El Gran Duque de Alba y los saqueos en la guerra de Flandes

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Revista Historia/DL.- El Gran Duque de Alba, Fernando Alvarez de Toledo,  uno de los generales más destacados de la época de dominio europeo del Imperio Español, conocido como “el duque de hierro”, victorioso en numerosas contiendas, poseedor de un gran arrojo y gallardía, mostró sin embargo una gran crueldad durante diversas campañas militares, destacando especialmente en la Guerra de Flandes o de los ochenta años (1568-1648).

Su actuación en los Países Bajos, despiadada y salvaje, constituyó una de las principales causas de la derrota española, pues favoreció la implantación de la “leyenda negra y el rechazo internacional hacia España, hecho que quedó reflejado en diversas obras literarias y musicales del romanticismo decimonónico.

Triunfante en Mülberg, al servicio de emperador Carlos, victorioso contra los protestantes, adquirió una merecida fama de militar decidido y valeroso.

Sin embargo si bien para los españoles era un cortés y heroico militar, para sus enemigos mantuvo siempre una fama de tirano despótico y asesino. Esta áurea de criminal se la ganó a pulso en sus campañas en Flandes, en especial en los siete años (1567-1573) en los que como gobernador trató de poner coto a la rebelión contra el monarca español Felipe II.

Encabezando el partido “duro”, frente a otras posturas más moderadas dentro de la corte, buscó desde el principio domesticar a la nobleza flamenca, ordenando  el asesinato de notables personajes católicos, como el famoso conde de Egmont, personaje que sirvió con gran dignidad a la corona española pero que había cometido el terrible pecado de buscar una solución de compromiso con los holandeses, hecho inmortalizado después por Beethoven en una de sus más famosas composiciones.

Algunos ejemplos muestran su política de terror y exterminio, como en el saqueo de Malinas y el de  Naarden (1572), en donde su hijo Don Fadrique al frente de los tercios y después de haber prometido una rendición honrosa a sus habitantes, masacró a estos sin piedad, mujeres y niños incluidos, siendo la ciudad reducida a cenizas.

Malinas había sido una ciudad hostil a los tercios hispanos, así como favorable a las tropas del rebelde Guillermo de Ornge. En parte por este hecho y también por el retraso en la paga de los soldados (la soldada), Alba permitió el saqueo de la ciudad.  En Malinas, como en el resto de plazas que fueron saqueadas, se aplicó la ordenanza que regulaba el saqueo de una ciudad. Por orden de nacionalidad, puesto que los tercios imperiales estaban compuestos de militares de diversos territorios, debían ceñirse al expolio de bienes con la excepción de los sagrados y eclesiásticos durante un máximo de tres días. Aunque teóricamente estaban prohibidos los abusos sexuales y todo tipo de violencia, lo cierto es que dicha prohibición no se cumplió, pasando por encima de los propios católicos, supuestamente aliados. Las violaciones masivas estaban a la orden del día, así como todo tipo de vejaciones. La ciudad padeció también el saqueo de iglesias y conventos, así como viviendas y almacenes de particulares e incluso el palacio de los que habían sido gobernadores  del imperio español, nada se detenía ante la furia y el deseo de venganza de las tropas imperiales.

Sin embargo hay que poner toda la acción de Alba en los Países Bajos en su contexto histórico. En ese sentido el victorioso general español practicó tácticas parecidas a las de sus enemigos y defendió siempre los intereses de estado por encima de su propia ambición personal. No cabe ninguna duda de que Fernando Álvarez de Toledo fue un líder militar impulsivo e incapaz de ejercer la diplomacia y el diálogo. En sus numerosos escritos refleja su falta de empatía y crueldad pero ante todo la supeditación de su actuación al interés de su patria. Quizás por eso murió sin remordimientos, convencido de haber actuado lealmente al servicio de su rey y, sobre todo, de su sagrada religión