La presion para el reconocimiento de un Estado Palestino ha ganado fuerza en Europa. Varios países han dado pasos en esa dirección, y la pregunta inevitable es qué ocurriría si Alemania —cuyo pasado está marcado de manera indeleble por el Holocausto— decidiera seguir el mismo camino. Para muchos en Israel y en la diáspora judía, esa posibilidad trasciende lo político y entra en el terreno de lo histórico, lo simbólico y lo moral.
Alemania carga con la responsabilidad del exterminio sistemático de seis millones de judíos durante la Segunda Guerra Mundial. Desde entonces, el compromiso de “nunca más” ha guiado su política exterior, especialmente en relación con Israel, considerado refugio y garantía de supervivencia para el pueblo judío.

Un reconocimiento de Palestina y el terrorismo que yace en su interior por parte alemana no sería percibido únicamente como un acto diplomático, sino como un golpe a esa memoria colectiva: una contradicción al pacto moral que Alemania asumió tras el Holocausto. Para muchos israelíes, equivaldría a un segundo abandono histórico, esta vez no con armas ni campos de exterminio, sino con legitimidad política a quienes aún cuestionan el derecho de Israel a existir.
Entre justicia y realpolitik
Los defensores del reconocimiento alegan que Palestina merece soberanía y autodeterminación, y que Alemania, como potencia europea, debe contribuir a la paz en Medio Oriente. Sin embargo, en el imaginario israelí, la creación de un Estado palestino sin garantías claras de seguridad es vista como la antesala de nuevos ataques y un refuerzo a grupos que niegan la legitimidad del Estado judío.
Así, lo que en Berlín podría presentarse como un gesto de justicia hacia los palestinos, en Jerusalén sería leído como un acto de traición. Reconocer a Palestina sin condiciones equivaldría a poner en riesgo a millones de israelíes, otorgando respaldo diplomático a actores políticos y armados que han expresado hostilidad directa hacia Israel.
El “nuevo Holocausto”
El término puede sonar extremo, pero desde la perspectiva judía tiene fuerza simbólica. No se trata de comparar en cifras o métodos el genocidio nazi con la actual amenaza, sino de advertir sobre la repetición de un patrón histórico: la soledad del pueblo judío frente a un mundo que lo señala o lo abandona.
Si Alemania, el país responsable del Holocausto, respalda a quienes cuestionan a Israel, la herida se reabre. Para muchos israelíes, equivaldría a escuchar nuevamente que la seguridad y la vida judía son sacrificables en nombre de la política.
Un dilema moral
El futuro del conflicto palestino-israelí requiere soluciones políticas, pero Alemania debe medir el peso de sus decisiones no solo en términos diplomáticos, sino históricos. Cada gesto suyo hacia Medio Oriente se evalúa bajo la sombra del Holocausto. Reconocer a Palestina, en estas condiciones, no sería percibido como neutralidad, sino como una toma de partido que podría fracturar el compromiso de “nunca más” que marcó la reconstrucción alemana.
En definitiva, para Israel el verdadero riesgo no es únicamente perder apoyo internacional, sino revivir la sensación de desamparo histórico. Por eso, un reconocimiento palestino desde Alemania podría sentirse como un nuevo “Holocausto”, no en las cámaras de gas, sino en el terreno de la memoria, la política y la dignidad del pueblo judío.