El laberinto de la víctima y el victimario

Por Luis Vazquez-BeckerS

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La tragedia en Gaza, un conflicto que parece desafiar cualquier intento de resolución, nos confronta con un dilema moral de una complejidad abrumadora. Las imágenes de destrucción y el sufrimiento humano que emanan de la Franja de Gaza han vuelto a reavivar un debate que se polariza entre dos narrativas, cada una con su propia validez histórica y moral.

Por un lado, la postura de que Israel, en su respuesta a los ataques de Hamás, ha sobrepasado los límites de la legítima defensa, transformando a la víctima del terrorismo en un victimario. Las críticas internacionales, los informes de organizaciones humanitarias y las cifras de víctimas civiles, especialmente niños, han alimentado este argumento. Se cuestiona la proporcionalidad de la respuesta israelí y se señala que la devastación en Gaza va mucho más allá de un objetivo militar, afectando de manera indiscriminada a la población civil. Esta perspectiva nos obliga a preguntarnos si la seguridad nacional justifica el nivel de sufrimiento que se ha infligido. ¿Puede una nación, por el hecho de haber sido agredida, ignorar las reglas del derecho internacional humanitario?

Por otro lado, está la narrativa de que Israel simplemente está ejerciendo su derecho inalienable a la legítima defensa contra una organización terrorista, Hamás, que ha demostrado su total desprecio por la vida humana, tanto israelí como palestina. Desde esta perspectiva, Hamás no es un actor político, sino una milicia que utiliza a la población civil de Gaza como escudo humano y que, por su propia naturaleza, es imposible de erradicar sin una acción militar contundente. Para quienes defienden esta posición, Israel está luchando una guerra existencial contra un enemigo que busca su total aniquilación. Cualquier crítica a la respuesta militar israelí es vista como una equivalencia moral distorsionada entre un Estado democrático y una organización terrorista. Se argumenta que el verdadero responsable del sufrimiento en Gaza es Hamás, que ha utilizado la Franja como plataforma para sus ataques.

Estas dos visiones, que se excluyen mutuamente, nos dejan en un laberinto sin salida. La complejidad del conflicto palestino-israelí no permite una respuesta simple. ¿Es posible ser víctima de un ataque terrorista y, al mismo tiempo, cometer actos que se asemejan a crímenes de guerra? ¿O es que cualquier acción militar, por su propia naturaleza, genera daños colaterales que no pueden ser evitados en la guerra contra el terrorismo?

Quizás la verdad, como suele ocurrir, se encuentre en los matices. Ignorar el terror de Hamás es negar la realidad de los ataques y el miedo que vive la población israelí. Sin embargo, ignorar el sufrimiento de los civiles en Gaza es negar la humanidad de quienes se ven atrapados en un conflicto que no eligieron. La discusión no puede reducirse a una simple dicotomía de «buenos» y «malos». Es un conflicto donde el dolor y la injusticia se han heredado a lo largo de décadas, y donde cada nueva generación de víctimas se convierte en un actor en este drama interminable.

La comunidad internacional, los medios de comunicación y la sociedad en su conjunto tenemos la responsabilidad de no caer en la trampa de la polarización. No se trata de elegir un bando, sino de comprender la complejidad de una situación en la que el dolor y la justificación conviven de manera incómoda. Gaza nos obliga a un ejercicio de empatía que va más allá de la simpatía por una u otra causa. Nos exige reconocer la humanidad en todas las víctimas, independientemente de su origen o la justificación de sus líderes. Solo así, quizás, podremos empezar a vislumbrar un camino, por más tenue que sea, hacia una paz justa y duradera.