Molière nunca pasa de moda. Sus obras cómicas son más interpretadas que las de cualquier dramaturgo actual porque supo dar con la tecla a mitad de camino entre la denuncia y la sátira, la ridiculización y la corrección de las costumbres exageradas de la Francia de mediados del siglo XVII. No en vano, el autor francés pasó a la historia como uno de los escritores más universales y traducido a todas las lenguas.
Él mismo se encargó de protagonizar muchas de sus obras y, haciendo suyo el lema de los teatrillos italianos ambulantes que recorrían Francia a principios de siglo, consiguió “corregir las costumbres riendo” a base de crítica y situaciones absurdas entre sus personajes, aunque no sin atravesar penurias y desencantos a lo largo de su vida.
Nació en una familia sin estrecheces y bien relacionada con la realeza por el trabajo de tapicero de su padre, pero desde pequeño, y por influencia de sus tíos, el teatro llamó su atención y Molière decidió dedicarse a él por completo sin querer saber nada del oficio que heredaba ni de la profesión que podría haber desempeñado por sus estudios. Con el tiempo él también llegó a la realeza por sus obras teatrales, que contaron por igual con el favor real y con la censura, aunque siempre venció la admiración y el aplauso.
El 10 de febrero, se cumple el aniversario del estreno de su última obra, ‘El enfermo imaginario’ (1673) que él mismo protagonizaba. En pleno éxito de su carrera, Molière satirizaba en esta comedie-ballet en tres actos la profesión médica a través del personaje de Argan, un hipocondríaco que trata de convencer a su hija de que abandone a su verdadero amor y se case con el hijo de su médico para ahorrar en gastos en salud. En la cuarta representación de la obra, Molière sufrió en escena un agravamiento de la tuberculosis que padecía y, llevado a su domicilio, falleció siete días después.
Molière fue despiadado con la pedantería en sus obras, también con la mentira y con los aires de grandeza en el seno de la sociedad a través de sus satíricos personajes, exaltando la juventud a la que quería liberar de lo que él consideraba restricciones absurdas. Su papel de moralista terminaba en el mismo lugar en el que él lo definió: “No sé si no es mejor trabajar en rectificar y suavizar las pasiones humanas que pretender eliminarlas por completo”.
Jean-Baptiste Poquelin, su verdadero nombre, nació en París el 15 de enero de 1622. Era hijo de un acaudalado tapicero real de quien heredó el nombre, Jean Poquelin, y de Marie Cresse, que falleció cuando tenía 10 años. Estudió con los jesuitas en Clermont y en 1642 se licenció en Derecho por la Universidad de Orleans antes de seguir los pasos de su padre, lo que consiguió ese mismo año con el puesto de tapicero real de Luis XIII.
En este momento conoció y se relacionó con los comediantes Béjart y, posiblemente influenciado por sus tíos, que de pequeño lo llevaron a ver muchas obras teatrales, decidió abandonar su acomodada posición y buscar su lugar vocacional sobre el escenario como actor y también como escritor.
Al año siguiente, en 1643 constituyó, junto a la familia Béjart, el Ilustre Teatro, enamorándose de su directora, Madeleine Béjart. Pero apenas un año después, en 1644, lo pasó a dirigir él mismo. Los inicios fueron difíciles, acumulando deudas y numerosos fracasos. Fue en ese momento cuando Jean-Baptiste adoptó el nombre artístico de Molière para no perjudicar a su familia, ya que el teatro no era una profesión bien vista. Tras uno de los fracasos teatrales, Molière fue incluso encarcelado varios días debido a las deudas.
Al salir en libertad abandonó París y se convirtió en actor errante durante cinco años por todo el país. En 1650 Molière volvió a asumir la dirección de la compañía teatral y en los siguientes años escribió sus primeras farsas y comedias: ‘El atolondrado o los contratiempos’ y ‘El despecho amoroso’. En ellas, su talento cómico como actor y escritor empezó a despertar las simpatías del público, y su fama llegó hasta al hermano del rey, Felipe I de Orleans. En 1659 alcanzó el éxito con ‘Las preciosas ridículas’, confirmando su reputación y obteniendo el favor del mismísimo rey Luis XIV, ante quien interpretó una tragedia que aburrió y una farsa que divirtió mucho. Así fue como se instaló en el Palacio Real en 1660.
En 1662 se casó con la hermana de Madeleine Béjart, Armande, por lo que la tradicional sociedad parisina empezó a considerar a Molière un libertino y temieron su nefasta influencia sobre la casa real. Estas suspicacias y recelos fueron una gran fuente de inspiración para el dramaturgo, que comenzó a escribir nuevas obras satíricas y a ridiculizar a través de la comedia y las situaciones absurdas a quienes criticaban su vida y su trabajo.
En 1664 el rey lo nombró responsable de las diversiones de la corte y Molière puso en marcha ‘Los placeres de la isla encantada’ y representó ‘La princesa de Élide’, en la que mezclaba texto, música y danza. También ese año escribió ‘Tartufo’, que denunciaba la hipocresía de la Iglesia. La obra supuso un gran escándalo y fue censurada durante cinco años, aunque se interpretó en algunas representaciones privadas.
Un año después escribió ‘Don Juan’, inspirada en ‘El burlador de Sevilla’, de Tirso de Molina. Para entonces su compañía pasó a convertirse en la Compañía Real, pero al tiempo que su éxito aumentaba, su salud empezaba a sufrir contratiempos debido a la tuberculosis que le diagnosticaron, y que lo obligó a actuar de manera intermitente, aunque sin dejar de escribir. De hecho, algunas de sus mejores obras son de este periodo, entre las que se incluye en la que plasma la separación de Armande, ‘El misántropo’.
En su última obra, ‘El enfermo imaginario’, sufrió un ataque al corazón durante la cuarta representación y falleció siete días después en su domicilio de París, el 17 de febrero, cuando tenía 51 años. Con su muerte, sin embargo, no acabaron los enfrentamientos sobre su controvertida figura, ya que la Iglesia, al considerar indigna su profesión de actor y por sus críticas al poder religioso, no permitieron enterrarle en el terreno sagrado que era un cementerio. Fue la viuda de Molière, Armande, quien le pidió al rey que el dramaturgo pudiera tener un funeral normal por la noche y éste accedió, siendo enterrado en la parte del cementerio reservada a los niños muertos prematuramente y sin bautizar.
El legado de sus obras, casi 25 desde que comenzó a escribir, continúa de actualidad y son representadas cada año en todo el mundo. Sin embargo, de Molière también ha trascendido la superstición de no vestir de amarillo en escena, ya que se cree que era el color de la vestimenta que llevaba cuando sufrió el ataque al corazón que días después le costó la vida y es considerado un color de mala suerte.