Socialismo, ¿para quién?

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Por Heinrick Haupt, embajador de Alemania en El Salvador

Hace 25 años, el día 1º de julio de 1990, las entonces dos Alemanias crearon una “Unión Económica, Monetaria y Social”, paso clave en el proceso de unificación iniciado con la caída del muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989 y concluido con la unión política el 3 de octubre de 1990.

Para los alemanes del este la “Unión Económica, Monetaria y Social” fue un sueño hecho realidad. A partir del 1 de julio de 1990 la tasa de cambio del marco de la República Democrática Alemania se fija en relación de uno a uno con al marco alemán de la República Federal de Alemania para los sueldos, alquileres y rentas con el fin de evitar desventajas económicas y sociales, convirtiendo así la moneda occidental como único medio de pago en la República Democrática Alemana. Además se introdujeron la libertad de competencia y de fijación de precios y el derecho a la propiedad privada como elementos centrales de una economía de mercado. El cambio de la moneda débil de la Alemania Socialista Oriental, Mark, al Deutsche Mark de la Alemania Occidental abrió el camino hacia la integración en un sistema democrático, social y económicamente sólido.

Los líderes del todopoderoso Partido Socialista (SED) de la Alemania del Este habían intentado ocultar hasta el último momento la inminente quiebra de su “Estado de los Campesinos y Trabajadores”. Al final no les quedó otra opción que claudicar ante la debilitada industria, las ciudades en decadencia, el deterioro medioambiental, la economía de escasez y el clamor de la gente por la libertad, la democracia y el estado de derecho.

Los ciudadanos de Alemania oriental ya no soportaban vivir bajo el sistema autoritario decrépito del “socialismo” donde una exclusiva clica vertical controlaba todo. Al unificarse con el occidente querían dejar atrás un sistema donde un partido socialista, supuestamente “no radical”, controlaba los medios de producción, manipulaba a los demás partidos políticos, falsificaba las elecciones, dominaba todas las instituciones del Estado, tenía a sus órdenes el sistema judicial degradando jueces y fiscales a lacayos del partido, explotaba las empresas nacionalizadas (discriminando las pocas empresas privadas que lograban sobrevivir), vigilaba y aterrorizaba a su población por medio de sus servicios secretos y de seguridad y penetraba todas a las esferas de la vida humana.

Rechazaban así un sistema dictatorial que suprimía los principios del Estado de Derecho y los derechos humanos, acabando con la separación de los poderes, la libertad de expresión y de los medios, el derecho al voto libre y las demás libertades ciudadanas y, lo peor de todo, un sistema que cínicamente se burlaba de las justas aspiraciones de sus ciudadanos por una vida mejor al destruir las fuerzas productivas del país, tratando en vano de dirigir la economía por reglas y agentes burócratas incapaces, corruptos e insaciables y, al mismo tiempo, haciendo promesas de bienestar imposibles de cumplir, ya que su sistema económico colectivizado no producía lo necesario para satisfacer las necesidades básicas, y además despilfarraba los recursos del país y contaminaba el medio ambiente.

El socialismo de Alemania del Este prometió “igualdad y justicia para todos” y supresión de la pobreza. En la realidad llevaba igualdad en la pobreza para todos, con excepción de los privilegiados de su partido cuya “nomenclatura” se enriquecía sin vergüenza y sin límite a costo de la sociedad, monopolizando el poder y los recursos de la nación a gusto suyo y de sus familiares y cómplices.

Su promesa de mejorar la condición de vida de todos se limitaba a la distribución de dádivas a las masas humilladas – transformadas en receptores de beneficios por la gracia del partido, forzadas a pasar largas horas en filas interminables para lograr comprar los bienes básicos de la vida cotidiana, mientras la nomenclatura se regalaba una vida de lujo.

En suma: El socialismo de Alemania oriental, aunque “moderado” en comparación con regímenes extremos de la izquierda autoritaria como el de “Corea del Norte” donde millones siguen muriéndose de hambre y de tortura, no estaba a favor de la población, sino en beneficio del poder y el autoenriquecimiento de sus dirigentes autoritarios “socialistas”.

Al final, los mismos ciudadanos de Alemania Oriental terminaron con este falso paraíso socialista, con su régimen autoritario clientelista y con sus mentiras del bienestar común.

Irónicamente el régimen de Alemania del Este trataba de exportar su modelo a países lejanos, inclusive América Latina. En algunos casos, el desastre inevitable de esta exportación ideológica se materializó de inmediato, en otros casos el fracaso se está perfilando en la actualidad.

Afortunadamente, en el mundo de hoy quedan muy pocos de tales sistemas socialistas que prometen un bienestar para todos por la gracia de un partido todopoderoso y voraz. Los líderes de estas dictaduras, reliquias del pasado, se están poniendo nerviosos sabiendo que no tienen futuro; y también saben que, en el siglo XXI, ninguna sociedad educada optará a juntarse a este club de perdedores del siglo XX ….

Las sociedades civiles globalizadas de nuestra era informática ya no se dejarán engañar por los predicadores populistas del socialismo, sea este de índole duro, moderado o “no radical”. Tal como lo expresaran en Centroamérica Jorge Tobar Aguilar, quien opina que “[e]l Populismo Clientelista es la eterna mitigación de necesidades de la población vulnerable, con auras mesiánicas y a cambio de votos; pero sin resolver nunca las causas que provocan estas necesidades” o el Cardenal Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga quien define que “El socialismo del Siglo XXI (lo que vale para todo socialismo) es un capitalismo de pocos ladrones.”

Lo que necesitamos hoy y en el futuro es democracia verdadera, separación de poderes, estado de derecho con respeto a la independencia del poder judicial y una economía social de mercado con transparencia y rendición de cuentas. Necesitamos una clase política dispuesta a solucionar los problemas de país, cumpliendo con los mandatos de los votantes quienes exigen soluciones.

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