Hace 50 años el 14 de Julio de 1969 iniciaba la Guerra de las 100 horas entre Honduras y El Salvador.
El conflicto armado fue llamado erróneamente “la Guerra del fútbol” por culpa del reportero polaco Ryszard Kapuscinski, quien acuñó el nombre en la prensa internacional, para lo cual tomó el contexto de la eliminación de la copa mundial de fútbol de 1970 de los hondureños como explicación para un conflicto cuyas raíces venían generándose a través de varias décadas.
Las tensiones entre ambas naciones crecieron de manera continua por las diferencias provocadas desde principios del siglo XX debido a la migración de campesinos salvadoreños hacia tierras hondureñas.
La situación social en ambos países era explosiva y se buscaba por parte de los militares gobernantes una salida conveniente para los grupos en el poder político de cada país.
El Salvador, siendo el país más pequeño de Centro América, enfrentaba un problema de densidad poblacional, mientras que Honduras, con un territorio amplio ofrecía muchas oportunidades de empleo, por lo que se convertía en un lugar donde los salvadoreños podían emigrar.
Se cree que la causa principal de la guerra de las 100 horas fue cuando Honduras decidió redistribuir la tierra a campesinos hondureños, para lo cual expulsaron a los campesinos salvadoreños que habían vivido ahí durante varias generaciones. Esto generó una persecución de salvadoreños en Honduras y un regreso masivo de campesinos a El Salvador.
Los salvadoreños se vieron forzados a huir de Honduras ante los crímenes cometidos contra ellos por la «Mancha Brava»
Honduras denunció ante la Organización de Estados Americanos a El Salvador alegando una hipótesis expansionista; sin embargo, el presidente salvadoreño, General Fidel Sánchez Hernández, en su discurso del 17 de julio de 1969 (escrito por Waldo Chávez Velasco y Eduardo Vázquez Becker), haciendo un símil con el descenso del Apolo 11 en la luna expresaría su famosa frase de “Cómo es posible que el hombre pueda caminar libremente sobre la superficie de la luna y los salvadoreños no lo puedan hacer por las veredas de Honduras”
Una segunda denuncia del gobierno hondureño manifestando intenciones de conquista por parte del ejército salvadoreño, fue risotada por Sánchez Hernández el 6 de agosto de 1969, celebrando la victoria salvadoreña sobre las tropas hondureñas, afirmando que “Si nuestra intención hubiera sido de conquista, el presidente de El Salvador estaría diciendo este discurso desde las gradas del palacio nacional de Honduras en Tegucigalpa” (escrita por las mismas plumas).
Otro de los sucesos que también influyó fue la captura de 45 soldados salvadoreños con dos camiones cargados de armamento (supuestamente destinado a apoyar un movimiento contrario a Osvaldo López Arellano, presidente de Honduras) en 1967. El convoy de seis camiones que presuntamente iba en apoyo de Armando Velazquez Cerrato (AVC), el coronel hondureño que estaba empeñado en derrocar al General Oswaldo López Arellano, fue interceptado luego que atravesó el Poy a medianoche. El responsable del convoy era el entonces mayor del ejército salvadoreño Inocente Orlando Montano (Ahora preso en España)
Los alegatos de Montano fueron que él iba a la cabeza del convoy pero, debido a lo avanzado de la noche y del sueño “se había dormido´sobre el volante” y sorpresivamente y sin desearlo había ingresado a territorio hondureño. Poco después el mayor Montano y la tropa bajo su mando fueron canjeados por el hondureño José Dolores Argueta, un compadre del presidente López Arellano condenado en El Salvador por los delitos de abigeato y homicidio. El intercambio se llevó a cabo en el punto medio del puente que separa a Honduras de El Salvador.
En meses previos a la denominada guerra surgió un escuadrón clandestino hondureño llamado la “Mancha Brava”, para aterrorizar a más de 300 mil salvadoreños que se habían afincado en los años 60 en Honduras para trabajar en plantaciones bananeras y establecer negocios en ese país.
Estas formaciones paramilitares asesinaron y detuvieron a una gran cantidad de salvadoreños en la zona fronteriza lo que agudizo aún más la situación entre los dos países. “La Mancha Brava” asesinó a una gran cantidad de salvadoreños y atemorizó a otros.
Los medios de comunicación de ambos países jugaron un papel importante, alentando el odio entre hondureños y salvadoreños. Los conservadores en el poder en El Salvador temían que más campesinos implicarían más presiones socioeconómicas en El Salvador (cosa que finalmente ocurrió afectando la calidad de vida en esa región de El Salvador), fue esta la razón por la cual decidieron intervenir militarmente en Honduras.
El 14 de julio de 1969, un pelotón del ejército hondureño ametralló la guarnición militar fronteriza de “El Poy” en Chalatenago, y con ello el ejército salvadoreño lanzó un ataque contra suelo de Honduras y su aviación bombardeó el aeropuerto de Toncontín en Tegucigalpa, inmovilizando el 80% de la flota aérea hondureña.
Ganado el dominio de los cielos, el ejército salvadoreño avanzó en territorio de Honduras, invadiendo la población de Nuevo Ocotepeque, y penetrando hasta ocho kilómetros más allá de la frontera para la tarde del 15 de julio, acercándose peligrosamente a la propia Tegucigalpa. Al día siguiente las tropas hondureñas se lanzaron a la contraofensiva pero sin éxito, aunque su aviación logró interrumpir la cadena de suministros y logística de sus enemigos.
La guerra de las 100 horas fue la última confrontación de la historia, donde combatieron aeronaves de pistón y hélice.
Una “mecha” que había sido prendida en 1967
El 27 de mayo de 1967 un grupo de guardias destacados en Polorós, La Unión, capturó al entonces reconocido delincuente hondureño Antonio Martínez Argueta, quien era reclamado por dos jueces de Santa Rosa de Lima por el asesinato en 1961 de Alberto Chávez y, dos años después, a Marcelina Chávez, en el cantón Las Lajitas, de Polorós.
Martínez Argueta era allegado al presidente hondureño, el general Oswaldo López Arellano, su captura encendió la mecha que dos años después haría explotar el conflicto.
Martínez Argueta capitaneaba una banda de ladrones salvadoreños y hondureños, pero era amparado de López Arellano, quien cuando supo que su ahijado estaba preso ordenó que tropas hondureñas invadieran la jurisdicción salvadoreña en Polorós, con el fin de emboscar a guardias nacionales.
Dos días después, el 29 de mayo, en la zona fronteriza de Monteca, territorio salvadoreño, una patrulla de guardias nacionales fue cobardemente emboscada por un pelotón de soldados hondureños.
En el combate murieron tres guardias y dos más cayeron prisioneros. Al repeler el ataque, dos soldados hondureños resultaron muertos y sus cuerpos fueron, humanitariamente devueltos a territorio hondureño.
Sin embargo, los guardias asesinados fueron arrastrados a territorio hondureño, donde ultrajaron sus cadáveres con lujo de barbarie, dejando que sus cuerpos se pudrieran al aire libre.
Los capturados fueron llevados a Tegucigalpa, donde sufrieron toda suerte de torturas y vejámenes.
Pocos días después, el general José Alberto “Chele” Medrano, director de la Guardia Nacional, envió un destacamento a la zona fronteriza con la misión de rescatar los cadáveres, lo lograron bajo el mando del entonces mayor Alfredo Alvarenga, con la ayuda de algunos civiles hondureños.
Las relaciones se pusieron muy tensas entre ambos países, destacamentos de la guardia acamparon en Las Pilas (Chalatenango), Sabanetas (Morazán) y otros puntos fronterizos, Honduras, por su parte, hizo lo mismo del otro lado de la frontera.
A mitad de 1967, Julio Adalberto Rivera había dejado la presidencia de la República de El Salvador, sustituido por el general Fidel Sánchez Hernández. La guerra parecía inminente.
El Chele Medrano, previendo la guerra, advirtió a Sánchez Hernández que con carabinas (M-1), fusiles Checos y Garand no podía mandar a su gente a la guerra. Eran armas obsoletas, de la Primera Guerra Mundial.
El Ejército salvadoreño estaba en una situación incómoda. Los Estados Unidos habían negado prestar ayuda a El Salvador. Ni dólares ni armamento.
Esa posición era lógica. Los estadounidenses no tenían ningún interés que proteger en El Salvador; en cambio, en Honduras tenían a la United Fruit Company, su gran compañía bananera.
El “Chele” Medrano, quien era tan arrojado como irreverente, le lanzó su propuesta a Sánchez Hernández: debían comprar armas en Europa. A eso, Sánchez Hernández respondió que eso era imposible, por la lejanía. Tendrían que atravesar todo el Atlántico.
–Mirá, Taponcito (apodo de Sánchez Hernández), ¿quién es el presidente de Panamá?, le preguntó Medrano.
–(Omar) Torrijos, le respondió.
–¿En dónde estudió Torrijos? –repreguntó Medrano.
–En nuestra escuela militar –respondió el Presidente.
–Entonces, por qué p… no le pedís ayuda para que esas armas pasen rápido por el Canal –le espetó Medrano.
A Sánchez Hernández no le gusto la presión, pero al “Chele”, que era su igual en rango militar, a pesar de que el presidente era su comandante, le importó poco.
Medrano diseñó una ruta para traer las nuevas armas a El Salvador, en parte del trayecto le paso las armas a los norteamericanos, en Miami, por debajo de sus narices. Luego Panamá y de allí a Acajutla.
Fusiles G-3 y ametralladoras HK-21 de Alemania, que fueron distribuidos a la Guardia Nacional y a otras guarniciones hasta donde alcanzaron. El resto del ejercito salvadoreño se mantuvo los viejos Checos y Garand y las carabinas M-1.
De Yugoslavia llegaron baterías antiaéreas que fueron apostadas en el Puerto de Acajutla, la presa El Guajoyo, la 5 de Noviembre y otra infraestructura estratégica, con la que la aviación hondureña pudiera cebarse.
También llegaron morteros de 81 mm. y obuses 105 y 120 mm.
Debido a que los Estados Unidos había negado el apoyo a la defensa de los inocentes campesinos que morían todos los días en territorio hondureño, no habían dólares, por lo que el “Chele” Medrano obligó bajo fuertes amenazas al presidente Sánchez Hernández que pagara el armamento con oro puro.
La guerra
Al atardecer del 14 de julio, aviones de la Fuerza Aérea de El Salvador (FAES) bombardearon el aeropuerto de Toncontín, la capacidad aérea hondureña fue destrozada.
La Guardia Nacional no llegaba a mil 500 en hombres pero al llamar a los reservistas, la fuerza fue duplicada.
Siete compañías de guardias nacionales al mando del propio director, el general Medrano fueron emplazadas el Teatro de Operaciones del Norte (TON), además de varias unidades de la Primera Brigada de Infantería, al mando del coronel Mario de Jesús Velásquez, a quien apodaban “El Diablo”.
El “Chele” Medrano era la punta de lanza de las Fuerzas Expedicionarias de la Guardia Nacional, el flanco derecho lo llevaba el entonces teniente Roberto d’Aubuisson Arrieta y el izquierdo el teniente Roberto Mauricio “Torito” Staben.
Así mismo, el capitán Aristides Napoleón Montes, y el joven teniente Domingo Monterrosa Barrios tuvieron una participación destacada que les valió condecoración como héroes.
Fueron tres frentes en el Teatro de Operaciones, el del Norte (TON), Nororiental (TONO) y el Sur Occidental, en todos pelearon los guardias nacionales con sus 14 compañías.
El TON incursionaría por el lado de Chalatenango para tomar Nueva Ocotepeque y San Marcos Ocotepeque.
En el extremo izquierdo iba un contingente al mando del entonces capitán Arístides Napoleón Montes, que en los 80’s llegó a ser director de la institución.
La derecha de Montes la cubría el coronel “Diablo” Velásquez con tropas del cuartel San Carlos (Primera Brigada). Adelante, a la derecha, el general Medrano avanzaba con sus tropas de guardias.
El “Chele” Medrano abría camino la tropa entre matorrales que desgarraban uniformes y piel. Medrano avanzaba a lomo de una mula negra, a la que días después el rebufo de una bazuca hondureña le ahumaría el trasero, el general caminaba con una capa verde olivo y un sombrero tipo australiano, G3 en mano y un par de escuadras Colt 45, con cachas de marfil, al estilo Patton.
El “Diablo” Velásquez avanzó en “tanquetas” hacia Nueva Ocotepeque incursionando por El Poy, siguiendo toda la carretera en carros blindados para llegar por el frente, Medrano y su subalterno Montes diseñaron un desplazamiento envolvente, llegando a la retaguardia de la ciudad.
Medrano inutilizó con artillería dos puentes de la carretera que une Nueva Ocotepeque con Copán. No podrían llegar los refuerzos hondureños.
Ejército salvadoreño en Llano Largo, Honduras
Para el 17 de julio, la bandera salvadoreña ondeaba en Nueva Ocotepeque.
Las fuerzas de la Guardia Nacional también habían tomado San Marcos Ocotepeque y seguian avanzando.
Honduras envió desde el norte a sus mejores fuerzas: el batallón Ranger, no pudieron más que acercarse, se quedaron en el cerro El Portillo, las elevaciones más inmediatas a Nueva Ocotepeque.
El 17 de julio los guardias salvadoreños trabaron combate con los rangers que fueron apoyados por lo que quedaba de la aviación hondureña.
El combate fue el más cruento de los 100 días, al final la guardia había sufrido la muerte de un subteniente, un cabo y siete guardias, el ejército hondureño esconde a la fecha la cantidad de bajas que sufrió.
Honduras capituló, la bandera salvadoreña se alzó en tierras hondureñas, miles de civiles salvadoreños fueron rescatados.
El desfile de la Victoria, en el centro de San Salvador
Un helicóptero con funcionarios de la OEA llegó a Nueva Ocotepeque, el gobierno salvadoreño se había entregado a los intereses norteamericanos y había traicionado a sus tropas que con hierro y sangre habían ganado los primeros combates de la guerra.
El 18 de julio, a las 10 de la noche, ante las presiones de la OEA, el presidente Fidel Sánchez Hernández había ordenado el cese al fuego “en tres frentes de batalla”, la política había traicionado a los militares salvadoreños que dejaron su sangre en los campos «catrachos»
El 19 de julio, al atardecer, los fusiles callaron. La Guardia fue forzada a su repliegue, bañada en gloria, pero con el corazón apesadumbrado por la traición de Sánchez Hernández y sus nueve hombres perdidos en una guerra que había durado poco menos que 120 horas.
El final
Al final de la guerra, los ejércitos de ambos países encontraron un pretexto para rearmarse y el Mercado Común Centroamericano quedó en ruinas.
Bajo las reglas de dicho mercado, la economía salvadoreña (que era la más industrializada en Centroamérica), ganaba mucho terreno en relación a la economía hondureña. Desde la creación del Mercado Común Centroamericano, Honduras manifestó siempre una debilidad económica ante sus vecinos y su papel básicamente fue ser un mercado de los productos salvadoreños y guatemaltecos.
La infraestructura industrial hondureña no creció y el contexto histórico de crisis se profundizó por las políticas de cada Estado para proteger su economía. Por eso, la llamada Guerra de 1969 es la expresión del conflicto entre ambas economías, sumado a la alta presencia demográfica de salvadoreños y el permanente e indefinido status de los limites territoriales entre ambos países.
Honduras decidió aplicar drásticas leyes migratorias y el retorno masivo obligado (expulsión de miles) de salvadoreños estimuló al gobierno salvadoreño a realizar preparativos bélicos abiertamente llamamiento a las reservas, formación de milicias, compra de nuevas armas. Tal como hoy sigue siendo vigente, muchos gobiernos crean la figura de una amenaza externa para buscar cohesionar un frente interno y de paso tildar de traidores a quienes no se alineen.
En este caso, como la historia lo ha demostrado en diferentes países, no hay un mejor chivo expiatorio para culpar de los males internos de un país que los inmigrantes, ya que estos no votan y cualquier comentario que hagan en su defensa se califica como intromisión y son por lo tanto una voz sin derechos, sin voto de parte de una comunidad de entrometidos que se han filtrado a casa sin invitación, dejando entrever con esta última calificación que carecen de derechos incluyendo los más elementales derechos humanos, por lo que a través de campañas mediáticas se incita a la opinión pública a despreciarlos, perseguirlos y martirizarlos.
Las dos naciones firmaron el Tratado General de Paz en Lima, Perú el 30 de octubre de 1980 por el cual la disputa fronteriza se resolvería en la Corte Internacional de Justicia, esta dio paso a la solución negociada del litigio fronterizo por el control de unos 450 kilómetros cuadrados conocido como los bolsones los cuales pasaron a formar parte del territorio hondureño reduciendo de esta forma el territorio salvadoreño.
Actualmente, se mantiene un litigio internacional en cuanto a la salida de Honduras a través del Golfo de Fonseca, compartido por El Salvador, Honduras y Nicaragua, así como la posesión de la isla Conejo, un islote estratégicamente ubicado dentro del citado golfo, cedido su custodia militar por El Salvador a Honduras durante el conflicto bélico interno, quienes la ocupan militarmente a esta fecha.
Créditos:
Eduardo Vázquez Bécker
Subteniente Isaac Segura (Guardia Nacional)
Luis Montes Brito
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