana.

Un punto destacado fue su reunión con el padre Francisco Cortés, más conocido como Padre Paquito, a quien el papa, nacido en Argentina, confió hace años la tutela de sus seminaristas en viajes de estudios a Ecuador cuando era el sacerdote Jorge Mario Bergoglio.

A su regreso a la capital, Quito, al anochecer, Francisco hizo una visita de cortesía de 50 minutos al presidente Rafael Correa en el palacio presidencial. Después Correa pasó un cuarto de hora presentado al Papa a decenas de personas.

En su última actividad del lunes, el Pontífice rezó en la Catedral de Quito y luego se dirigió a los congregados ante el templo, muchos de los cuales esperaron durante horas para verlo y soportaron un chaparrón. En lugar de dar el corto discurso que había preparado, Francisco ofreció una bendición para el “noble pueblo ecuatoriano”.

A algunos no les preocupó. Aunque tenía la ropa empapada y temblaba en el frío de Quito, Angélica Naranjo, de 71 años, dijo que no se trataba de un sacrificio, sino de una demostración de fe.