¿Quién era Montesquieu, considerado el padre de la división de poderes?

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El espíritu de las Leyes de Montesquieu, obra clave del pensamiento ilustrado

Charles Louis de Secondat, señor de la Brède y Barón de Montesquieu, ciudadano francés, nació y murió a mediados del siglo XVIII, hace 250 años.

Secondat, como también era conocido, fue un gran viajero. Recordemos que vivió en la primera mitad del siglo XVIII. Visitó un gran número de países, incluyendo Alemania, Italia y Austria, y vivió durante dos años en Gran Bretaña. De este último país y su forma de gobierno, una monarquía (poder ejecutivo) donde existen cámaras de representación para la aristocracia y el pueblo (el poder legislativo, encarnado en la Cámara de los Lores y la de los Comunes) se basará para proponer la división de poderes.

A su regreso escribió su obra principal, “El Espíritu de las leyes” (1749) que resultó un «best seller» (uno de los libros más vendidos), aunque tuvo que publicarlo fuera de su país, en Suiza, como era lógico, debido a problemas de censura.

La separación de poderes frente al absolutismo monárquico

El sistema político imperante entonces era el absolutismo. Un rey, Luis XV, mandaba en todo y todos, incluyendo en su Justicia. Porque era del monarca y se aplicaba de forma arbitraria, dando a los jueces un amplio margen de interpretación de sus leyes.

Las ideas de Montesquieu rompieron con todo.

Propuso una nueva división de poderes del Estado. Concretamente en tres partes: el ejecutivo, el legislativo y el judicial.

Tres poderes separados en tres ramas independientes y en tres áreas de responsabilidad distintas.

Tres poderes en el que ninguno mandara sobre el resto. En un sistema de pesos y contrapesos.

De acuerdo con la teoría de Montesquieu, el legislativo, el Parlamento, es elegido por el pueblo. Y el Parlamento, de acuerdo con la mayoría imperante, elige a su vez al Gobierno (ejecutivo), y elabora las leyes (legislativo).

Unas leyes que los jueces deben administrar y aplicar en nombre del pueblo (judicial), donde reside la soberanía de la nación.

Decía Montesquieu que «los jueces debían ser la voz muda que pronuncian las palabras de la ley”.

Soberanía nacional y separación de poderes van de la mano

La teoría de la separación de poderes fue tratada por diversos pensadores del siglo XVIII, como el estadounidense Alexander Hamilton, el enciclopedista francés Jean Jacques Rousseau  y el británico John Locke, quien, anticipándose a Montesquieu, describió antes la separación del poder legislativo y el ejecutivo y el hecho de que la autoridad del Estado debía sostenerse sobre los principios de soberanía popular y legalidad, pero su formulación práctica fue obra de Montesquieu.

Otro de los principios de la Ilustración y del liberalismo político del siglo XVIII que defiende Montesquieu es la soberanía nacional, que requiere la prohibición del mandato imperativo, algo que Montesquieu refleja en su obra. En el mandato imperativo, los representantes electos sólo representan a los votantes que les han elegido, un requisito de la democracia directa que propone Rousseau en su Contrato Social, enfrentada a la democracia representativa.

En cambio, para que el poder resida realmente en la nación (o en el «pueblo», que por aquel entonces equivalía a decir «varón propietario de un patrimonio propio», evidenciado en el voto por sufragio censitario) los políticos, una vez elegidos, pasan a representar al conjunto de los ciudadanos. Esto es lo que se conoce como mandato representativo, requisito para que exista soberanía nacional a ojos de Montesquieu.

La influencia de Montesquieu en la formación de los Estados modernos

Sus ideas tuvieron una influencia decisiva en la gestación y formación del sistema político democrático de los Estados Unidos y, posteriormente, en la Revolución Francesa.

Unas ideas que hoy compartimos y aplicamos diariamente en un sistema democrático al servicio del pueblo para el pueblo y por el pueblo.

Como ven, las ideas de Montesquieu jamás han tenido tan buena salud como en nuestro tiempo, por mucho que algunos digan que ha muerto francés, como se suele decir, es hoy «un muerto muy vivo»