Francisco en México, un balance sucinto

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Al cabo de seis agitados e intensos días, el papa Francisco puso fin a su visita a México y partió de regreso a Roma. La presencia en el país azteca del máximo jerarca del catolicismo mundial estuvo precedida por expectativas de signo distinto y hasta contrapuesto. En consecuencia, sus actividades, sus alocuciones y sus silencios en distintos puntos del territorio mexicano generaron reacciones encontradas. Por la importancia del personaje y por el impacto de lo que dijo y hasta de lo que no dijo, es pertinente intentar un balance sucinto de su gira.

Para empezar, a su llegada al Distrito Federal Jorge Mario Bergoglio formuló en presencia de las máximas cúpulas institucionales, empresariales y clericales de México fuertes señalamientos contra la corrupción, la insensibilidad y el egoísmo que caracterizan al grupo que detenta el poder y su inevitable relación causal con la inseguridad, el descontrol de la delincuencia y la zozobra en que vive buena parte de la población.

En un encuentro con la alta clerecía mexicana formuló un inequívoco regaño a los presentes por su frivolidad, su desapego a la misión evangelizadora y pastoral, y su tendencia a la intriga y a la conjura. En Ecatepec emitió un mensaje de esperanza a los desposeídos y reiteró sus críticas genéricas al desempeño de la clase política y el empresariado. Posteriormente, en Chiapas, envió un mensaje a las comunidades indígenas, les pidió perdón por la opresión, la marginación y el saqueo de que han sido víctimas, y reconoció el derecho que les asiste a su propia cultura, incluso dentro de la liturgia.

En Morelia el pontífice se dirigió a niños y jóvenes para pedirles que no se dejen pisotear y se mantengan al margen de las redes delictivas. Finalmente, en Ciudad Juárez habló a favor de los migrantes y dio un mensaje de esperanza a los presos.

Sin desconocer la fuerza y la pertinencia de los discursos papales, debe agregarse sin embargo que Francisco evitó a toda costa referirse a tres tragedias emblemáticas de la actual realidad mexicana: los abusos sexuales cometidos por diversos religiosos católicos en contra de menores, la escandalosa persistencia de los feminicidios y la inoperancia gubernamental para esclarecer la desaparición de los estudiantes normalistas de Ayotzinapa.

Tales omisiones tendrán sin duda un costo para la propia Iglesia y dejan un sabor amargo en las filas de la feligresía comprometida con la línea izquierdista de la Teología de la Liberación.

Por otra parte, la presencia de Francisco en México dio lugar a una infracción al principio de laicidad por los máximos funcionarios del Estado, los cuales se olvidaron de las formas y de los contenidos republicanos y se entregaron a un clericalismo por demás fuera de lugar y abiertamente violatorio del marco legal. Ha de destacarse también el manifiesto elitismo y el espíritu de segregación que caracterizó la organización de las actividades papales, en las cuales hubo una persistente división entre pequeños grupos de privilegiados e influyentes y el resto de la sociedad. Las vallas que separaron a los notables de la gente común presentaron, por lo demás, un fiel retrato de la conformación actual del poder público, la economía, la función judicial y otros aspectos de la vida nacional.

La visita a México del primer pontífice latinoamericano deja, en suma, un saldo de claroscuros y tal vez también de impactos menos visibles en lo hondo de la sociedad. Ya se verá.