A Tom Robinson se le acusa de un crimen terrible. Las únicas pruebas que hay en su contra son la palabra de dos supuestos testigos, y algo que para lo que en 1935 era motivo suficiente para encontrarlo culpable: ser negro.
Así te venden Matar a un ruiseñor, que es un libro sobre el racismo, pero al leerlo uno se da cuenta de que va más allá. Por eso, si tan deplorable es el acto del prejuicio hacia una persona, también debe serlo hacia esta obra escrita por la estadounidense Harper Lee y publicada el 11 de julio de 1960.
Con base en el ficticio y casi siempre apacible pueblo de Maycomb, en Alabama, Estados Unidos, la novela gira entorno a la vida de la familia Finch, siendo la pequeña Scout Finch la encargada de narrarnos los sucesos que marcaran tanto su crecimiento como el de su hermano mayor Jem, quienes irán perdiendo la ignorancia que ofrece la inocencia, para descubrir cómo se maneja el mundo de los adultos, un mundo donde el peso lo tiene la clase social, el color de piel y el prejuicio.
Y justamente sobre el prejuicio es que tendremos que ir cuidándonos página a página, porque de no ser así, pronto nos encontraremos cuestionándonos y sacando conclusiones apresuradas, muchas de las cuales corremos el riesgo de hacerlas de forma errada, sobre las acciones de los habitantes del variopinto Maycomb, sobre la familia Finch y su aparente obstinación por hacer lo contrario a lo que el código de la época marcaba, y hasta sobre la propia autora, si sus decisiones de alargar la llegada de lo que suponíamos era el tema principal del libro, es acertada.
Así bien, hacernos una idea de lo que vamos a encontrar en esta historia ya iría en contra de su propio espíritu.
Harper Lee parece querer llevar su mensaje de parcialidad al límite: ¿podemos confiar en el juicio narrativo de Scout Finch? ¿Entenderemos que el libro va más allá del tema del color de la piel?, ya que también habla sobre el crecer tanto física como mentalmente, sobre conocernos y conocer a las personas más cercanas a quienes la cotidianidad, a veces, nos hace olvidar que son seres autónomos. O lo más importante, ¿seremos capaces de juzgarnos a nosotros mismos?
Hay libros que se convierten en clásicos por su fuerza narrativa o por estar adelantados a su tiempo. Matar a un ruiseñor merece ser leído por su capacidad de ser atemporal, y una vez que se llega a su última página, nos damos cuenta de lo triste que representa su hasta ahora indefinida vigencia.
Hemos querido recuperar algunos extractos de Matar a un ruiseñor para recordar a una niña apodada Scout, y su pequeño mundo colisionaba con otros planetas en ese universo cálido e inocente al que también era imposible dejar de contemplar con cierto recelo.
1.- La dignidad no se vende, inspira
El padre de la protagonista, el abogado Atticus Finch, contempla horrorizado como él y su familia sufren vejaciones por defender a un hombre de color condenado a muerte. La inquebrantable integridad que muestra a lo largo de la obra lo han convertido, según varios investigadores, en uno de los letrados más influyentes en esta profesión, a pesar de ser un personaje ficticio.
Antes de poder vivir con otras personas tengo que vivir conmigo mismo. La única cosa que no se rige por la regla de la mayoría es la conciencia de uno.
–De modo que tú no eres realmente un ama-negros, ¿verdad que no?
–Claro que lo soy. Hago lo que puedo por amar a todo el mundo… A veces me encuentro en una situación difícil… Niña, no es un insulto que a uno le den un nombre que a otro le parece malo. Ello le demuestra a uno lo mísera que es aquella persona, y no le hiere.
2.- ¿Por qué es pecado matar a un ruiseñor?
Cuando nos regaló los rifles de aire comprimido, Atticus quiso enseñarnos a tirar. Tío Jack nos instruyó en los rudimentos de tal deporte, y nos dijo que a Atticus no le interesaban las armas. Atticus le dijo un día a Jem:
–Preferiría que disparáseis contra botes vacíos en el patio trasero, pero sé que perseguiréis a los pájaros. Matad todos los arrendajos azules que queráis, si podéis darles, pero recordad que matar un ruiseñor es pecado.
Aquélla fue la única vez que le oí decir a Atticus que ésta o aquélla acción fuesen pecado, e interrogué a miss Maudie sobre el caso.
–Tu padre tiene razón –me respondió–. Los ruiseñores no se dedican a otra cosa que a cantar para alegrarnos. No devoran los frutos de los huertos, no anidan en los arcones del maíz, no hacen nada más que derramar el corazón, cantando para nuestro deleite. Por eso es pecado matar un ruiseñor.
3.- La verdadera valentía es luchar pese a saber que perderás
Quería que vieses una cosa de aquella mujer, quería que vieses lo que es la verdadera bravura, en vez de hacerte la idea de que la bravura la encarna un hombre con un arma en la mano. Uno es valiente cuando, sabiendo que ha perdido ya antes de empezar, empieza a pesar de todo y sigue hasta el final pase lo que pase. Uno vence raras veces, pero alguna vez vence.
4.- Aprender a identificar esas exigencias extra por ser mujer
Al observarla empecé a pensar que el ser mujer requería cierta habilidad.
En su sermón, el reverendo denunció sin tapujos el pecado, explicó austeramente el lema de la pared de su espalda; advirtió a su rebaño contra los males de las bebidas fuertes, del juego y de mujeres ajenas. Los contrabandistas de licores causaban sobrados contratiempos en los Quarters, pero las mujeres eran peores. Como me había pasado con frecuencia en mi propio templo, otra vez me enfrentaba con la doctrina de la Impureza de las Mujeres que parecía preocupar a todos los clérigos.
5.- Saborear (y llorar) el primer amor
El hecho de tener novio permanente me compensaba muy poco de su ausencia. Jamás me había detenido a pensarlo, pero el verano era (…) la prontitud con que Dill levantaba el brazo y me besaba cuando Jem no estaba mirando, las añoranzas que cada uno de nosotros notaba a veces que el otro sentía. Con él vida era una dulce rutina; sin él, la vida era insoportable.
6.- La humanidad por encima de razas y religiones
–No te asustes –me susurró Calpurnia–, aunque las rosas de su sombrero temblaban de indignación. Cuando Lula vino hacia nosotros por el sendero, Calpurnia dijo:
–Párate donde estás, negra. Lula se detuvo, pero replicó:
–No tienes obligación alguna de traer niños blancos aquí: ellos tienen su iglesia, nosotros tenemos la nuestra. Es nuestra iglesia, ¿verdad que sí, miss Cal?
–Es el mismo Dios, ¿verdad que sí? –replicó Calpurnia. Jem intervino:
–Vámonos a casa, Cal; no nos quieren aquí… Yo estuve de acuerdo: no nos querían allí. Más bien que verlo, percibí que la masa de gente se nos acercaba. Parecían apiñarse hacia nosotros, pero cuando levanté la mirada hacia Calpurnia vi una expresión divertida en sus ojos. Cuando me fijé de nuevo en el sendero, Lula había desaparecido. En su lugar había un sólido muro de gente de color.
7.- El prejuicio, como la ignorancia, es atrevido
A la gente no le gusta estar en compañía de una persona que sepa más que ellos. Les deprime. No transformaría a ninguno, hablando bien; es preciso que sean ellos mismos los que quieran aprender, y cuando no quieren, uno no puede hacer otra cosa que tener la boca cerrada, o hablar su mismo idioma.
8.- Luchar (por la paz) con el cerebro
Es posible que oigas cosas feas en la escuela, pero haz una cosa por mí, si quieres: levanta la cabeza y no levantes los puños. Sea lo que fuere lo que te digan, no permitas que te hagan perder los nervios. Procura luchar con el cerebro, para variar…
Hubo ocasiones como éstas en que pensé que mi padre, que odiaba las armas y no había estado en ninguna guerra, era el hombre más valiente que había existido.
9.- La lectura, una función vital
Hasta que temí perderlo, jamás me embelesó leer. A uno no le embelesa respirar.